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Si como artículo vale doble y otros textos


Si como artículo vale doble

Si somos tristes tuercas de la realidad y no llegamos a bulones quedamos detenidos en un tiempo sin tiempo, si el tiempo no nos jode solemos darle el encanto necesario para que nos moleste y hasta nos degrade, si la degradación de la vida nos estremece hasta morir nos acostumbramos a “una vida reposada” rumbo a “una vejez sin temores”, si la vejez nos sorprende en paralelo a la felicidad ya es muy tarde para arrepentirse y nos sumimos en una inercia irreparable, si la falta de capacidad de reparación nos desvencija el sillón meado por pañales que no absorben observamos por el espejo de la cómoda el traje de madera que nos abrigará junto a los gusanos y si no fuimos más que gusanos carroñeros en nuestra existencia es que desde el comienzo supimos el final. Si.

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27 años, 27 oraciones, 27 puntos

Ese muchacho recién soplaba las velas. Velas que estaban sobre una torta de cumpleaños. Cumpleaños número 27. Había leído que muchos de sus ídolos habían muerto a esa edad. También que muchos de ellos eran verdaderos genios. Él se consideraba un artista. Más precisamente de la música. Música, si se quiere, experimental-no comercial. En la línea de bandas como Gong, Soft Machine o Henry Cow. Si bien no quería ser como estos exponentes, seguía sus métodos de composición y hasta de presentación en vivo. Luego de soplar las 27 velas sintió una extraña sensación. Un presentimiento. No tuvo que dejar de hacer el amor en el momento pero su pensamiento viró hacia otro lado. El lado de la superstición. Del pensamiento mágico. Y consideró que si moría a los 27 años quedaría en la historia como algunos de sus ídolos, como un genio del “club de los 27”. No quiso esperar todo el año para comprobarlo. No quiso esperar todo el año para matarse. Raudamente se dirigió a su habitación. Sacó de su gaveta su revólver. Solo tenía una bala. Se disparó a la altura de la sien. Falló, no se mató. No era un ídolo. Menos aún un genio. Era un estúpido. Y aparentemente tenía Parkinson.

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Los cuatro

En el aire de la habitación dejaste tu perfume,

En la tierra del cementerio te dejan flores, tal cual los obliga el mandato.

En el agua, que beben de tus vasos, hay hidrógenos con tu impronta,

En el fuego de la hornalla que abandonaste existe un azulado sabor a ternura.

Más allá del aire de un día de mayo se escucha tu voz impaciente,

Más allá de la tierra del jardín que nunca regaste hay placas que no se acomodan,

Más allá del agua que corre sin detenerse hay algunos, en fila, mirándote,

Más allá del fuego de la memoria hay incendios de cuestiones que aún no cierran.

Hoy, el aire se ha liberado una vez más,

Hoy, la tierra es por vez primera fértil,

Hoy, el agua es más clara que en el pasado,

Hoy, el fuego no solo quema, también abriga.

Hoy, los cuatro, finalmente, te hemos dejado ir.

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A lo Sigmund

Primer momento (Yo)

  1. Ver desde arriba cómo es el espacio de abajo sin mi presencia.

  2. Analizar qué sería de ese espacio no solo si yo decidiera no descender nunca más sino también cuánto se modificaría el arriba al contar con mi permanente presencia.

  3. Percibir con mis 5 sentidos, o lo que queda de ellos, cuál es mi deseo verdadero.

Segundo momento (Súper Yo)

  1. Recordar los mandatos familiares desde épocas de mis abuelos hasta la actualidad.

  2. Escuchar nuevamente la tenue voz de mi abuelo Enrique aconsejarme: “Haga como el chico ese que canta… ¡Cabral!, vuele bajo…”

  3. Escuchar nuevamente la insoportable voz de mi tía abuela Ernestina clamando porque “¡El cielo sea el límite de todo ser humano!"

Tercer momento (Ello)

  1. Realizar saltitos como cuando era chico y esperaba ansioso el helado en Las Malvinas.

  2. Respirar profundo y largar el aire como aquella vez en que llamé a mi primer novia por vez primera.

  3. Flexionar las piernas como en aquellos precalentamientos antes de los partidos contra Huazihul, el Jockey o Alfiles.

  4. Saltar al vacío, en esos segundos hacia abajo ver la longitud de la escalera y una vez en el suelo sentirlo como la tierra a la que me dirijo, observando por última vez el cielo.

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Ensayo sobre la niñez extrañada y/o extraviada

Muchas personas observan la niñez como una época cándida en la cual incluso la feroz amenaza de cintos, chancletas y penitencias con mirada desde la ventana mientras los congéneres se divertían a morir, son recordadas con ternura (¿?) y hasta cariño (¿¿¿???)

