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Y ahora dice que nunca sucedió, vaya que es un embustero. Claro, después de llenarse los bolsillos durante años concediendo todo tipo de entrevistas a los medios más importantes. Si hasta viajó a Europa invitado por todo tipo de organismos científicos que estudiaron el caso y lo dieron como el más certero y comprobable de la historia.

¿Y ahora por qué nos viene con esto?. Nos dejó a todos mal parados, perdónenme pero mi indignación puede más que mi raciocinio y me impide explicarme bien. Si quieren saber el motivo de mi estado me van a tener que escuchar porque les digo que fue cierto, que nosotros estuvimos ahí y aquel episodio nos marcó para siempre.

Fue en Pampa Lluscuma, en el norte ¿vió?. Cerquita de la frontera con Perú y Bolivia, ahí había una posta nuestra con un par de ranchos y un corral de caballos.

Yo estaba en ese lugar cumpliendo el servicio militar, nuestro pelotón estaba al mando del cabo Armando Suárez, éramos nada más que seis, claro, el día que nos reclutaron estábamos todos en el cuartel paraditos y en fila, duritos como estatuas, y el sargento nos recorría la cara de cada uno con ojos de hielo; sí, yo le puedo asegurar que esos ojos no eran humanos y nosotros tan chicos que estábamos muertos de miedo y de incertidumbre porque no sabíamos dónde nos iban a destinar. Éramos muchos, una fila larga, y no nos permitían ni pestañear.

Algunos iban para Temuco, otros se quedaban ahí en Santiago, otros tantos para Iquique y así de a montones nos iban separando hasta que quedamos nosotros: Fernando Zúñiga un rubio fornido que debía de ser de clase alta por su estampa y modales finos y que no hablaba con nadie, muy callado él, en este país ningún pobre se llama Zúñiga; el resto éramos la muestra cabal de esa teoría, Ernesto Sepúlveda un curiche medio araucano de Valdivia, Marcelo Jara, Martín Araya, David Pintos y yo Alberto Contreras, y que por casualidad éramos de Vicuña, en la región de Coquimbo. Quizás nos incluyeron porque estábamos más acostumbrados a sobrevivir entre el aire duro, la roca seca y lejos de casi todo vestigio de vida en kilómetros a la redonda en aquellas noches de frío glacial que te congelaba hasta la médula. Al pobre rubio lo metieron entre nosotros seguro que pa’ que aprenda.

Y fue entonces que ahí estábamos los seis, cuidando el puesto y los caballos y cuidando también que ningún boliviano, ningún peruano y por supuesto, que ningún argentino se nos meta en nuestro territorio; en aquellos tiempos con los argentinos la cosa se estaba poniendo fea, más que con ningún otro país limítrofe.

Fue el 17 de abril de 1977 y solo unos pocos de nosotros estábamos dispersos por algunos puntos cercanos. Era una de esas noches de luna llena grande y de cielo cristalino, poblado de estrellas. Dicen que aquella parte es la mejor para ver el firmamento, porque no hay humedad, ni nubes y a la noche el frío de casi veinte grados bajo cero no deja ningún vestigio de vapor de agua en el aire. Así que en las guardias nocturnas era un lujo ver aquel cielo estrellado, de horizonte a horizonte en aquel altiplano agreste y sin gracia, muertos de frío pero embelesados con el espectáculo.

Desde que comenzó nuestra rutina de vigilantes, por las noches veíamos cosas raras que atravesaban el cielo, discutíamos mucho acerca de esa cuestión un poco porque nos interesaba y otro poco porque no teníamos otra cosa que hacer. Pero cuando vimos aquella luz no dudamos en pensar que no se trataba de algo normal, parecía una centella de color blanco azulado que se desprendía del cielo por el poniente, y se acercaba a nosotros de a poco sin emitir el menor ruido, muy silenciosamente la veíamos agrandarse en la medida en que la distancia entre ella y nosotros se acortaba.

