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El pastor de la guadaña


La oruga cayó de su posición cuando los nuevos paisajes invernales aparecieron en pos de dejar ver una blanca capa que cubrió todo lo visto por los habitantes de la aldea cercana. A su lado y dejando un vasto agujero en la nieve cayó una guadaña cuyo brillo la despertó del desmayo al que había sido sometida por haberse caído del árbol que estaba a su lado.

Ella se arrastró hacia la guadaña como si quisiera recorrerla desde su filo hasta el principio del mango. Cuando se subió a la hoja del instrumento su cuerpo se incendió y de sus cenizas emergió un hombre delgado, vestido de negro y con una calva cabeza. Y en su mano derecha portaba un libro grueso como una biblia, pero sin título a pesar de tener un señalador en una página. Agarró del nevado suelo su guadaña y con su libro en la mano izquierda caminó hacia el pueblo. No se detuvo a ver el paisaje invernal de aquel lugar ni por un segundo, dado que no le interesaba. Había visto paisajes así y de otras características durante toda su existencia. Los conocía tan bien que a veces no sabía si le gustaban.

Llegó caminando unas horas después al pueblo de Redención. Revisó su libro en la página señalada y leyó allí que había un nombre, una fecha, una dirección y una hora. El nombre era el de alguien del pueblo, la fecha era aquella, 24 de diciembre y la dirección era unas manzanas al oeste de donde él estaba parado y faltaba una hora para la hora señalada.

Comenzó a caminar y unas cuadras después un gato negro comenzó a maullarle como si supiera que su presencia significaba algún tipo de desgracia. No liberó una sola palabra de su boca y dejó que el gato maullara y que su dueña lo recogiera del suelo para hacerlo entrar en la casa. La nieve no se hundía con los zapatos de aquel sujeto inspirador de tan poca confianza. El frío tampoco parecía afectarle además. Su guadaña brillaba y la luz que ésta emitía servía para incendiar plantas que estaban cubiertas de nieve. La gente que pasaba por alrededor de este sombrío personaje se sentía obligada a doblar o a meterse en sus casas, hasta los niños que jugaban con bolas de nieve o construían muñecos con el mismo material y por supuesto ramas como brazos, zanahoria como nariz y carbón como ojos y sonrisa. Al pasar este individuo, la cabeza del muñeco se dio vuelta como si su cuello se hubiera roto, su nariz de zanahoria cayó y sus brazos se fragmentaron dejando sus pedazos hundidos en el suelo.

Fue para ver eso el único motivo que hizo que el portador de la guadaña se diera vuelta para ver que había pasado. Se rió para sus adentros y siguió caminando para llegar así a la única casa que estaba con sus luces encendidas. En ella no se escuchaban voces adultas, solo las de una niña que jugaba, acompañada por unas muñecas, en la habitación que daba a la puerta de la casa y en la que estaba la chimenea apenas encendida.

El de la guadaña tocó la puerta antes de entrar y fue atendido por una niña de voz aguda cual un maullido.

- ¿Quién es?

- Vengo por Emma.

- Yo soy Emma. ¿Qué quiere señor?

- Tengo que reunirme contigo al parecer.

- ¿A jugar?-inquirió la niña con una voz ingenua.

- De alguna manera, a jugar.

La niña le abrió la puerta y el hombre pasó. Dejó su guadaña apoyada en una pared y se sentó en el suelo con la niña para jugar un poco, hasta que llegara la hora que él tenía anotado en su libro. La niña le dio un burro de trapo y ella jugó con una muñeca hecha del mismo material. Comenzaron un juego de muñecos que seguía una historia poco entendible para los que no estaban jugando, obviamente la niña controlaba los hechos que sucedían. El hombre solo disfrutaba la situación porque siempre le gustó jugar con la gente que visitaba, desde su primer día en el oficio le gustó.

Pero lo que más le gustaba era conversar con ellos, porque a veces surgían cuestiones interesantes para dialogar.

- Emma, ¿cuántos años tienes?

- Siete, señor. ¿Y usted?

- No me acuerdo, vivo con ese problema.

- Debe ser muy mayor para no recordar su edad. Mi abuela a veces se olvida sus dientes, por ejemplo. Probablemente usted sea mayor que mi abuela- respondió la niña.

- Seguramente.

- ¿Y a qué le gusta jugar señor?

- Me gusta el ajedrez porque muestra nuestra realidad. Los que dicen dominarnos apenas pueden dar un paso, como el rey, y los que dicen ser dominados pueden hacer mucho más, pero debido a que el rey es astuto se coloca -junto a la reina- detrás de todos los que podrían rebelársele esperando ser salvado por sus subyugados. A veces me gusta preguntarme… ¿qué pasaría si todas las piezas se dieran vuelta para ver a quién están protegiendo, por quién se están haciendo matar?