Pero hay una parte de ese grupo social ¿infanto-nostálgico? que extraña objetos propios de aquella lejana niñez que significaron extrema felicidad y hoy posiblemente sean basura al estilo de Bobo, el osito de peluche del Señor Burns. Y realmente lejos de querer realizar un tratado sobre esos objetos realizaré para la ocasión una lista de ellos dejando a cargo la identificación o contraidentificacion del lector con los mismas:

-Las pelotas PULPO, sí, esas durísimas de goma rayadas que si hacías de Pumpido o Fillol y te daba en la jeta al otro día el Ratón Pérez te dejaba por lo menos el equivalente en australes de dos o tres dientes. Y un día ese indestructible balón se partía al diome como manzana de Sofovich y con desazón veías como media fukin pelota no servía para un carajo.

-Los VASOS PLEGABLES; generaban una sensación rara; por un lado estaban buenísimos por que le sacabas la tapa, los desplegabas, te servías agua o jugo (la Coca costaba un huevo) y elegantemente te chorreabas el 75% de su contenido en el guardapolvo para que al llegar a casa te cagaran a pedos porque encima era lunes. Conclusión: tirabas el vaso a la mierda y tomabas del pico de la canilla de la escuela, aun con cientos de babas de alterados niños post-recreo, no te chorreaba ni generaba sentimientos ambivalentes.

-Los útiles en marzo; el cuaderno nuevo luego de algunos pocos iniciales días con un Gloria de 24 hojas que sería para algo así como “el suplente que entraba primero” y luego se desechaba para darle entrada al divino e inmaculado cuaderno de 100 o 200 hojas forrado con algún dibujo que nos encantara o ,si era año de mundial, con la naranja de los gallegos, el ají de los mexicanos, el “Ciao” de los tanos o el perro boludo ese de los yanquis que no me acuerdo el nombre pero que también él le cortó las gambas al Diego. Y así también los lápices nuevos, esas gomas circulares que se ataban al lápiz, los sacapuntas, tijeras, punzones y demás primeras armas blancas de tantos. El entusiasmo duraba un par de meses, onda mayo ya la cartuchera estaba toda pinchada, con el cierre hecho mierda, los lápices mascados, el cuaderno había mutado en un libro enorme con boca, olor a mugre, papeles pegoteados con excesiva plasticola, hojas de dos centímetros de ancho y la imposibilidad física de cerrarlo.

-Las golosinas: la bolsita mitad praliné, mitad cocho, nuestros padres la odiaban (como a toda bolsita) ya que el cocho nos asfixiaba pero ahí íbamos los pelotudos al recreo siguiente a comprar otra ¡Naranjín!, esa pelota que te rajaba los bolsillos de los guardapolvos y tenía en su interior un jugo de dudosa procedencia que aun caliente bebíamos cual hidromiel en la antigua Grecia. Las tiras de caramelos “Fiss”, ácidos hasta el tuétano, pero placenteros a morir (como tantas cosas que con los años descubriríamos o nos harían descubrir).

-Las figuritas. Esto amerita un capítulo aparte pero digamos que al ser varón era algo dirigido a los pibes y si le hablabas de la figurita que te faltaba a la compañera que te gustaba te mandaba a cagar ¡Pero eran las primeras manifestaciones TOC de tantos! Te ibas a dormir pensando en las que te faltaban para completar y te despertabas craneando como conseguirlas o encontrar a algún negociante de grados superiores que te cambiaba 255 de las tuyas por la de él, aprovechándose de la desesperación de uno y que posiblemente te haría cagar de no cerrar el trato. Siempre te faltaba una, era al pedo…siempre una, pero alguna vez completabas un álbum; momento sublime, inolvidable, único e histórico. Agarrabas el álbum, te dirigías al negocio o distribuidora con orgullo para obtener el premio, el grial, el merecido y buscado reconocimiento; un pescamagic u otra porquería importada a la que le dabas bola un rato, dejabas por ahí y empezabas enérgicamente a completar un nuevo álbum.

Pues bien…he mencionado algunos pero obviamente en el “inventario nostálgico” entran también trompos, bolitas, el elástico (también uno jugaba con las niñas, era sectario pero no boludo), caramelos “media hora”, televisorcitos sacapuntas, lapiceras de 10 o 20 colores (cuando la niñez empezaba a oler a importación menemista), hojalillos sobre otros hojalillos para salvar la hoja y no tener que copiar de nuevo la misma garcha, y muchos objetos más que no sé dónde dejé u olvidé pero me temo que están y permanecerán en mi memoria hasta que esté en el último objeto que nos toca; el jonca o urna que te contiene, recuerdes o no esos años en que fuiste niño.

 

Autor: Rodolfo Zamora Damonte.

Licenciado en Psicología, Escritor y Músico. Tiene 3 libros de autor publicados en solitario, 4 en co-autoría y la edición y corrección de más de 15 libros de autor dentro del Ciclo de Escritores Independientes 2017-2018 del proyecto independiente y autogestionado que coordina desde 2013; “El Colectivo Integrador”. Ha compilado y editado cuatro antologías con más de 60 autores de distintas provincias y países. Dos audio-libros. Ha realizado la dirección y guión de seis obras de teatro presentadas en los principales teatros de la provincia de San Juan así como también en la provincia de Mendoza y Capital Federal

Imagen de Francis Picabia

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