No me mires
Apago el despertador minutos antes de que suene. A pesar del tiempo viviendo aquí no logro acostumbrarme a las bocinas de los trenes frente a nosotras. Miro los ojos cerrados de mi nena, vuelvo a apoyar la cabeza en la almohada. Siento el olor a vómito en el pelo. Fue una noche tediosa, pobre, amor. La despierto, se duerme aun en la ducha, pesa tanto ya. Le estiro el pelo con una cinta rosa, le beso el pie que le apreté sentándola en la silla de ruedas. Desayunamos mientras miramos los dibujitos en la televisión. Aprieto las manos en los mangos de empuje hasta la calle. Esperamos la camioneta escolar, a las apuradas leo en el cuaderno que la maestra pide más pañales. Maldita obra social, me pregunto si podré esta semana. Dibujo la sonrisa más humana, sacudo la mano impregnada de colonia de niñas, saludando hasta la vuelta. Veo en los rostros de los que la suben un dejo de lástima y cierro la puerta.
Me lleno el cabello de shampoo que huele a sándalo, masajeo con fuerza como si fuera a quitar la presión que siento. Toco los pechos, paso mil veces la esponja en los muslos así tal vez los suavice, saco la lengua para sentir la ducha y si es posible quemármela para no desear gritar histérica.
Él, presente allí, del otro lado. Sólo nos separaba una medianera.
Me lo crucé muchas veces volviendo del mercado, siempre me sonrió piadoso con los dientes blancos, parejos. Alguna vez salió temprano, ayudó a subir la silla de ruedas a la camioneta. Se le levantó la campera, pude ver que tenía un hermoso culo y una nuca delicada. Ni escuchó mi agradecimiento, cruzó a la estación apurado. No entiendo por qué vive solo, parece un buen hombre. Pienso que es de esos que te cogen dulcemente y luego no huyen endemoniados. De esos que son divertidos, porque nacieron con la sabiduría innata del sexo entonces son despreocupados. No hubiera podido oírme, apenas susurré. La voz no me sale cuando estoy con ella.
El pelo aun chorrea, me siento frente a la ventana escondida tras la cortina. Es la hora, veo su andar apurado, mochila cargada. Al principio desde aquí, me limitaba a observarlo irse, luego pensé en interceptarlo e invitarlo a casa, claro que para esa hora corría el riesgo de que el olor a pañales sucios interrumpiera todo intento de seducción, desistí sabiendo que la charla rondaría en la cotidianeidad de madre sacrificada, que terminaría en tardes sollozantes y noches incógnitas. Terminé repitiéndome que hasta ese día nunca había intentado conversar conmigo.
Entonces una mañana, incontenible, enjaulada, salté la breve pared que daba a su casa. Ayudada por una banqueta que hacía las veces de apoyo tambaleante, paseaba por el pasillo, respiraba profundo, curioseaba el borde de cada planta. Hasta tocar la mugre del piso me resultaba atractivo. La travesura no tardó en convertirse en deseo. No podía dejar de pensar en esa casa ni en él, trataba de adivinar los sonidos de las puertas, de oír voces distintas, las noches vencían entre el salbutamol y el espionaje auditivo. A medida que controlaba con precisión su horario de llegada, empecé a coleccionar objetos de placer y belleza, que guardé en un bolso bajo mi cama.
Por fortuna, el deja las persianas levantadas. Recuerdo que en el primer intento de asomarme, debí regresar veloz a casa, casi orino ahí por la excitación. Luego con gran maestría aprendí a correr los marcos corredizos de la ventana, la humillación de entrar es exquisita. Reconozco mi cuerpo en cada contorsión y cada moretón se convierte en un trofeo.
Apoyo el bolso en su cama tan desprolija, me recuesto para sentir el olor a sudor, a veces la beso. Logro recomponerme y saco los maquillajes. Me desnudo por completo, la colcha áspera hace cosquillas en mis muslos. Subo las medias de nylon ajustadas hasta casi sentirme inmóvil. Bato mi pelo, en ese enjambre tomo el cinturón de charol negro, parto las vísceras con este cordón aliado. Observo la totalidad en el espejo de la cómoda, me pinto los labios rojos y extiendo las pestañas al igual que la respiración. Bailo con una música repetida en cada visita, aunque la casa está en silencio. Me sumerjo en esas dos gotas robadas de su perfume, cierro los ojos y lo veo sonriéndonos. Perforo el piso con el eco de mis tacos. Arqueo animal en cuatro patas, desearía romperme la espalda, interrumpo la mínima posibilidad de comenzar a llorar gateando hasta el baño. Huelo los papeles del cesto.
Autora: Eugenia Casuso (Buenos Aires, 1978)
Docente. Su desempeño artístico involucra al teatro, la danza, la escritura, la fotografía y la danza. Su formación actoral estuvo a cargo de Graciela Dufau, Helena Tritek, Hugo Urquijo, Néstor Sabatinni , Juan Carlos Trichilo, Escuela de Alicia Zanca, Pablo Ini y diversos talleres en el Centro Cultural San Martín desde el año 1999, entre otros. Participó del seminario “Teatro danza ,el ser danzado y la performance” a cargo de Veka Ayanz Peluffo. Danza jazz, nivel intermedio. CCGSM. a cargo de María Eugenia Giudice. Comedia Musical y Teatro Fusión, a cargo de Juan Carlos Pereyra. Técnica vocal, a cargo de Valeria Lynch. Esc. comedia musical V.L. Cursos de fotografías Nikon School Argentina. Formó parte de la compañía teatral Lamalgama. Con esta compañía realizó los espectáculos “13 minas bravas hablan de amor” (2010) “Bellas y bestias” (2012) y “Lorquianas” (2013). Realizó su primera muestra fotográfica “PROYECTO MÙSICA” en espacio arte taller G.B.F. San Fernando. En el año 2015 participó del espectáculo de teatro danza " Hotel Eleanor "en la Sala Muiño del CCGSM.
Actualmente participa del taller de escritura de Fernanda García Lao.
Se encuentra trabajando en su libro de relatos, poesía y cuentos surgidos de las estadías en la ciudad de Paris, en la cual realiza desde el año 2016, diversas actividades de formación.