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-Mirá amor, por favor vení a ver esto, siéntate, siéntate. Tenías razón debía cambiar la forma de enseñar historia. Sabes como llegaba a casa. Casi llorando porque todo lo que les decía revotaba contra las paredes y me daba en la frente, o eso me hacían sentir. ¿Quieres que abra el vino? Debemos festejar ésto.

La profesora se puso de pie y se dirigió a la cocina.

-¿El destapador? Ah, ya lo encontré. Debía comenzar con el grandioso tema: Revolución industrial. ¡Madre mía! Más que importante para los chicos entender como comenzó a forjarse el mundo que conocemos ahora, el mismo que se desnuda cuando abres la puerta de tu casa.

-Te noto excitada -Exclamó la repostera.

-¡Claro amor! Mira esos exámenes.

-¿Un poema?

-Un poema, un dibujo, una canción y una pequeña obra de ballet que me dieron grabados. Los chicos expusieron sus emociones, sus conocimientos que adquirimos en debates que se fueron dando. ¡Nadie quería salir del salón cuando tocaba el timbre del recreo! ¡Ni yo podía creerlo! Una vez la profesora de matemáticas, que es la que me sigue, avisó que se ausentaba y los chicos me pidieron si me podía quedar para seguir discutiendo. ¡Vaya discusiones! Tremendas.

La repostera no perdía oportunidad de observar aquel rostro que amaba, porque brillaba de alegría.

-!Uy¡, todavía continúo con el vino en la mano, perdón.

-No hay problema, dámelo, yo lo abro. Continúa.

-La primera vez llegué y no llevaba nada anotado ni pensado, solo me paré frente a la clase y comencé a preguntar en qué trabajaban sus padres. Escuela pública, sabemos bien que son obreros, salvo uno de los chicos, pobrecito, su papá es policía. Le dijeron de todo los demás chicos. Muchos de ellos vienen de barrios humildes y esos perros asquerosos descargan todo lo reprimido, toda la bosta que llevan adentro en esos lugares. Bueno, volviendo al tema, dijeron los oficios: 12 horas manejando un remís, 10 en talleres, 10 en locales de ropa o comida.

-!Como yo¡ -Levantó la mano la repostera.

-Sí mi amor. Ya te dije que tenes que irte de ese lugar.

-No nos alcanza. Vos vas de escuela en escuela, a las corridas, algunos días y otros no tenés horas. Pero no importa, brindemos.

Lo hicieron, bebieron y la profesora buscó la boca de la repostera con violencia.

-Estoy tan excitada, tan feliz que hoy cocino yo -Dijo la profesora sin alejar mucho los labios de su pareja.

-No, no -sonrió la repostera- Hoy tenemos que festejar y con la comida quemada no se puede.

-Bueno, pero el postre lo pongo yo -Dijo la profesora y le guiñó el ojo.

La trabajadora de la alimentación se ruborizó.

-Continúa, dale -Exclamó aún colorada.

-Antes de seguir les comenté que los productos, cuando no existían las grandes fábricas, eran hechos en pequeños talleres, que las ciudades no eran como las conocemos ahora y la mayoría de los seres se encontraba en las zonas rurales. Cuando volví les mostré fotos del desarrollo de la revolución industrial.

-Sí, las recuerdo. Aquella noche debimos cenar en la punta de la mesa.

-No solo eso, les llevé fotos de como vivían los trabajadores y como la naciente burguesía.

-De seguro despidieron a más de un padre de su trabajo al otro día.

-Ojalá que no, y que tampoco haya sido golpeado ningún alumno por sus padres. La verdad no es triste, pero duele.

-Pero tiene remedio -Exclamó la repostera y volvió a llenar su vaso.

-Sin duda, pero no voy a meter a los chicos en una revolución.

-Ya bastante tiene uno, a esa edad, con sus revoluciones internas.

Se besaron. La profesora se le sentó en la falda a su deseada compañera y comenzó a acariciar su cuerpo. La repostera se acomodó en la silla, entregando su pecho a las manos que sabían apreciarlo. Cinco dedos recorriendo su panza y sus tetas, bastaron para que cerrara los ojos sin soltar el vaso de vino, al que cada tanto degustaba. La profesora llevaba su mano desde la frontera del pantalón hasta el desnudo cuello, al que comenzó a besar con suma cautela.

-El postre...

La profesora la cayó con un tierno beso y luego fue por las orejas, las lamió y apretó, mordió y jugó.

-Veo que te excita la revolución industrial -Dijo la repostera acariciando el cabello de su compañera.

Rieron.

-¿Qué pasó luego de las fotos? -Le preguntó la repostera sin despegarla de su cuerpo.

-Les pregunté si le parecía justo. Fue obvia la respuesta. La otra pregunta que les hice fue si creían que todavía existía tal diferencia de vida. También fue la respuesta esperada.

La pareja bebió vino.

-Ten cuidado, que si el hijo del policía habla vas presa por anarca.

-¿De tal palo tal astilla? Ese chico es un santo, podría apostar que nunca será policía.

-Esperemos, no sé dónde voy a encontrar a otra profesora como vos.

-Sos dulce de vez en cuando, y no lo digo por tu trabajo.

-Pésimo chiste.

-Perdón.

La profesora apuró el vaso y volvió a servirse.

-Tranquila, amor -dijo la repostera- sé que mañana no trabajas pero tampoco para que bebas así.

-No te hagas drama, mañana te despierto con el desayuno.