Primero fue Sepúlveda el que advirtió su presencia y creyó que era algo así como una alucinación, de esas cosas que a veces te hace ver la soledad cuando en la cercanía no hay paredes a las que hablarle; luego me pegó el grito, y me la señaló con la mano y el brazo extendido:

-. Allá, mira allá

Yo estaba a unos 30 metros e intenté dibujar la trayectoria hacia el cielo desde donde él me indicaba y no fue difícil ubicarla. Para cuando estuvo más cerca ya estábamos todos juntitos, alrededor de la hoguera que nos venía calentando de a ratos, todos absortos con nuestras miradas apuntando a la misma dirección.

Cuando llegó a unos quinientos metros descendió por completo y se perdió detrás de unos cerros bajos de los tantos que coronaban ese lugar, de esos con punta redonda y de color negro amarronado.

El cabo Suárez nos ordenó que apaguemos la hoguera, cosas de protocolo entendí porque sea lo que haya sido esa cosa ya nos había visto además de que tenía iluminación propia. Entonces avanzamos todo el grupo, formados como para combate si la situación lo requería, el cabo al frente y nosotros alineados como una cuña lo secundábamos a paso firme, era una sensación rara porque estoy seguro de que nadie quería ir a ver qué demonios era ese artefacto, pero menos hubiéramos querido quedarnos al lado de la hoguera apagada, después de todo era mejor que si algo nos tendría que suceder, que nos sucediera a todos juntos y listo.

Subimos la suave cuesta de los cerros y luego bajamos por la barranca que desembocaba en una hondonada, y entonces a unos doscientos metros pudimos observar la cosa con más detalle, era una esfera transparente y en su interior como ductos que la atravesaban en todas direcciones, como si fueran órganos de un cuerpo vivo, los mismos brillaban de manera intensa pero controlada, a veces la luminosidad bajaba y otras veces subía espasmódicamente; me recordaba a esos huevos de caracol que se suelen encontrar en las playas, esos que son de contextura gelatinosa y traslúcida.

-. Ustedes esperen aquí que yo voy a forzar a esa maldita cosa a que se identifique - dijo Suárez con una convicción que parecía inventada, quien habitara ese artefacto no dábamos por seguro que fuera a comprender nuestro idioma.- ¡¡Entendieron!!

-. ¡Sí mi cabo! - respondimos al unísono procurando el tono justo entre firmeza y susurro. Y ahí nos apostamos, cuerpo a tierra, cubriendo al cabo que avanzaba, arma al frente, con ese oficio que dan años de entrenamiento y carrera militar.

Mientras Suárez avanzaba lentamente hacia esa cosa incierta, Sepúlveda trató de dar alguna explicación:

-. Es el Caleuche, juraría que es el Caleuche - dijo con acento tembloroso. - Nos viene a buscar, ya estamos muertos.

-. No creo hermano - le replicó Araya - escuché hablar del Caleuche y es un barco y los chilotes lo ven en el mar.

-. Es cierto que muchos lo vieron en el mar pero algunos aseguran que también anduvo por tierra pues siempre aparece suspendido en el aire - los ojos del curiche llameaban de excitación - de hecho mi abuelo contó una vez que unos pescadores de Valparaíso lo vieron entrar en la costa y perderse en la cordillera, así de brillante y así de raro.

-. Chucha <<weon>> me estoy orinando encima de puro miedo nomás, de frío y de miedo.. - Jara no hizo más comentario que ése y debo confesar que algo de eso había en todos nosotros aunque los demás no queríamos reconocerlo.

-. En tal caso te estás orinando de puro cagón que eres pues el frío ya lo tenemos hace rato metido hasta en el cerebro, no hay otra cosa que frío en este lugar de mierda hasta que llegó esta huevada caída de no sé donde - respondió Pintos queriendo dárselas de gracioso aunque no estoy seguro si le salió así nomas.

