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Hotel Astor


Calama – Chile- 18-11-17

(UNO)

Estaba pensando en esta sed de luna y en los objetos que caen,

¿sabes?

Nunca más vino nadie a pedirme un abrazo.

Aún no logro congelarme después de que viniste con los ojos cuadrados

alucinando arcángeles y superficies mayores.

Me hablaste sobre un hombre

cuyo nombre preferí olvidar

yo te pedía que no lo hicieras.

Jamás fuiste blanda cuando se trataba de partirme el corazón

quizás porque nunca te mojaste tanto con mi sangre

siempre viste al mundo de una forma

seca y tierna

triste y brillante.

Todas aquellas mezclas imposibles

en ti eran algo común

mientras flamearas tu bandera de desapego,

el único trapo tuyo que jamás toqué.

(DOS)

Pensé en que no vendría nada mal olvidar las razones de la luna ¿Recuerdas que nos había dejado el último tren de Tigre a Capital?

Quizás tampoco vendría nada mal un sorbo grande de algún agua gris.

El Hotel Astor era un misterio,

todo tenía el color de un sueño.

Ciertas apariencias incluso,

si no fuera por algunas fotografías que sacó La Negrita aún me lo estaría cuestionando.

El alma de los decaídos no da para más,

en este pleno mes de frío

pienso que quizá tenga que volver al Hotel Astor

y que no vendría mal olvidar las razones de la luna

tal vez tú me puedas acompañar,

aparecer, qué sé yo,

como esa suerte de milagros que narran en los textos de supersticiones que algunos propagan.

En fin, no hay desgracia más grande que tu ausencia.

(TRES)

Estaba pensando en lo lejos que estaba aquella moneda,

tirada en la mitad de dos estaciones imposibles.

Querías retratar toda luz

buscarla sea como sea

entonces sacabas la cabeza antes de llegar a la estación terminal

aún con el tren en movimiento

y yo queriendo retratar el oro de tu reflejo te seguí,

tu pelo entraba en mis ojos como espinas

y tu respiración sobre los árboles era casi un silencio.

A veces pienso que debí haberme asegurado de que no estuvieras muerta.

Se prendían los motores por donde pasabas,

eras la pieza más importante de este rompecabezas,

las vidas y las muertes de esta función.

Cuando entraron los vendedores al vagón

pensé en hacerme humo,

en su defecto, me quedé herido

tras un destello como de brisa

y tú mirabas fijo por la ventana, empañando el vidrio mientras me contabas

que tus galletas preferidas tenían grasa animal.

(CUATRO)

Difícilmente comprenderías el capricho mío de dibujarte los labios cuando más moría.

Claro, yo estaba muriendo a cada sonrisa tuya,

por la impotencia de entender que todo avanzaba al final.

Ahí estaban tus manos conduciendo a las mías.

Llegamos entonces, a un portón rojo que daba a un oscuro patio.

  • Tendría que haber vuelto ¿sabes? (te dije)

  • No es necesario, vas a salir vivo de esto (me replicaste con plena confianza)

  • Eso es lo peor (pensé)

Hablábamos como si supiéramos el destino,

como si la vida congelada de aquellos años fuera manipulada a nuestro antojo,

miré tu cara y mis párpados sangrando se acurrucaron en tus uñas.

Entonces caminaste más rápido y entraste a aquel hotel.

Sus largos pasillos silenciosos con puertas negras,

ni una sola vida... ¿te acuerdas?

La recepción era como un cuarto de velorio

pero vacío, en sí.

Por aquella pequeña ventana se veía la luna

enorme y en tus ojos el reflejo de un letrero de luz que decía:

“Hotel Astor”.

(CINCO)

La niña está corriendo por la ladera del río,

carga sus talismanes, piedras y flores pequeñas.

Pienso que así te arrancaron alguna vez a ti.

Querías descubrir qué había más allá de esos islotes

frente a los barcos, lo único que podía hacer era sucumbir.

Aquella impaciencia del río certero,

y la luz de los caminantes, el día de las familias,

la aurora última de un flash y un robo.

¿Creías que esas almas de pronto podrían volver?

Me tomaste en silencio,

y con una piedra raspaste mis dedos,

tus ojos se volvían verdes

y no podías ver ni aguantar a las mariposas que entraban y salían de tus oídos.

"¿Escuchaste eso?" Me preguntaste.

