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¿Cómo tirar un recuerdo a la basura?

Se me ocurrió descartar las opciones sencillas (paseos por el bosque, sobredosis de Benadryl, etc.) entonces lo mezclé con Dogui y se lo di de comer al perro que cuido.

El perro masticó y tragó desaforadamente.

Sin embargo, cuando levantó la trompa, descubrí que el Recuerdo seguía en el platito.

Disimuladamente lo dejé caer en la escalera mecánica del aeropuerto de Barajas; logré olvidarlo mientras ascendía, pero al llegar al primer piso: ahí estaba.

Intenté frezarlo.

Unas semanas después apenas lograba evocar lo amargo de sus labios.

Sus ojos ya eran lagos escarchados reposando junto a la cubetera.

Lamentablemente un día tuve que descongelar la heladera y ¿adivinen qué?

Investigué en un libro de neurociencia para moverlo a la memoria de corto plazo. Y lo olvidé, mientras investigaba, pero regresó apenas cerré las tapas del libro.

Me bañé tres veces al día, incluso cuatro, en verano.

-Nunca te lo vas a quitar, es como un tatuaje - me dijo mi nueva novia.

Nueva novia, le dije, es más que eso.

-Entonces es algo que te tatuaron de adentro hacia afuera.

Nueva novia se deshilachó en la memoria de corto plazo. Sus restos se los di al perro que cuido en un platito con Dogui, y los lamió como si fueran Sugus confitados.

Al Recuerdo, en cambio, lo dejé sobre la mesita de luz…

¿O fue en un estante de la biblioteca?

 

Autor: Sebastián Martín

Imagen de Marc Chagall

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