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Bajo la mañana tempestuosa de este día insistente; siento la ansiedad por escribir los últimos residuos de mi pasado, tal vez desaprovechados en los pésimos vicios. Para lo claro me sufro a solas, sin ninguna ilusión. Debido al desvarío de la vacuidad, perdí la existencia momentánea. Lo maldito me sucede al ayer de ese viernes ausente de amor. Yo andaba en medio de un nocturno, ido sin alegrías desde mi burda arrogancia. Ahora de enferma, bajo los latentes recuerdos, vuelvo a la presencia de aquella noche de lamentos. De pronto yo fui ingresando al prostíbulo, que todavía queda cerca a mi casa descuidada. Sin mucha prisa, salí de mi pieza mal oliente, sola allá en donde me sentía perdida, residiendo vanamente desde hace algún tiempo estático. Luego me fui acercando al tugurio de las divorciadas; por cierto había varias personas conversando allá adentro en ese sitio desesperanzado al que fui ingresando lentamente. Todo estaba horriblemente sucio en cada uno de los escondrijos. A lo mejor, miré para otro instante mío la llovizna del cielo cual era como un rocío de lo más umbrío que iba corriendo por las afueras pesarosas. Atenta lo contemplaba; resaltando en la ventana, que había junto a la entrada.

Soy una mujer soltera por otra parte desconsolada. Además me quedan pocos años por vivir en medio de esta persistente realidad de decadencia. Poseo una piel blanca y soy una desconocida diseñadora de modas a los ojos del mundo. Fui ya durante otro momento a la cantina del local. Me supe por allí con la ropa mojada, que chorreaba mi cuerpo delgado. Me vi empapada de agua fría sinceramente. Las gotas se me escurrían traslúcidas por entre los cabellos negros y largos. De todos modos, me dio igual esta pena por sentirme frívola y ausente del calor de mis amigos perdidos. No me importó nada así como no me interesa lo restante de mi enfermedad descarada. En serio; nadie parece amarme desde lo acabado, que me queda por saber sufrir quedamente.

Ayer igual, llevé mi vestido negro de luto para la desgracia de mis noches alteradas de las altas anochecidas que aparecieron serenamente. Yo quise pues por los dolores, beberme una copa de ginebra. Más adelante, ansié acostarme con alguna de las gordas rubias, que se sabían eróticas en las mesas junto a sus compañeros fumadores. Antes me encantaba hacer del amor ansiado, debido a mi placer ansioso. Eso fue quizá lo más justo para poder calmar mi lujuria. Ya durante otras miradas, siempre presiento ese único recinto, acogedor para mi larga soledad de este presente envolvente. Me era agradable estar lejos del bullicio urbano. Toda la pasión carnal podía liberarla con euforia. Estar por ahí en los puteaderos peligrosos de la muerte, estar oyendo la música norteña mientras veía la luna encendida de octubre, me parecía reconocer a la gente distinta.

Sin miedo y disconforme, fui andando por lo tanto en mí, sin prisa. Apenas avancé con un ralo malestar como enrarecido. De seguido, ubiqué la flaqueza de mi silueta en una de las sillas cuidadosamente. Dejé caer mi cuerpo blando en el espaldar. Un poco impaciente, comencé a examinar el bar que había junto a la entrada telarañosa del sitio penumbroso. Se me acercó mientras la rubia más linda, para mí. Me colocó un cigarro en la boca reventada de mi rostro; ojeroso y pálido. Por lo demás, habré de entender que siempre fue hermosa la muy descarada prostituta, quien me atendía a cada rato, cuando yo iba a visitarla. Ella se decía llamar Rosa. Aún era joven esta moza de las infidelidades contrariadas, pero pese al amor suyo, ella consiguió matar a varios sicarios, dizque para hacerle un bien a esta ciudad apocalíptica. Esos hombres fueron aparentemente tan horripilantes como su odio infantil. A lo mala, ella siempre los asesinaba a ellos gracias a una cuchilla brillante, cuando acababa de llevárselos al cuartucho ocioso, tal vez nunca suyo. Allí, tenía durante horas anteriores algo de sexo desabrido con esas ratas sociales. Luego del grito, Rosa cortaba sus gargantas sin mucho desahogo, sin nada de duda. Por eso cada vez que podía, trataba de acostarme con su belleza lejana, entre risas rotas y lágrimas medio derramadas. Llorábamos solamente entre ambas. Ella era diferente de las otras personas. Igual, debido al destino mío tuve que darle un término voraz a esa amistad. Pero hoy no lo niego, Rosa fue toda coqueta conmigo desde cuando la conocí, sin que yo le prestara mucha atención. Al paso de los atardeceres y las infidencias nocturnas, ella pudo ganarse mi confianza, bajo las sábanas sucias y raídas. Así, bajo el extraño deseo sexual, fue un curioso gusto, dedicarle a la muchacha un algo de dicha ajena a la mía.

