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Temprano por la mañana


Imagen de Fernando Bocadillos

Pienso en lugares donde estuve antes

y me trabo con un hueco en el pecho

como un hueco en el polvo:

es el único lugar al que quiero volver el

de los abrazos

Aquellos días de juventud con la máquina de escribir

y ahora veinte años después, soy un contador?

Un archivista? Un ensoñado, un maniático?

Mi enfermedad

afecta mis sentidos y me hincha y solo

me relamo en esa dilación febril?

O es que solo me estoy volviendo loco

como cualquier otro y maniatado como estoy

espero que en el entretiempo entre el nacimiento y

la muerte suceda algo?

Un terremoto en la falla del Río de la Plata?

Un amor correspondido que me arranque la cabeza

en una noche de furia?

Ganar la quiniela? Entender nuevos aparatos?

Quebrar el código de una nueva filosofía que

me diga que las cosas están como están y dejar de llorar?

Paseo por el Bajo del distrito federal.

Hay un gran silencio. No hay seres humanos a la vista.

Aquellos brillantes sitios de la infancia se han apagado.

Las terrazas se han demolido. Los personajes otrora

fascinantes y luminosos han muerto. Mis compañeros

de cuando niño se han vuelto adultos y crían otros

niños. Sus padres y mis padres han fallecido.

No deseo que sus hijos busquen una vida que les

salga resultona. Se ha hecho dinero, se ha perdido dinero.

Se ha robado dinero. Se ha devuelto dinero.

Y el amor. Mujeres han venido y han gritado y se han

ido y despues vinieron otra vez los días de verdadera

intimidad. Miramos por esta ventana del balcón.

Solo los indeseables parecen no morirse nunca.

Se abren y se cierran las puertas de los ascensores

con suavidad a la mañana, con estrépito del carajo

los fines de semana a la noche. Bebemos, hablamos,

soliloqueamos, extendemos frases que no queremos decir

frases que no son lo que queremos decir, se extienden.

La lengua desesperada tiene culpa porque se mueve sin motivo.

Se retrae al paladar y ahí se queda por un momento.

Después se retuerce y junta saliva y se mueve de vuelta.

Deberíamos tragar más cerveza, más palabras, más insultos,

más orgullo, más veneno, más waska. Deberíamos tragarlo todo,

pero nos ahogaría la culpa de nuestra cobardía. Ni siquiera sos

vos, soy yo. Temprano por la mañana. Descalzo y tenso de

abdomen con el pecho lleno de humo de cigarrillo y los

gritos de la calle expandiendose por mi pobre alma en pena

que solo quiere una pared para romper con el puño.

El espacio de los recuerdos se disipa nebuloso a medida

que los vapores del sueño retroceden como una gran plaga.

la noción de este escritorio cribado de objetos molestos

e imprácticos, mayormente basura, platos sucios, ceniceros

llenos de colillas reventadas de cigarrillos, estampitas de

santos que nunca pensaron en mí ni en vos, un mate frío.

Los tiempos jóvenes de la desesperanza, tan queridos

y amamantados con tanto cariño, se han quedado calientes

en mi abrazo y se han materializado inconsecuentemente en

esta desesperanza mas real. Son estos objetos los que me hacen

querer meter un puño por mi nariz y darme vuelta las tripas

como si se tratara de un títere hecho con una media:

el interlocutor que llevo dentro y que araña el ojete del sol

tan a menudo con manos de blancos huesos de pollo debe

saber algo independiente a mi misión de olvido.

 

Autor del texto y la imagen: Fernando Bocadillos

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