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Trashumantes (Capítulo I -para degustación-)

“Me acobardó la soledad

Y el miedo enorme de morir lejos de ti”

J.M. Contursi

Entonces salí a buscarte.

I

Doy dos vueltas de llave a la puerta de mi departamento minúsculo.

Me despido de casi todo. Prescindo de la mayoría de los objetos que cohabitaron conmigo hasta hoy.

El termo y el mate me los llevo en la mochila marrón desgastada junto con algunas otras pocas cosas que quiero conservar. El resto, a la basura.

Bajo por la Rua das Mangueiras. Calle empedrada como casi todas las del pueblo donde pasé los últimos años.

Ya salió el sol y golpea duro.

Todo huele a comienzo del día. En las padarias y otros lugares chicos y llenos, la gente toma su café y se atiborran de frituras.

Dejé dos meses de alquiler pagos. Puedo volver o no. Puedo mandar a buscar mis cosas con algún amigo en caso de necesitarlas o de querer instalarme en alguna otra parte; o simplemente dar todo por perdido como tantas otras veces.

Camino en bajada sabiendo que posiblemente sea la última vez que miro esa rua y por ahí la última que piso el Nordeste brasilero. No siento tristeza ni nada. Es, una vez más, esa sensación del mundo abriéndose frente a mis pies como un terremoto cunado la tierra de verdad se abre, se fractura.

Aquí estoy, empapando mis pulmones con ese último aroma matutino. Abriendo bien los ojos para grabar en la retina el negro de los adoquines, las fachadas de las casas despintadas, las de las iglesias del mil seiscientos y del mil setecientos, las subidas y las bajadas de cada rua, y allá, al fondo, el mar con su olor a sal, a pescado, a pescadores y a arena húmeda.

Los sonidos. Los de lugar chico, pobre. Los albañiles, los vendedores ambulantes, los gritos de los puesteros del mercado, los gritos de los pescadores cuando divisan el cardumen. El tránsito caótico porque nadie respeta ni una señal, cada uno para donde se le da la gana, los camiones cargan y descargan en cualquier horario mientras que los encargados de subir y bajar la mercadería hacen chistes o conversan tranquilamente unos con otros y se van formando filas ruidosas, lentas y asfixiantemente calurosas.

Y así todo, lleno de contrastes. El mar con su turquesa intenso, los adoquines negrísimos, los pobres muy pobres, los ricos muy ricos. Y yo, que me miro las manos callosas, me rasco la barba de unos cuantos días y decido que necesito verte ya y atravieso las calles, camino un poco por la playa, así, con zapatos y mochila, como estoy. Como para darle una mirada más al mar hasta volver a verlo y emprendo con paso lento la marcha hasta la rodoviaria.

Prendo un cigarro mientras espero el micro. Aspiro el humo. Pienso en dónde andarás y en qué lugar voy a encontrarte. Donde sea que estés voy a encontrarte y eso me tranquiliza porque sé que tenemos ese imán que nos atrae desde siempre –y posiblemente, espero, para siempre-.

Me miro las manos ajadas que sostienen el cigarro armado.

Cuando te fuiste te acompañé a esta misma rodoviaria y te vi subir al micro. Después me senté igual que ahora en el muro bajo que está a la izquierda y también fumé. Aquella vez tenía los ojos nublados de pena. Esta no. Esta vez estoy calmo. Me compro una Brahama y matizo cigarro con cerveza mientras miro la nada y me acuerdo de vos con tu pollera de colores subiéndote al micro y diciéndome chau con la mano mientras me tirabas besos y te reías mientras llorabas. Como el viejo dicho que cuando llueve con sol se casa una vieja. Así sos vos, te reís y llorás, todo junto, todo al mismo tiempo, y tirás besos y me dejás para siempre, y que me querés y que nos vamos a querer eternamente, que vamos a ser amantes para toda la vida, pero ahora mejor no, en algún otro momento, que chau, que querés ir a ver el resto del mundo que no conocés, que tus pies te piden que te muevas y que te muevas sola… y todo eso que ya sabés.

Bueno, chau flaca. Te quiero siempre. Chau.

Ese día que fue hace mil vidas, volví al rancho que teníamos caminando casi por las mismas calles por las que caminé hoy pero en sentido inverso, hacia arriba por las curvas de morros mientras miraba el mar a lo lejos y me dolían hasta los huesos y a pesar que respiraba, el aire no podía pasar de tan hondo que era el hueco que se me había formado en el pecho.

Vos te fuiste y yo me quedé. Eso era todo.

Durante un buen tiempo no podía entrar a lo que fue nuestro (casi) hogar sin hacer previamente un gran trabajo interno, casi siempre suavizado con alcohol o alguna droga amiga.

Al final dejé el rancho y me mudé a un hotelito de un amigo durante un tiempo y de ahí al departamento minúsculo que ocupé hasta esta mañana.

No sé por qué me quedé. Me podría haber ido, haber viajado como había viajado antes, primero solo, después con más gente, después con vos. No sé… Me parecía que en algún momento había que parar, tener libros, escribir historias, dibujar, extrañarte, pensar en vos, estar con otras mujeres, con otra gente, enamorarme a veces, volver a pensar en vos siempre como una sombra que nunca se aleja, trabajar de cualquier cosa para sobrevivir un poco, remendar redes, abrir pescado, hacer mezcla y pegar ladrillos, vender algo en verano para los turistas, ver como el sol se pone entre el morro y el mar durante el suficiente tiempo como para saber que ese era mi lugar también. No solo un lugar de paso, no solo un lugar más en el cual habité, sino un lugar que me pertenecía de algún modo. No sé por qué justo ahí, podría haber sido cualquier otra parte, pero fue ese. A lo mejor porque fue el último lugar donde te vi, es posible. A lo mejor porque estaba esperando que las fuerzas me volvieran al cuerpo para poder reanudar la marcha. A lo mejor solamente porque necesitaba un poco de vida cotidiana durante algunos años, sin viajes ni sorpresas diarias, sólo saber en dónde iba a apoyar la cabeza cada noche. Eso me agradaba.

 

El texto es el primer capítulo de la novela Trashumantes que verá la luz durante el mes de abril. Cuando llegue ese momento pueden ver donde conseguirla acá:

Autora: Marina Klein

Soy autora de los libros "De Fauces al Subsuelo", "Danzando entre la Nada y la Furia" y de "Trashumantes", y de las Plaquettes "La vida secreta de quien come en la cocina", "SEAMOS Libres que lo demás no importa nada", "¿Te gustó coger?" y "Georgina Orellano Puta Feminista", editados por Ediciones Frenéticos Danzantes. También dirijo esta revista y la editorial recién mencionada.

Nací en Buenos Aires en el 74, viví en esta ciudad hasta más o menos los 20 años y desde ahí hasta el 2012 anduve por el mundo viajando y quedándome largos períodos en distintos lugares de América Latina. En ese tiempo realicé un tour por distintos oficios, escribí para varios medios crónicas de viaje, tuve un programa de radio, limpié casas, hice gorritos de hilo y hasta llegué a tener una pequeña fábrica de joyería artesanal.

Cuando volví hice la carrera de sociología, donde además de aprender, una vez más me di cuenta que la academia no es lo mío.

He colaborado con varias publicaciones de habla hispana y en este momento paso mi tiempo haciendo libros y revistas, y yendo a ferias y demás movidas del mundo de la literatura independiente.

Los libros De Fauces al Subsuelo y Danzando entre la Nada y la Furia pueden descargarse acá, en nuestra biblioteca.

Facebook: Marina Klein

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