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Tengo el despertador programado para que suene a la mañana exactamente a las 07:46. Por algún tipo de TOC que tengo y del cual desconozco el por qué, soy incapaz de poner la alarma del reloj en un horario múltiplo de cinco. No puedo poner una alarma a las ocho menos diez por ejemplo, sino que tiene que ser a las 07:51. Como me cuesta levantarme, suelo decirle al celular que está sonando “dejame diez minutos más…” y me quedo acostado, con la cabeza entre las sábanas hasta que vuelve a sonar.

Cuando por fin me levanto, voy a la cocina y pongo a calentar el agua para el café. Lo siguiente que hago es prender la televisión. Últimamente me estoy dando cuenta de que no me gusta el silencio de mi casa por la mañana. Me incomoda, me pesa, me duele. Lo único que hace es recordarme todo lo que perdí. Necesito algún ruido que rompa ese silencio. Como no me gustan los noticieros, busco entre los canales de cable alguna comedia o algo que me fuerce a reír. Por eso me gusta ver Seinfeld en ese horario. Seinfeld es una comedia yanqui de finales de los 80, para los que no la conocen. Hay un par de personajes, los padres de George, que se parecen mucho a mis viejos y eso me divierte.

Existe una diferencia, al menos en mi diccionario, entre soledad y ausencia. Una que necesito explicar para poder seguir con el relato. No es lo mismo sentirse solo, que sentir la ausencia de una persona específica. Yo me las imagino – quizás por alguna necesidad que tengo de buscar metáforas para todo - como dos monstruos, con armas, temibles ambos, pero muy distintos. La soledad es un ser mas grandote y grotesco, poco inteligente, de movimientos torpes, pero muy fuerte. Va armada con un garrote largo y tosco que le hace juego. Cuando golpea duele en todo el cuerpo, es como la embestida de un toro, te levanta como sorete en pala y te deja tirado, todo el cuerpo dolorido. Es un dolor muy físico y pesado. Como es bruta y grandota, es difícil que a uno lo agarre desprevenido. Uno la ve venir por lo general y puede prepararse para el impacto, incluso evitarlo. No sé si está bien o no, pero lo cierto es que con el tiempo he aprendido algunos trucos para evitarla. Cosas como las drogas, el sexo o la gente pueden ayudar a suavizar el golpe.

La ausencia por otro lado es un poco más pequeña que la soledad, sus rasgos son más finos y es mucho más inteligente. Asusta como la muerte, como la noche. Asusta como asustan todas las cosas que son inevitables. Camina suave y en silencio y va armada con un bisturí. Cuando golpea, uno nunca ve venir el golpe. Éste puede venir de cualquier lado, en cualquier momento, ya que la ausencia es un monstruo que siempre está presente. Duele como un rayo, como un disparo, como todo lo que es veloz y destructivo y sabe exactamente dónde golpear. Yo la imagino como a Caribdis de la odisea, acá no hay un carajo que hacer, no hay truco que valga, no hay truco con que evitarla, la ausencia es implacable.

Yo ya me había terminado el café, me había lavado los dientes y ya me había puesto la camisa, me había prendido el pucho. Estaba mirando los últimos minutos de la serie y en la última escena uno de los personajes aparecía en bata. Aparecía en bata de baño, hacía un comentario desubicado y se escuchaban las risas grabadas de fondo. Yo me quede duro al verlo, el cigarrillo que tenía en los labios se me cayó y antes de que pudiera darme cuenta mis manos se cerraron y comenzaron a temblar. Algo áspero comenzó a trepar por mi garganta frente a esa imagen. No pude identificar qué era, solo sé que era algo frío y con mucho filo. Como cuando la acción le gana al pensamiento, me tomó un instante entender lo que me estaba pasando. La bata que tenía ese personaje era igual a la que tenía Ella. Era del mismo puto color violeta claro que tenía ella, que tantas veces le había visto, con la que tantas veces le había cubierto y descubierto el cuerpo.

Fue como un rayo, como un disparo. Duró solo un segundo, tal vez menos. La imagen de esa bata me disparo una cadena de recuerdos, uno más intenso que el otro. Recordé cómo se veía con esa bata en las mañanas, cómo ésta dibujaba la figura de su cuerpo. Recordé cómo le abría aquella bata para abrazar su piel desnuda. Cómo era el sexo con ella, cómo se sentía el peso de su cuerpo sobre el mío. Recordé como nunca, con todo el cuerpo, cómo era sentirme a mí así, de esa manera. Recordé cómo sonaba su vos cuando decía mi nombre, cuando decía que me amaba. Recordé luego que ella ya no estaba, que ya no iba a volver a escuchar mi nombre ni a ver aquella puta bata otra vez.

¡Seinfeld y la recalcada concha de tu madre! ¡No tenés derecho! Ya estaba por ir a trabajar, ya me había colgado el morral, había prendido el cigarrillo. Ya estaba para salir. Ese no era momento para su ausencia, para pensar en ella. No quería pensar en ella.

Me repetí esto mismo varias veces. Me forcé a tragar saliva y cerrar los ojos. Me dije a mí mismo “¡no llores Martín! ¡No es momento, tenés que ir a trabajar, no llores!”… fue completamente inútil… lloré… lloré como un chico bajo el peso de esos recuerdos. Lo punzante de su ausencia hacía que las lágrimas cayeran por mi cara como una lluvia inevitable y fueran a parar a mi camisa.

Lloré desconsoladamente apoyado contra la mesa de la cocina durante varios minutos. Las piernas me flaqueaban y no podía mantenerme en pie por mis propios medios. No sé la verdad cuánto tiempo pasó, cuánto me tomó calmarme. Dudé bastante si ir a trabajar o no. Me daba vergüenza mi voz quebrada, mis ojos hinchados, no quería que me vieran así. Finalmente me convencí que si no iba, de que si me quedaba en casa no iba a parar de llorar nunca. Me calcé los anteojos de sol, aunque el día estaba nublado y me fui a trabajar. Al llegar (obviamente llegue tarde) me preguntaron que me había pasado que llegaba tarde y con la cara así. Yo no podía admitir, mucho menos explicar cómo es que había estado llorando como un idiota por una bata que había visto en una escena de una serie y puse mi mejor cara de pelotudo. Mentí. Dije que la noche anterior había salido, había tomado y no había dormido casi nada. Que lo que estaban viendo era seguramente mi cara de cansancio por la resaca.

 

Autor: un cigarrillo antes de dormir

el autor es Licenciado en Administración por elección, empleado bancario por necesidad y escritor por vocación

Mail: tincho899@hotmail.com

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