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Fisco, el Grande

Comunidad de Fisco Grande, Santiago del Estero. Escuela n° 638. Enero. Temperatura: alrededor de los 50° durante el día. Amplia apertura térmica.

La foto fue después de jugar al fútbol en la canchita que se ve de fondo. Así, de vestido, sin corpiño (porque no uso, igual) y en ojotas. Con lxs compañerxs y lxs niñxs. No me gusta cómo salí, pero sí me gustan las anécdotas a las que me remite. Me ayuda a recordar mejor.

Recuerdo a un par de santiagueños verdugueándome cuando estaba en el arco y atajaba circunstancialmente alguna. Calculo que por ser mujer y estar jugando a la pelota (toda colorada por el calor y encima de vestido, la boluda). No importaba, me quería divertir. Yo también me reía, de paso.

Recuerdo una tarántula enorme al costado de la cancha, mientras jugábamos. A un compañero que lo hacía descalzo sin sentir dolor alguno, le dio miedo (bueno, a mí un poco también). Se fue a la mierda. Eso también me hizo reír.

Recuerdo particularmente esa hamaca, porque me ayudaba a desconectarme un rato, en soledad. No es fácil convivir con treinta y pico de personas durante varios días. Internet, no existe. Tampoco era muy necesario, los días eran eternos y siempre había algo para hacer. El rincón de lectura: eso sí, obligatorio. Me llevé un compilado de cuentos rusos que devoré rápidamente.

Recuerdo entrar al baño sin antes prender la linterna (sí, una viva bárbara). No había luz, salvo a la noche, cuando prendíamos el grupo electrógeno. En ese momento, me atacó una avispa en medio de la oscuridad. Justo en el ojo, la guacha. ¡No lo perdí de orto, nomás! También nos quedamos encerradxs en un aula cuando trabajábamos en la actividad grupal, y nos quiso atacar otra. ¡Cómo salimos cagando! Eso también me hizo reír. Mucho, me dolía la panza.

Recuerdo lo que me costó agarrarle la mano al mecanismo del balde y la cuerda para sacar agua del pozo. Tirar boca abajo, cuando cae, con la cuerda para arriba, rápido. Así, un millón de veces. Hasta que me salió (persevera y triunfarás, ¿no?).

Recuerdo las noches de guitarreada, Fernet caliente con Manaos y algunas secas. Un par de compañerxs nos insultaron, varias veces. Con justa razón. Al otro día, arriba tempranito. De 5 a 7 de la mañana nos levantábamos. La cara de consumidora de base lo explica todo. La carpa en el piso tampoco ayudaba mucho.

Recuerdo las caminatas por los senderos o por la ruta, haciendo dedo. En una tuvimos suerte y nos levantaron. Qué lindo cuando pegaba el viento en la cara, luego de haber caminado kilómetros bajo el sol mañanero y de incipiente mediodía, sin un árbol que hiciera sombra, prácticamente.

Recuerdo estar con la gente, en sus casas; en la escuelita, tarde y noche. Los mates ultradulces, la famosa tortilla santiagueña (no probé nada igual por estos pagos). Las charlas más o menos fluidas. Los animales corriendo por todos lados, domésticos, silvestres.

Recuerdo a Pocho. ¡Qué lindo Pocho! Entre otras cosas, nos enseñó cómo se hacía "el torniquete", por si nos picaba una víbora, en su mayoría venenosas. Sí, no sólo había tarántulas, sino también víboras, alacranes, vinchucas, hormigas rojas y avispas gigantes, sapos mutantes, murciélagos inquietos. Muy linda la naturaleza, pero padecí de un alto nivel de paranoia durante la estadía.

Recuerdo el último día, el del festival. La última cena. Mesas y mesas llenas. Gente por todos lados. Comida por doquier. Comí y probé todo lo que pude. Pocas veces me sentí tan mimada. La empanada de iguana: 10 puntos, posta. Nos tocó presentar a cada grupo la actividad que llevábamos adelante. Memoria colectiva, la nuestra. Aproveché e hice un discurso improvisado. La importancia de conseguir una escuela secundaria para lxs pibxs de la comunidad de Fisco y alrededores. Algo me gustó. A algunxs compañerxs que se acercaron luego, parece que también. Si existiese video, pienso que podría chapear en alguna actividad de Didáctica Especial (¿cuándo no, la chanta?). Qué noche emocionante. Nos dijeron muchas cosas lindas. No me la olvido más, por suerte.

Recuerdo la despedida. En mi caso, no dormí más de dos horas. Ya sentía nostalgia saliendo de la escuela y subiendo al colectivo que nos llevaría hasta La Banda, donde para el tren que va a Tucumán. Me desmotivaba un poco el viaje, también. Más de un día arriba del tren. La mejor anestesia para el culo, sin dudas. La pasamos bien, igual. A la ida, meta truco y mates. A la vuelta, me dormí el 80% del viaje. Cuando me desperté ya estábamos por San Pedro, más o menos. Sí, se me había agotado la batería. En Retiro me recibió mi vieja. La tipa se mandó al andén sin más, fiel a su estilo. Me dio un abrazo y me dijo que estaba "negrita". Eso me gustó (¡con lo que me cuesta broncearme!). También estaba sucia, cansada y con hambre. Pero con el corazón contento, a lo Palito Ortega.

Recuerdo porque extraño. Y extraño porque recuerdo. Qué afortunada soy por poder recordar. Pero ya estoy (estamos) volviendo, pronto. Sacá la tortilla y poné la pava. "El mío sin azúcar, ¿puede ser?".

 

Autora: Olga M. Durand

Olga María Durand nació en Lomas de Zamora, Gran Buenos Aires, en al año 1995. Actualmente, estudiante de Historia en la Universidad de Buenos Aires. Militante social y feminista. Peronista, pero de izquierda. Rusófila. Interesada en estudios indígenas.

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