El gesto de Jara dio por terminado la charla, no estaba para bromas de ningún tipo.

Mientras tanto el cabo Suárez avanzaba como un gato acechando a su presa, atento a cualquier movimiento inesperado. Ya había recorrido unos 80 metros.

-. ¿Qué será esa cuestión de los tubos esos que aparecen dentro de la cosa? - el rubio Zúñiga parecía no poder hilvanar tres palabras seguidas.

-¿Serán cavernas? - preguntó Araya que por cierto parecía el más tranquilo de todos

-. Si son cavernas, en ellas debe habitar el Imbunche.

-. ¿El qué? - preguntó alguien.

-. El Imbunche, el Machucho, ¿No oyeron hablar de él? - Sepúlveda parecía empeñado en darnos cátedra de apariciones raras. - muchos dicen que es el habitante del Caleuche, es un ser deforme, tiene manos y piernas largas pero una de esas piernas está doblada hacia atrás y la parte de la rodilla le llega a la mitad de la espalda y la pantorrilla la cruza de extremo a extremo. Tiene los ojos luminosos pues está acostumbrado a ver en la oscuridad y camina agazapado como un mono……

A quién se le hubiera ocurrido en ese momento contar esas historias, era el delirio, pero después pensé que para Sepúlveda todo lo que estaba sucediendo tenía que ver con una revelación….

-. O sea que esa cosa se trata de un barco que vuela, aunque por lo visto de barco no tiene nada, y que aterrizó en un lugar cualquiera porque nada más se le ocurrió, ni sabemos para qué, pero ahora casi tenemos la certeza que la tripula una especie de mono, que tiene dos piernas pero una la tiene al cuete.- Pintos mantenía su ironía intacta aun cuando se empezaba a mostrar enojado - dime Curiche, ¿Tú estuviste consumiendo alguna planta de ésas que te ponen alegre y hablando huevadas?.

La conversación se estaba tornando espesa cuando los gritos del cabo nos llamaron indirectamente a silencio. Éste ya se encontraba cerca, a una distancia conveniente del objeto.

-. ¡¡Alto quién vive!! ¡Identifíquese! - El eco retumbó insistente por unos segundos y luego la voz se fue perdiendo en la lejanía. Silencio, nadie respondió. El cabo avanzó unos cuantos metros más.

-. ¡¡Alto quién vive!! ¡Quien quiera que sea salga e identifíquese! - Ya estaba a unos pocos metros de la cosa y ésta no parecía haberse percatado de su presencia. El leve titilar permanecía constante y la tensión de aquella escena nos perforaba el estómago.

Luego de unos segundos alzó el fusil y apuntó hacia el centro de la cosa, su cuerpo erguido se alineó con el arma, afirmó las piernas en una posición recta y el dedo de su mano derecha se posó en el gatillo, todo fue hecho muy lentamente, tenía todo el tiempo del mundo.

-.¡¡Alto quién vive!!, ¡¡Identifíquese o disparo!! - el click del percutor sonó seco, la explosión del disparo resonó con la prepotencia de un rayo que se diluye en medio de la tormenta. La bala impactó contra la cúpula, resbaló modificando su trayectoria y finalmente se estrelló contra una roca.

Suárez quedó un instante dubitativo, luego sin dudar apuntó nuevamente, no podíamos ver su cara pero sus gestos eran elocuentes, imaginé su expresión con la mirada extraviada, con un hilo de saliva escapándose de la comisura de sus labios y la mirada vidriosa y llena de odio. Lo que continuó la faena fue una seguidilla de disparos que buscaban algún flanco débil pero no surtió efecto, esa coraza era impenetrable para nuestro pobre armamento, las balas volvieron a rebotar una y otra vez resbalando en esa superficie rara y de apariencia viscosa.

