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Tríptico (Cuentos de la Gringuita)


Sin Fueros

Acá estoy.

Otra vez toca clase de educación cívica y todavía no me pude aprender de memoria el preámbulo de la constitución: nos los representantes del pueblo de la Nación Argentina, reunidos en congreso general constituyente por voluntad y elección de las provincias que la componen…y de ahí no puedo pasar.

-Imaginen- nos dice el señor maestro- que sexto grado es la cámara de diputados, séptimo es la cámara de senadores y yo soy el presidente.

Miro a los tres alumnos de séptimo que comparten aula y maestro con nosotros. Me los imagino perfectamente, son muy educaditos y formales de guardapolvos impecables, deben ser los únicos no repetidores de la escuela, por eso quedaron solos en esta promoción. A los de sexto no nos imagino para nada como diputados, pero hago el esfuerzo.

-Ustedes conforman el poder legislativo y yo el ejecutivo. Imaginen ahora que uno de sexto trae una propuesta de ley, si todos, o la mayoría de los de sexto está de acuerdo, pasa a los de séptimo. Si los de séptimo la aprueban, me la pasan a mí, que puedo aprobarla o vetarla.

Dicho así, parece muy sencillo.

Sexto y séptimo compartimos el aula que da al pasillo que usamos de comedor. Allí tragamos en cinco minutos los guisos y sopas que a la cocinera le lleva toda la mañana preparar. A veces me pregunto qué piensa de nuestras fauces en las que su arte culinario se vuelve efímero, pero nunca la escuché emitir palabra.

Cocina en un fogón al costado del patio, con la leña que llevamos todas las mañanas. Formamos y tomamos distancia con el leño a nuestros pies; y después de saludar a la bandera, se los dejamos junto a la cacerola gigante donde ya están hirviendo el arroz o los fideos donados por Molinos Río de la Plata que apadrina la escuela.

Estoy cansada de los fideos tirabuzón que almorzamos casi todos los días, pero me encanta cuando sobra gelatina y podemos repetir, me recuerda los sábados en casa de la abuela. Sólo que acá, salvo los días que hace frío, es líquida porque no hay heladera.

Pasando el patio hay una cancha donde los varones juegan al fútbol en la llamada “hora de educación física”, mientras las nenas se pasean del brazo por el patio o miran jugar a los chicos.

Yo soy de las que miran los partidos. En realidad miro las montañas que están más allá de la cancha. Me imagino que las sobrevuelo todas, que llego volando a Buenos Aires y la abuela me espera con gelatina de frutilla. Sólo en su edificio debe vivir más gente que acá en todo el pueblo.

A veces juego a la mancha con las nenas de tercero, porque lo de pasearme con las de sexto tomadas del brazo no es una actividad que me atraiga ni a la que esté invitada.

Me invitaban al principio, cuando recién llegué, porque les divertía hacerme creer que en la hora de educación física íbamos a tener efectivamente educación física con un profesor que estaba por llegar.

- Es que está llegando tarde.

-Vamos al patio de atrás que se ve el camino a ver si llega.

-Parece que hoy no va a venir.

Al final entendí que nunca iba a venir, que en realidad nunca había existido. Y me dediqué a la contemplación de las montañas en casi todos los recreos.

-Entonces, señor maestro- digo después de levantar la mano y que él me ceda la palabra- si yo, como diputada, presento un proyecto de ley proponiendo que pongan una red de vóley en el patio para que en la hora de educación física las mujeres también podamos jugar a algo, y sexto la aprueba y séptimo también…

-Entonces, yo la veto- me dice divertido-

Bueno, ahora imaginen que el poder judicial…

Pero ya no lo escucho. Por suerte, parece que hoy no nos va a tomar el preámbulo.

Camino los tres kilómetros a casa pensando en la impulsión de las leyes.

-En otra época, por eso hubieras ido presa- me dice mamá cuando le cuento mi intervención en la clase de hoy.

Después me propone llevar la idea de, en vez de comprar una red de vóley, para la que evidentemente no hay presupuesto, armemos una con lazos de lana hilada. Casi todas las familias hacen sus propios lazos para enlazar sus cabras y ovejas. Es un insumo fácil de conseguir.

Pero ya es tarde, mi incipiente carrera política acaba de terminar. No tengo alma de mártir, o tal vez sí, pero una red de vóley no es una causa que me merezca el riesgo de perder mi preciada libertad. Prefiero seguir dedicándome a la contemplación de las montañas.

Sin Voz Ni Voto

¿Cómo llegué hasta aquí?

Mi hermano era chiquito cuando empezó a frecuentar la casa de la señorita Mariángela que ya era directora de la escuela.

Yo ya estaba bastante crecida, sino también me hubiera ido a su casa para que medio me adoptara como hizo con mi hermano.

A él le fue mejor que a mí, aunque los fines de semana, cuando la señorita Mariángela se va a su casa de Amaicha, anda todo el día mamado. Pero al menos anda mejor que yo, creo que por el cariño maternal extra, o mejor dicho el único cariño maternal que recibió en su niñez que fue el de la señorita Mariángela. Porque en mi casa, de eso no había.