Pero el silencio era más fuerte,

entonces te cubriste de mi manto rojo

y se apuñalaron las virtudes

ya no llorabas sal,

esta vez llorabas sangre.

ANTES DEL OLVIDO HOTEL ASTOR

(UNO)

Comprendí que el viaje era un desesperado intento de aplacarme a la memoria,

no marchar por mí mismo, más bien, caminar donde ella deje tendido su pañuelo y ver como entre los vientos se vuelve de metal.

Es verdad, cada paso que da es un nuevo paraíso, entonces dejaba marcas de árboles del sur de Chile inevitablemente míos.

¿Dónde queda corazón el desvelo?

Cualquier colectivo que pase como una bala y penetre las avenidas será nuestro autobús

El camino, como cicatriz, tiene que ser descubierto

Entonces por él avanzaremos acomodando nuestras presencias

Y así como tú lo mirabas

yo lo aceptaba.

Sequé mis llagas al sol

y vi marcharse como un segundo recuerdo la habitación apagada por las ásperas melodías del vapor saliendo del baño.

Y afuera en la calle llovía y el mundo lloraba mientras los habitantes

desaparecían a lo lejos con sus oscuros paraguas.

Que melancolía esta tarde.

Llegamos en el autobús a la estación

y como venas en Retiro todos los trenes eran tristes

y nosotros como sus sangres entramos sin preguntar, por el dulce ritmo del movimiento.

(DOS)

Recuerdo que ya no reías más en este templo,

era un chiste todo, ya lo ves,

y esas palabras indefinidas

que brillaban en lo etéreo como toda compasión.

No fue más que el goce de un segundo

con tu mano apretando mi corazón

que era como una goma pálida

sin nada que ofrecer.

Los ríos se avecinan y fuertes vientos nos saludan.

Quisiera retornar a tu memoria, capricho de absolutismo, nada, ni un solo trozo de cerámica, ni una sola pieza vendita, ni piedras, ni ladridos, ni arena, nada

ni un color bendito, ni amapolas, ni ciudades.

Se abrieron todas las puertas del Hotel Astor.

Retumbó todo de un solo golpe.

Luego el silencio más grande que pude haber escuchado.

No te miento, estaba aterrado,

miraba lo impecable del aire,

lo absurdo

la belleza como la muerte.

¡Todo de un solo golpe!

Sin previo aviso...

Luego te miré,

ahí estabas,

sonreías,

los ojos te brillaban.

Tu mirada como una incógnita pegada al infinito,

tu respiración como la de un animal a punto de recuperar la libertad,

tu frente pálida, impecable.

La seguridad de tu propia hazaña,

tu propio silencio.

(TRES)

Toda piedra transitoria fue elevada a los cielos

y cayó,

fieramente como tu esencia.

Fueron fecundados los mares frente a tus ojos,

y antes el mundo frente al de otros.

Tú, compasiva aurora despeinada

llegabas de la mano de otros sueños a esta vida.

Te parieron mientras el aguacero se encargaba del mundo

y las apariciones letales

entre enredados farellones de muertes imposibles.

Ahora estas acá, frente a un viejo espejo del Hotel Astor,

juegas con tu pelo, parece que juegas.

¿Pero quizás, es solo un movimiento involuntario?

Pero algo tras tus ojos es la única verdad.

Afuera los árboles enloquecen,

crujen las hojas movidas por murmullos,

no me has dicho una sola palabra desde que abrieron las puertas.

Un remolino de frío abraza mis manos,

y te nombro mientras recorro con mi vista cada esquina de la habitación,

los almohadones grises, las sombras tras la cortina

el velador, su lámpara de loza, con pequeñas flores azules.

Tú misma parecieras haber envejecido,

ya eres parte de las murallas y el espejo parte de ti.

Por eso desesperé y grité tu nombre,

¡Celeste!

Pero nada te conmueve.

Vas viajando por otros suspiros

tantos otros, todos menos los míos

y uno a uno, arman escalones

y creíste estar en el cielo,

quizás lo estabas.

Pero la aparición fue más certera,

y las primeras piedras empezaron a chocar con las paredes.

Una atravesó el vidrio,

fue a caer tras tus zapatos

has vuelto a sonreír.

(CUATRO)

“¿Te revelé alguna vez por qué caminos llegar a los lagos de mis sueños?"

(me susurraste, mientras yo de un salto me puse de pie)

Jamás habrás entendido con qué sed te anhelaba,

hasta el hueso más insignificante de tu cuerpo era más grande que mi vida.

