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Piñatas, los golpes, las aberturas.


Él está sentado frente a mí pero no me mira. Juega con un vaso sobre el dibujo del mantel cuadriculado. Hace coincidir la circunferencia con las líneas que se cruzan, como si fueran la recta tangente de una curva infinita. Revuelvo mi café y la cuchara hace tin al golpear la taza por dentro. Siempre suena en el mismo sector. Cambio el sentido del giro y cambia el lugar del sonido. Me cuelgo girando la cuchara.

—Ayer dormí mal y me desperté varias veces tras un sueño raro que continuaba como una serie de televisión. Me volvía a dormir y el sueño seguía. Lo que me pareció más extraño es que había un chabón que no hablaba, se quedaba callado a un costado y no decía nada. Yo estaba todo el tiempo distraído con otra cosa. Cuando lo veía me convertía en ese tipo y me despertaba. Vos estabas en el sueño y empujabas una computadora hasta que se caía de la mesa.

Me mira pero no me presta atención. Mueve el vaso fuera del recuadro, pero lo vuelve a poner en el mismo lugar despacio, sin golpearlo, como si existiera la posibilidad de que explote. Yo le sigo contando, porque supongo que si no le interesara me lo hubiera dicho.

—Se lo envié por whatsapp a un par de amigos. La mayoría se incomodaron, se ve que no se sienten muy identificados con la idea de destruir objetos. ¡Ah, y uno se rió! —Agarra su celular que estuvo todo el tiempo sobre la mesa, pero recién ahora lo veo—. Disculpame que no te lo mandé a vos —Le digo mientras pasa sus dedos sobre la pantalla y con la otra mano sigue posicionando el vaso, ahora sin mirarlo—. Pasa que estoy con muchas cosas y me olvidé.

Apoya el celular sobre la mesa y me vuelve a mirar, no expresa nada, no me dice nada, no sé si me está escuchando realmente.

—No te ofendas, no es que no te tengo en cuenta. Es más, ayer justo me acordé de vos antes de irme a dormir —siento que voy a tartamudear—. ¿Te—te acordás del día ese que fuimos a la muestra en Proa? —Mira el vaso, pero no asiente a mi pregunta—. Bueno, yo me había olvidado una bufanda en tu casa que no apareció nunca más. ¡Ojo, no estoy enojado por eso! —Me apuro a decir—. Creo que quizás quedó arriba del bondi. Aunque yo recuerdo haberla dejado en el sillón de tu departamento cuando entramos con las birras —Me puse nervioso, se nota—. Pero eso no importa, lo que te decía es que te tengo en cuenta, me acuerdo de vos.

Se hace un silencio, saco mi celular, no tengo ni un mensaje, ni siquiera un mail, un spam. Lo dejo sobre el mantel, lo hago coincidir con el borde de uno de los cuadrados.

—Mañana voy a ver un PH, porque se me termina el contrato. Estoy cansado del mono ambiente, pasa que tampoco me da como para mucho más. Creo que voy a largar todo e irme a la mierda. Siempre pensé en vivir en el sur, abrir la ventana y ver una montaña de fondo. En invierno no poder salir porque hay zarpada nieve. Es difícil irse, deberían darse un par de circunstancias.

Me paro y salto sobre la silla. Levanto un pie, me elevo, y lento, muy lento, aterrizo sobre la mesa mientras veo como él sigue con su juego. A medida que mi cabeza se aleja veo todo más claro, en dos dimensiones, más sencillo y siento una viento fuerte que me pega en la cara como si el ventilador de techo fuera una turbina de avión. ¡Piñatas, los golpes, las aberturas! Siento que lo grito pero casi no se llega a escuchar. El trampolín se balancea como si fuera un sube y baja, entonces despego y siento que mi cuerpo flota, suspendido en una marea de brisas que atajan mi caída.

—Cuando logre tomar la decisión me las pico, tengo que dejar de buscar excusas. La facultad la terminó este año y ahí quedo libre. Tengo que evitar enamorarme por un año, si no todo es cuesta arriba y chau, no me voy más.

Sentado de nuevo necesito seguir hablando, siento que casi logro escaparme.

—No me jode laburar de cualquier cosa, me llena más la idea de vivir en un lugar en el que la naturaleza tenga más protagonismo que el cemento. En mi concepción del planeta, el cemento es un virus, el malo de la película. Destruyendo el mundo a su paso como Godzilla o King Kong.

Miro el ventilador de techo rápido y sigo contándole.

— ¡¿Te pusiste a pensar que Godzilla y King Kong se dedican a hacer mierda todo lo que creó el hombre!? —Me gusta responderme—. Es la lucha constante de la naturaleza contra el concreto, contra el supuesto progreso. La arena del desierto convertida en edificio. El mármol de la cantera transformado en escalera. La ironía disfrazada de avance, de superación.

No reacciona, el vaso se mueve más que él.

—Tengo que dejar el psicólogo, no creo haber progresado nada. Cada vez que salgo me siento solo, más que cuando entré incluso. Es que nunca dejo de pensar que a nadie le importa lo que yo pienso. Como si fuera que no tengo amistades, familia. Me llegan a escuchar y me matan.

Me pica un poco la garganta entonces toso, carraspeo. Me acuerdo de la rimita esa de “el coche no me arranca”.

—Ayer venía en el bondi escuchando música y pensaba: si algún día me muero, quiero que todos a los que les importe mí muerte escuchen algún tema que me gustaba.

Debería empezar a armar esa lista.

—No estoy obsesionado con la muerte, pero la pienso bastante seguido. Cuando me siento en peligro, cuando voy en un auto que va muy rápido, por ejemplo, pienso que si me muero, me muero. Yo no creo que me entere, ni que tenga un impacto muy grande en mí. Me da más miedo hablar en público. Soy muy inseguro.

No le importa. Su atención está detenida, pausada en un instante que ya pasó pero que sigue repitiéndose mientras el tiempo no descansa.

—Por toda acción que uno realiza, hay una reacción igual y opuesta. Algo así era. Dicen que el universo se divide en millones de posibilidades de respuesta a esa acción. Por lo tanto hay millones de universos paralelos llenos de distintas reacciones, donde todo cambia muy mínimamente. Es imposible de mensurar.

Quizás en otra realidad el vaso explotó, yo sigo flotando y las brisas nunca se calmaron. El mantel se convirtió en alfombra, las sillas se deshicieron y la mesa desnuda se ocultó.

—Sé que a veces utilizo palabras raras, pasa que se me infiltran —Miro mi reloj—. ¡Uh, estoy llegando tardísimo!, me la pasé hablando y no me di cuenta de la hora. ¿Vos cómo estás?

 

Autor: Agustín Saba.

Agustín Saba nació en Lomas de Zamora en 1988. En el colegio, escribió la primera ficción que recuerda: un pedido de rescate por una rata de cerámica que le robaron a otro curso y terminó con un compañero expulsado, dos suspendidos y amonestaciones colectivas. Luego de dar vueltas entre el CBC de ingeniería y sociología, comenzó sus estudios en la UNLa, donde cursó la licenciatura en Audiovisión. Pasa su tiempo de ocio entre libros, películas y recitales. Participa del taller de escritura de Maricel Santin.

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