Claro que ahora que él es grande, las malas lenguas insinúan cosas y ella es consciente de eso, es una mujer muy inteligente además de sensible.

Una vez le pregunté si no le importaba.

-Estuvo conmigo casi toda su vida- Me respondió -¿Qué le iba a decir “ahora que sos grande andate y no vengas más a casa”?.

No, ella no le soltó la mano; y cuando salió el puesto para portero de la escuela, lo hizo entrar.

Después salió el de cocinera y maestranza y me hizo entrar a mí, que yo me lo merecía me dijo dulcemente.

Y puede ser, tal sea esta la única vida que merezco. Todos los días igual. Limpiando y cocinando para que en cinco minutos desaparezca en las bocas de estas bestias mi trabajo de toda la mañana.

Todos los días escuchando sus protestas porque mis guisos, dicen, parecen sopa y mis sopas parecen guiso.

Sin Justicia

¿Cómo salgo de aquí?

Suponiendo que quisiera salir. Son treinta años ya, conozco el pasado de los alumnos y de sus padres, por eso conozco el futuro de cada uno de ellos, a veces inevitable. La zamarreé a Carmen hoy, porque ayer faltó a la escuela y la vieron loqueando en lo del chaqueño, pero sé que no tiene remedio, no va a terminar sus estudios. Tiene catorce, a esa edad su mamá quedó embarazada ella. Estaba en quinto grado recién, como ella ahora y abandonó.

Llegué a saberme de memoria, los números de documento de todos los alumnos de la escuela. Y hasta el número de calzado, cuando los anotamos para las donaciones de zapatillas. Y sequé sus lágrimas cuando los números llegaron mal, la derecha de uno y la izquierda de otro.

El otro día la gringuita me preguntó si nunca tuve marido o novio y por qué. En treinta años como directora aquí, nunca nadie me lo preguntó. Claro, ahora tengo 54 años, me acuerdo cuando una señora de 54 años me parecía una anciana, es lo que yo les parezco a ellos, ni se les ocurre que pueda tener una vida sentimental.

Le conté una semi verdad, le dije que había tenido un pretendiente que se quería casar conmigo y cuando le dije que no, insistió tanto que tuve pesadillas durante años donde se me aparecía pidiéndome ser mi novio. Le dije que por eso no quise tener novio nunca. Le hablé de mi ataque de pánico repentino debajo del puente, pero que se lo atribuí a la superstición, por lo que cuentan los chicos que ahí se aparece la luz mala.

Me iré cuando me jubile, pero por ahora están bien las cosas así. Pasar la semana acá y sólo volver a mi casa de Amaicha los fines de semana, es lo mejor. Mientras siga viviendo papá. Ahora reza el rosario todo el fin de semana, supongo que durante la semana hace lo mismo, ahora que es un viejo decrépito de 94 años reza, claro, pero bien que se las mandó de joven. Ojalá Dios escuche sus oraciones y lo perdone, porque yo no puedo. Ojalá su arrepentimiento sea sincero, pero por las dudas, el fin de semana que invité a la gringuita a casa, le dije ni se le acerque, que es un señor muy malo.

Bastante con tenerlo yo en mis pesadillas.

 

Autora: Teodora Nogués

Nací en septiembre de 1975 en Buenos Aires, Argentina. De chica viví en un velero que zarpó de San Isidro en 1983 y naufragó cuatro años después en el mar Caribe, luego de recorrer lentamente toda la costa de Brasil, la Guayana Francesa, las Pequeñas Antillas y Puerto Rico. El resto de mi infancia y parte de mi adolescencia las pasé en tierra, pero llevando con mi familia una vida bastante aislada y desarraigada. Viví en los Valles Calchaquíes tucumanos, donde terminé mis estudios primarios, a los trece años de edad, en una escuelita rural de tan sólo cincuenta alumnos. Luego vivimos en distintas localidades cercanas a Orán, provincia de Salta. También en algunos pueblos de Bolivia y en una comunidad wichi. Una desgracia familiar nos trajo de regreso a Buenos Aires donde puede empezar mis estudios secundarios a los 17 años en un Centro de Estudios de Nivel Secundario acelerado para adultos y terminarlos a los 20. Desde entonces, no volví a mudarme fuera del radio de Capital Federal y Conurbano, ni tengo planes de hacerlo.

Por haber tenido una infancia y adolescencia tan “viajada”, mucha gente me sugirió que tendría que escribir mi historia. La verdad es que siempre me gustó escribir, pero las anécdotas de viaje pintorescas por sí solas no tienen mucho interés. Es más la búsqueda interna que vino después lo que me moviliza. El darme cuenta de que en todas partes hay infancias desamparadas y abusos de poder.

Soy coautora, junto con mis compañeros de elenco y mi directora, la mexicana, Sol Ulacia Fernández de la obra teatral Ex Niñas de la compañía Teatro Horizontal

Facebook: Teodora Nogués

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