A pronto que comprendía con qué velocidad soñabas,

fuimos entrando en tus poros para armar musarañas,

ya no había cristales repartidos por ninguna parte.

Lo cierto es que no recordaba haberlos botado,

pero mis manos y tus manos estaban llenas de heridas

y un girasol en el florero había sido coloreado con sangre.

“Los lagos de mis sueños se están partiendo por la mitad”

En ese momento fue cuando tu vista infinita se estalló en mi pecho

y fue como si me hubiera chocado el planeta,

pero me contuve el dolor.

Eras el peso de todo el mundo entrando despiadadamente en mí,

y tus venas azules me amarraban como a un cordero

pero te aguanté, como he aguantado todos tus segundos.

“Cada camino es una escalera, pero la tierra se mueve y las estrellas quedan paradas”.

Secaste tus lágrimas y las mías.

De pronto el nicho de mi memoria era nuevamente un segundo.

Te vi cerrar los ojos y te abracé.

Te oí respirar cada vez más lento hasta que un último suspiro te llevó a los lagos misteriosos de tus sueños,

y sentí tanta dulzura, tanta compasión

que no quise volver a respirar para no despertarte.

Así que me puse de pie frente a tu espejo

y saqué uno a uno los vidrios que tenía enterrado en el cuerpo.

(CINCO)

Por los pasos y los cuarteles oxidados y las apariciones

azucenas y cantos de sirenas ante las caídas.

Aquella mañana desperté,

tú mirabas el techo como si fuese un hermoso trofeo,

sabes lo cruel que fue haber nacido en un mundo habitable.

Nuestras cortinas ahora tienen otro color

y las siluetas desaparecieron.

Sabía que había que salir de la habitación

pero no me movería hasta que tú lo hicieras,

busqué entre las caricias un poco de agua

el viento al fin entraba con fuerza

y el frío que era tu regalo nos despertaba.

Agarraste mi mano y tu mochila, caminamos al pasillo.

Nuevamente estaba despejado,

cerraste la puerta y sonreíste,

tu vista hacia el río,

los barcos,

el caudal triste de Tigre,

y el musgo grueso,

el tren…

El día es hermoso.

Despertaste con toda la primavera en tu memoria.

Lástima que después de este viaje no nos volveríamos a ver.

SOBRE CELESTE Y EL HOTEL ASTOR

Era interminable como un secreto en lo profundo,

sus misterios, sus ilusiones, sus ojos casi siempre apagados,

disfrutaba de los naufragios, de las corrientes.

En apariciones momentáneas asustaba al mundo

con la ternura con que el demonio amamanta a sus hijos.

Era el fuego y quemaba las fronteras.

Era el hielo y congelaba las palabras.

En las mañanas aparecía con la inquietud del desafuero,

y destruía todas las torres lógicas:

campanas, desayunos...

Festejando al fin

su vista misteriosa entre los andenes.

Cada lugar que pisaba era de pronto suyo,

cada caricia a las aguas retornaba en fuertes remezones.

Cuando la vi por primera vez

supe en ese segundo que terminaría mi libertad.

Desde entonces muelo la tierra, la mojo para armar el barro.

Todo lo que habita en mi interior es el choque de este auto sin frenos.

Y en lo valiente del alma,

las jarras quebradas y el horizonte arrancado,

está también su nombre

que circula entre los fuegos

de un milagro de vida.

Una mañana decidí marcar su teléfono.

Después de varios intentos me contestó,

seguía sola como siempre.

Anduvo en varias ciudades enloqueciendo de obsesión,

lograba trabajar, dormir poco,

entonaba canciones que ya se habían apagado hace años,

circulaba con su corazón lo que le quedaba,

abría la voluntad del mundo aún,

al menos según ella y ella nunca mentía.

Yo quedé mudo nuevamente escuchándola,

me preguntaba si nos volveríamos a ver.

Yo sabía que no había más paraíso para nosotros,

entonces colgué.

Eras todas las madrugadas del mundo dentro de mí.

Celeste, si un día lees mi poema

espero que el mundo aún siga contigo.

Y que en lo preciado de la muerte,

el esqueleto vital de las voluntades,

al menos siga en pie el viejo Hotel Astor de Tigre,

y nuestra carnicería de vida.

Fin

 

Autor: Juan Rudolffi

Este poema fue editado en plaquette por Ediciones Frenéticos Danzantes

Pueden descargarse obras de este autor en la biblioteca de

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