Cuento del Cid
Me dicen un cuento de la historia del Cid, que nunca se cuenta: que estando ya muerto, le embalsamaron vestido y sentado en su escaño del Monasterio de San Pedro de Cardeña, tras siete años, un día que se celebraba una gran fiesta, donde el abad Sisebuto bailaba apretado con doña Jimena y las hijas con frailes del cenobio, alternando diversas evoluciones de estilo románico, estando todos fuera de la iglesia, una mujer que llegó hasta allí, entró dentro y estuvo mirando un buen rato al Cid. Cuando vio que no había nadie, se acercó a él y, levantándose la falda, (por cierto, no llevaba bragas), le dijo:
-Anda valiente jodedor de moras y cristianas, a ver qué me puedes hacer a mí, capullo, ahora.
Entonces el Cid, echándose la mano a su polla, sacó un palmo de ella erecta. La mujer se espantó tanto que escapó de la iglesia, como alma que lleva el diablo, corriendo las tierras de Castrillo del Val, por donde todavía vaga, como cuentan las buenas lenguas de los lugareños, y otros que dicen que la ven todos los mediodías comer olla podrida en un mesón de Ibeas.
Autor: Daniel de Culla