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Emma Valeria Caimi Bartoloni

De repente estaba ahí, en esa habitación oscura, con ese animal también oscuro. Nada estaba claro. En mi cabeza, voces y ruidos resonaban fuertemente. Toda esa perturbadora situación hizo que mi respiración se acelerara y que luego despierte aquí, en donde estoy ahora, sin poder recordar nada más acerca de lo que pasó conmigo antes.

Hay una chica que viene a verme todos los días, creo que su nombre es Melinda. Ella sólo me observa desde cierta distancia -como si yo fuese un animal salvaje que va a atacarla en cualquier momento- y a veces anota cosas en un cuaderno chiquito de tapa blanca y líneas verticales negras que brillan con la luz. Pasa horas mirándome, o quizás sólo sean unos cuantos minutos. Últimamente mi percepción del tiempo aquí, en esta habitación, es otra. Melinda me mira.

En esta habitación clara, hay un lavarropas. Está en frente al cuadrito que adorna la pared, que es una impresión enmarcada de algún pintor impresionista, quizás sea de Monet, aunque no puedo afirmarlo con total seguridad. El lavarropas es blanco, tiene números pequeños y unas ínfimas líneas que sólo puedo percibirlas cuando me acerco mucho a ellas y esto es, por lo general, los martes por la tarde.

En el rincón derecho, cerca de la ventana, guardo una cajita pequeña que estaba en el bolsillo de mi jean cuando me trajeron o por lo menos, eso me dijeron. Nunca me animé a abrirla. Sólo a veces me cruzo del lavarropas a la cajita, desplazándome moribunda por el piso, reptando hasta llegar a ella y la observo un ratito en silencio. Luego, casi siempre me asusto y me voy a la cama.

El jueves pasado Melinda me trajo una torta con merengue blanco; la dejó sobre la mesita de luz y sin decirme nada, como siempre, empezó a mirarme y anotar quién sabe qué cosas sobre mí o su perro en ese absurdo cuaderno blanco y negro mudo, que no dice.

Imagino al perro de Melinda como uno de esos de cuerpo atlético, joven, vital, fibroso y de pelo corto y marrón. Quizás Melinda lo deje dormir con ella las noches de frío, en otoño o en invierno, así se calienta los pies con su cuero tibio. Supongo que ella es una de esas mujeres que duermen con camisón corto de tela de algodón blanca y estampada con florecitas celestes o rosadas. El merengue de la torta estaba bueno; disfruté mucho comiéndomelo. Lo otro, lo de adentro, no me gustó. ¿Habrá sido su cumpleaños y ese pedacito de torta que me trajo fue un resto de la sobra? ¿Lo habrá comprado sólo para mí en una pastelería de carteles vintage y puerta vidriada? No sé cuál habrá sido la historia de la torta, pero terminó siendo triturada por mis dientes, que seguro están amarillentos como los de ella y yo no me los puedo ver porque aquí no hay un maldito espejo.

No creo que Melinda sea familia mía; aunque su cara, su olor, su no-voz y su cuaderno, incluso, ya me sean familiares… sospecho que realmente no nos une un lazo de sangre, sino otra cosa. ¿Es que acaso no tengo familiares? ¿Acaso no me quiere nadie? Quizás si tenga algunos, pero estén muy lejos y el viaje hasta aquí les resulte imposible.

Mi cama es pequeña y está contra la pared. El cubrecama es de color beige y está manchado con sangre de mi período del mes pasado. Debajo del colchón guardo una hoja y una lapicera; están allí por las dudas algún recuerdo me tome por sorpresa una noche cualquiera. Es solo para estar preparada. Una nunca sabe.

Esta habitación clara se parece más a la oscura que conté al principio. El aire de aquí se vuelve horrible, aún con la ventana abierta porque al expulsarlo por mi nariz devolviéndolo de nuevo al espacio; sale todo gris, confundido y lleno de dudas. Es espeso, pastoso y muy pegajoso. Tiene olor a incertidumbre y contingencia.

El martes que viene planeo asaltar la caja del rincón. Supongo que lo que tenga dentro me dirá por fin quien soy o por lo menos me dará algún indicio de ello.

 

Autora del texto y la imagen: Emma Valeria Caimi Bartoloni

nacida en la provincia de Salta en 1994. Trabaja tanto con la palabra escrita como con la imagen.

Datos de la obra pictórica: Tree ritual after lectura de Foucault, acrílico y óleo sobre lienzo, año 2017

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