-Con ese ritmo ni te vas a dar cuenta que me fuí.

-Vas a tener el mate y las galletitas de limón que tanto te gustan.

-¿Y besos?

-Según como te portes en el postre -Volvió a guiñar el ojo.

La repostera de nuevo se ruborizó.

-Pensar que vos te vas a quedar en la cama, y con el mate, me dan ganas de no ir mañana -Dijo sonriendo.

-No vayas.

-Sabes que necesitamos la plata, y un día que falte me descuentan mucho.

-Hijos de puta -Dijo furiosa la profesora.

-No pensemos en ellos ahora. ¿Cómo siguió tu clase?

-Hablando de cómo esos parásitos se llenan de plata.

La repostera rió y escondió su cara entre sus cabellos para que su compañera no se enojara.

-Sos boluda, che.

-Perdón. Contame.

-Tomé el ejemplo de dos panaderías

-¿Siempre estoy tan presente en tus clases?

-Siempre.

La repostera la beso y llevó su cabeza a la falda de la profesora.

-Continúa.

-¿De dónde sale las ganancias de los patrones? Les pregunté. Tiraron de las ventas; buscar frutillas más baratas respondió uno y también en pagarle menos a la vieja que cocina el pan.

-¿Una vieja?

-Al parecer había visto a una anciana cocinando cuando entró a comprar pan.

-Tan chiquitos ¡y ya machistas!.

-No son tan pequeños.

-Bueno, seguí.

-Más o menos, le dije a éste ultimo machista en potencia -exclamó sonriendo- Piensen, ahora a la clase, que las dos panaderías necesitan de materias primas, allí habrá un gasto parecido, quizás el mismo. No se puede ahorrar en eso, porque mala materia prima, mala producción y nadie más va a comprarte. Después, los precios no pueden aumentar por la famosa competencia de oferta y demanda. Lo que quiero decir es que el precio del producto final ronda el gasto de todo el proceso para producirlo, teniendo en cuenta el gasto del horno y demás máquinas. Entonces, ¿de dónde sale la ganancia del patrón?

-De las ricas tortas que hago.

-Tengo las suerte de comerlas aquí.

-Yo de clases particulares, como ahora.

-Los intelectuales no cuidamos nuestra figura, sabemos que el verdadero amor viene del interior de la torta.

-O en el lemon pay -Exclamó la repostera.

-Ya se me ocurrirá cómo explicar la historia con solo una torta. Al final de la clase la comeremos.

-Me gustaría estar presente.

-Puedo dártela en la cama, desnudas y con una torta se me ocurren muchas cosas.

La repostera sonrió y ocultó la cara tras sus manos.

-Sé que te gusta.

-Sí. Pero sigamos con la clase.

-¡Haz una torta y vamos a la cama! -propuso la profesora.

-Cuéntame, cómo siguió la clase.

-Sólo si haces una torta.

-Estoy cansada.

-Haré un biscochuelo, con un poco de imaginación también es erótico.

-Muchísimo. Ni lo pienses. Te prometo que mañana hago una de las que te gustan. Continúa.

-¿Dónde quedé?

-Plusvalía -Respondió la repostera.

-Cocinera e intelectual... ¿quién lo diría?

-¿Por qué no se puede ser las dos cosas?

-Además linda. En fin, les dije que la única forma de ganar dinero es quitando dinero a los trabajadores. Eso se llama sueldo. ¡Que irónico!.

-Más o menos.

-Bueno. Les recordé que sus padres trabajan 10 horas, y que su sueldo es por menos horas trabajadas, supongamos siete u ocho. Las restantes son horas regaladas al patrón, digamos no se trabaja para su sueldo sino para el de él o ella.

-Es la primera vez que dices ella, todos los anteriores fue patrón.

-¿Machismo?

-Un poco.

-Por eso todo reclamo obrero es justo, porque es el único que produce.

-Menos pedir el poder -Aclaró la repostera.

-Si lo hace deja de ser obrera y pasa a ser autoridad, a vivir del resto.

-Entiendo. ¿Qué pasó con los chicos?

-Los veo pasado mañana. Pero ahora que lo pienso soy una buena patrona. Cocinas y ganas más que yo. Vivo de vos.

-Limpiás.

-Pero me das de comer y pagas.

-Soy un buena obrera.

-Una buena hembra servicial.

-No te pases -Dijo, seria, la repostera.

-Vamos obrerita. Cocina desnuda y luego masturbame.

-Que rápido demostró tu rostro el poder.

-Siempre fui sexópata -dijo sonriendo la profesora- con poder llevaría mi adicción al sexo a magnitudes monumentales. Una mujer distinta cada noche.

-¿Sexópata y adicta al sexo es lo mismo?

-No lo sé.

-Eres profesora.

-Y tú repostera. ¿Ya se acabó el vino?

-Así parece.

-Voy por más.

-Creo que no hay.

-¿No hay más alcohol? -preguntó exagerando los movimientos- Esclava, vaya por vino al chino.

-¿Ahora soy esclava?

-Esclava o proletaria, es más o menos lo mismo. Ahora andando.

-Todavía no cobré.

-¡Ja! Como buen gobernante te daré dinero para el alcohol -Dijo la profesora que continuaba actuando.

-No eres buen gobernante, me estás educando.

-Maldita sea la educación. Bueno, aquí está la plata, la tarasca.

-¿Me acompañas?

-¡Estos esclavos del siglo XXI! -dijo imitando dictadores- Vamos.

 

Autor: Bruno Schinoni

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