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Hilo soñado (epílogo)


I

en la Casa cantábamos tres hombres y mirábamos en la oscuridad de afuera como las estrellas miran con nuestros ojos esta Tierra,

y en la cascada nuestro cuerpo se iba abriendo llenándose de hierba y sentíamos la Muerte que abría nuestra palpitación a su conocimiento.

la cascada era memoria de nuestra apertura para que le heredáramos su ritmo de agua con memoria a nuestros hijos.

bailábamos con una palma blanda siguiendo las palpitaciones que nos imponía la materia y adentro de la Selva unidos con las oleadas de los pueblos que ya bailaron esta fiesta.

II

yo era mi canto y una pirámide que veía geométrica saliendo de mi frente desde una torre alta y más allá, atrás, el atardecer, como una piedra inmensa.

otros contemplaban las texturas que juntas tejían el hilo soñado y lo nombraban: Adán, Babel, Noé, Teseo, Shiva, Bassavana, etc, y yo, que en el instante de mi vida, prolongaba con mi contemplación despierta esa trama.

(mente fractal que se contempla,

toda señal se escriben al margen,

como la literatura, que también es juego.

estoy observándome / estoy observándome

lo estoy imaginando

a medida / que lo vivo)

y afuera de la choza miles acudieron, sus pies llevaban cascabeles y bailaban, tantos que ya no podía saber si estábamos vivos o muertos, y si la policía o el ejército hubieran venido a matarnos no hubiéramos dejado de bailar sin cuerpo.

III

no hemos sido vencidos: los bosques eran muchos, las selvas, los valles, las ciudades —mujeres poderosas se cubrían los hombros con jaguares, y los felinos cazaban a sus presas, (algunos de nosotros fuimos esas presas). conocimos todos los climas, y masticábamos en cada fruta el sol en los bocados, jugo entre los dedos de experiencia.

no, no hemos sido vencidos.

completamos en nuestro cuerpo ese jugo: mano de los dioses que hemos sido sobre el mundo cada día.

 

Autor: Nikai Igaido

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