Lo que sucedió en los instantes siguientes no lo puedo precisar con exactitud, sólo quedó en mi memoria que algo brotó de la esfera y nos envolvió, una capa blanca fosforescente inundó el lugar, pude sentir un calor que me cobijaba, debe ser la sensación que sienten los bebés cuando aún no nacen, cuando se encuentran en el vientre materno, sólo alcancé a ubicarme en posición fetal y me dormí apaciblemente en esa cama de guijarros duros y de arena seca cual lecho de algodones; mientras el sopor me ganaba veía que los demás reclutas iban desplomándose al unísono, haciendo unos ruidos secos y luego no supe más nada, sólo con mis últimos atisbos de conciencia vi a una zaeta hermosa surcar el cielo y perderse en la lejanía….…

Cuando desperté lo primero que hice fue consultar mi reloj, calculé que habían pasado alrededor de 15 minutos desde que nos quedamos misteriosamente dormidos. De un pantallazo hice un recuento del resto del pelotón y con alegría comprobé que estábamos todos. De a poco nos íbamos incorporando, medio abombados al principio, como saliendo de una borrachera. Y fue entonces que ya más lúcidos comprobamos efectivamente que el artefacto se había ido, en el lugar donde se había posado no quedó ningún rastro visible. Tampoco veíamos al cabo, algo que nos comenzó a preocupar.

Bajamos hacia la hondonada, arma en mano y revisamos todo el sector palmo a palmo. A Suárez se lo había tragado la tierra, o el cielo en tal caso. Nuestras linternas cortaban la negra oscuridad cual filosas navajas pero el área de cobertura que nos proponían era muy limitada por lo que nos llevó algún tiempo revisar toda la zona.

Unos minutos más tarde lo encontramos gateando en las cercanías, se arrastraba de a ratos, tenía la barba crecida como si no se la hubiera rasurado por unos días. Deliraba diciendo palabras ininteligibles. Parecía que se hubiera tomado todo el pisco del valle de Elqui de una sola vez.

Al otro día se recuperó y no se acordaba de nada, despertó como volviendo de un largo sueño producto del cansancio.

Lo llevamos al médico del pueblo más cercano y no le encontró nada malo. Solo nos recomendó que el cabo tenía que descansar.

Cuando reportamos el incidente a nuestros mandos superiores tuvimos que soportar todo tipo de interrogatorios, no sé si nos creían, a veces daba la sensación que en efecto nos creían pero de todos modos nos querían hacer pasar por mentirosos.

A nosotros nos separaron, nos destinaron a lugares bien lejanos hasta que terminamos el servicio militar.

La noticia igual circuló por todos lados, fue primera plana en los periódicos más importantes. El cabo Suárez fue el encargado de difundirla, se hizo muy popular, pero lo que más me extrañó fue lo que vino después.

Resulta que hace unos días apareció otra vez el cabo en un programa de televisión, después de que la noticia había quedado sepultada en la memoria de todos, afirmando que todo esto que sucedió fue una farsa, que todos nosotros inventamos esta historia y que ya era hora de decir la verdad ya que el insistir en mantenerla viva no tenía sentido. Seguro que fue porque no le daba más dividendos entonces había que brindar otra primicia al mejor postor.

Eso es lo que más me molestó, encima de aquellos montos de dinero que percibió en cada documental que se hizo, en cada entrevista que participó; de aquellos montos de dinero, no vimos ni un centavo.

 

Autor: Jorge Tuzi

Nací en Villa Domínico el 30 de Junio de 1960 en un hogar de clase trabajadora. Me acerqué a los libros desde muy corta edad. Mi casa era pequeña; habitada por mis padres, mi hermana y mis abuelos. Como solo tenía dos habitaciones y ya estaban ocupadas, mi cama estaba en el comedor, sobre un sofá al que la biblioteca le hacía la veces de cabecera. En las noches de sueño tardío descubrí que algo mejor que el somnífero era leer un libro. De ese modo me aproximé a los clásicos, fundamentalmente los libros de Julio Verne y las Narraciones Mitológicas.

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