Todos los poetas deberían matarse
Todo el mundo debería matarse
al llegar a esa extraña edad en que todo se sabe
y nada se sueña. Definitivamente,
debería matarse.
Todos los niños deberían matarse,
al aprender a confiar en la oscuridad;
al dejar de ser niños todos los niños deberían colgarse,
con las cuerdas de sus yo-yos o los cables cargadores
de sus teléfonos bellísimos
todos los niños deberían de carcajadas matarse.
Todos los curas que no creen en Dios
y los señores del gas
deberían matarse.
Los perros policías y los deejay
deberían pegarse un tiro
y al fin comenzar por matarse.
Todas las mujeres sin amor
de vez en cuando deberían matarse.
Los nudistas de plastilina,
los jazzistas de semáforo,
los banqueros y sus secretarias,
todos ellos deberían apuntarse a la sien una berenjena
y matarse.
Todos los pendejos de la televisión
deberían matarse;
treparse a sus antenas, colgarse de una idea
y en vivo matarse.
Todos los presidentes deberían matarse.
Y las verduleras y los circuncidados y Odiseo
tendrían que regalarse una sobredosis de gominolas
y matarse.
Matarse. El canciller, las ardillas terroristas,
los espeleólogos y mi madre
deberían escribir una carta que nunca termine de jugar
con el mar,
cansarse de besos y matarse.
A todos los sordomudos y a los desiertos
les hace falta saltar de una nube, romperse de la nuca
el silencio y también matarse.
Todos los poetas deberían de matarse;
meterse a la bañera con el peor de sus versos,
desempaquetarse las venas
y de una puta vez terminar de matarse.
Autor: Daniel Mendoza
Nace un día cualquiera de marzo del año mil novecientos algo y todavía se está muriendo. Escritor, escultor de closet, pintor, fotógrafo de rameras y actor de teatros baratos. Ha colaborado como director de los departamentos de arte en un par de editoriales sin nombre. Entre sus obras se encuentran los poemarios: La solitaria consecuencia de tu perfume, Necrocomio, Las incursiones bárbaras y el, hasta ahora inédito: Lamiendo navajas; así como un par de novelas inconclusas y una antología de cuentos jamás intitulada. Le da por quemar la mayor parte de sus textos, por lo que su obra es ampliamente reconocida y valorada sólo por un puñado de extraños a los que llama amigos y enemigos de ocasión. No hay nada más que decir sobre él, hasta el día siguiente a aquel en que al fin termine de morir.
Texto gentileza de Artis Nucleus
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