- Yo no juego al ajedrez. Voy a pedirle a papá que me enseñe.

- Eres una niña muy dulce, Emma.

- Usted es un señor muy raro, espero que no se ofenda -dijo- ¿le gustan los muñecos? -inquirió Emma.

- Sí, particularmente los tuyos me gustan mucho.

- ¿Por qué?- después de terminar de preguntar, Emma se sonrojó.

- No sé, hay muchas cosas que no sé.

- ¿Qué es usted?

- Soy un pastor, allí está mi guadaña.

- ¿Y es dueño de algún campo?

- No, trabajo para un dueño de un campo que siempre necesita peones nuevos. Peones, como en el ajedrez -el caballero soltó una risa.

A Emma le sonó el estomago, entonces recordó que había unos buñuelos para comer en la cocina, precisamente ubicados en la mesa que estaba en el medio de aquella habitación. Se fue del juego y dejó solo al pastor que había ido a visitarla. Como recordó que era de mala educación servirse y comer en la cocina si había visitas, se llevó un buñuelo para ofrecerle a su invitado y compañero de juegos. Él rechazó el buñuelo pero lo agradeció.

- ¿No te gustan los buñuelos?

- Nunca los probé, sinceramente.

- Me pasa lo mismo con algunas cosas. Hay comidas que no probé y por eso no las como, porque no las conozco.

El hombre se rió sin decir nada. Vio el reloj que estaba colgado en aquella sala, notó que faltaban diez minutos para la hora que tenía anotada en su libro y ya comenzó a prepararse, tomó su guadaña y continuó hablando con ella sobre cualquier cosa, de su escuela, de cómo le iba, qué quería ser de mayor, etc. Le hizo preguntas que ella ya le había contestado a bastante gente como para cambiar de respuesta cada vez que le preguntaban o cada vez que le gustaba algo nuevo.

A su patrón allá en el supuesto campo también le gustaban, al igual que la gente mayor.

- Me olvidé de preguntarte, Emma, ¿por qué estás despierta?

- Porque mañana es navidad y quiero ver cuándo viene el hombre de los regalos.

- ¿Te portaste bien?-preguntó.

- Sí, creo que sí. Aunque el año pasado no me porté bien y aún así recibí regalos.

Faltaban dos minutos para la hora. Ya estaba con su hoz en la mano y estaba impaciente por realizar su trabajo e irse a otro lugar para seguir trabajando sin descanso para su jefe. Emma había apoyado el buñuelo que el invitado no había querido y lo estaba viendo con mucho apetito mientras jugaba, entonces lo agarró y lo mordió. El pastor se quedó hipnotizado por ella, por verla comer con tanto gusto aquel buñuelo. Le produjo mucha ternura, muchísima, más enternecido se quedó cuando recordó que él nunca había pasado por la infancia.

La niña terminó de masticar aquel trozo que estaba comiendo y el hombre levantó la vista para ver el reloj. Se había pasado un minuto de la hora señalada. “Maldita sea, no de nuevo”, se dijo. Pero muy en el fondo de su ser, no le importaba mucho, siempre había gente para llevarse.

- Me voy, niña. Estoy llegando tarde a un lugar -dijo.

- Quédese un rato más, señor -le imploró ella- mis padres están dormidos.

- Lo siento, Emma, no puedo -y de un movimiento de manos la hizo dormirse.

Revisó su libro y vio que la fecha en la que tenía apuntada a Emma cambió para unos años después. Luego de ello, desapareció.

Al día siguiente, Emma despertó y vio todos los regalos que “el hombre del bolso le había dejado”. Les contó a sus padres del pastor al que le gustaba jugar al ajedrez, ellos le dijeron que aquél fue un lindo sueño. Después de terminar el relato, vio el buñuelo que había comenzado a comer la noche anterior tirado en el suelo, lo tomó y cuando iba a llevárselo a la boca, divisó a una mariposa posada en la mordedura.

 

Autor: Brandon Barrios

nació el 13 de Julio de 1998. Desde pequeño, desarrolló un gusto por las humanidades, tanto es así que actualmente estudia filosofía en la Universidad de Buenos Aires. Ha sido nominado y ganador en algunos concursos literarios menores, como por ejemplo, el concurso literario del Colegio del Arce en el 2013 y en el 2016. Espera publicar algún día una colección de cuentos, de la cual podemos decir que el título es el mayor de sus problemas.

Imagen de G. Doré

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