Entre los propios segundos del ayer, no le dije casi nada a ese difuso rostro de mujer suya. Esa noche sólo empecé a escucharla. Luego terminé la copa del trago que ella misma me había pasado en un momento inconsciente, cambiante a ese antiguo presente. Yo dejé ya serena la copa vacía en el mostrador, sin hacer escama. Ya después me levanté de la silla donde pensaba distraída sobre la muerte. Lo hice, porque intuíamos que era hora de irnos al cuartucho mal oliente, para tener porno juntas. Necesitábamos irnos de la sociedad y así de a poco podíamos apaciguar nuestra aspereza doliente, ante la adversidad. Me alejé entonces de la barra, sin besarla mucho a ella en sus labios. Caminamos por entre el pasillo, reunidas ya entre raros abrazos. Nos tomamos de la mano, sin presentir ninguna vergüenza ante la gentuza dañada del allá, ganosa del escarnio señalador. En justo sentido, llegamos pronto a la habitación de paredes azuladas mientras tanto, para lentas quitarnos las ropas. Entramos tranquilamente a cada encierro intimista. Ambas cerramos enseguida la puerta de metal con sumo cuidado de no hacer ruido. Apenas, fuimos ligeramente percibidas por los presentes vivos de ese lugar ciertamente azaroso. Nos encaminamos por tanto al catre de las mujeres, más que apasionadas. Nos desnudamos suavemente entre la lindura mujeril. Luego dejamos que todas nuestras poses fluyeran lastimosamente, por sobre las caricias crueles y los besos culpables. Presentimos profundamente el uno contra el otro cuerpo, frágil al aroma de cada sabor semejante. Acogimos cada nostalgia oculta en ambas sin horror, nos extasiamos entre estos rincones del libertinaje.

Una vez pasado el extraño rato, mi amante de alquiler esperó un poco a dejar correr su ansiedad. Sola soporto su silencio para vivir otro tiempo mejor, sin tanta aflicción. Además, ella se percibió única a sus otras noches rutinarias. Tras su misma abstracción, ella pensó sobre la paz, recostada al lado mío, debajo de los tendidos negros en donde aún nos dejábamos ir hacia el simple vacío de la quietud. Ella apenas me dijo que estaba confusa por su pasado y por estar a solas conmigo. Así que yo la seguí soportando durante el vaivén del sopor y del ambiente, que nos recubría ahogadamente en tinieblas. Le ofrecí, mi tiempo premeditado para que cavilara inocente sobre sus amores derrumbados. Yo para el caso, seguí sufriendo una sola agonía de trasnochados sinsabores iracundos. No sabía qué hacer con ella. Dudaba de los posibles actos. Me levanté sin embargo del relajamiento penumbroso y todo mío. Lo decidí una vez pasaron algunos minutos furiosamente. Desde mi propia rabia, ya no podía ocultar más este drama. El hondo desespero me delataba. No quería reconocer esa obscena enfermedad suya. Entonces miré, roja en sangre hacia el suelo de lozas blancas y pronto saqué de mi bolso, un pañuelo negro y un picador de hielos; me acerqué con maldición al rostro de Rosa y enseguida le fui gritando antes de matarla: Malparida perra; usted es una malparida, hijueputa.

Ya de golpe creció el rencor; me le lancé horrendamente contra su humanidad pecosa mientras acababa de estrangularla por el cuello. Pesadamente, le di su homicidio violento, sin nada de misericordias suplicantes. Estaba en su pobreza abandonada. Durante la otra impudicia, atravesé su corazón con el picador y por fin ayer hube de exterminarla, bajo la noche umbrosa. Sin miedo, la dejé desangrada, sola desgarrada a mi propia venganza mía, la estrangulé entre un dolor bulloso y me importó una reverenda mierda; que la gente de afuera se hubiera dado cuenta del crimen, antes bien cometido porque desde hace años me sé muerta en vida y sin la vida de mi sangre violeta. Y entonces hoy, no me queda sino esperar a la infección adentro de este sanatorio de porquería en donde ahora estoy excluida, sin yo querer estar más en este mundo, tan plagado de infamia y de miseria.

 

Autor: Rusvelt Nivia Castellanos

Poeta y cuentista de la ciudad musical de Colombia. Es al mérito, Comunicador Social y Periodista, graduado por la Universidad del Tolima. Y es un especialista en Inglés, reconocido por la Universidad de Ibagué. Tiene dos poemarios, una novela supercorta, un libro de ensayos y seis libros de relatos publicados. Es creador del grupo cultural "La literatura del Arte". Sobre otras causas, ha participado en eventos literarios, ha escrito para revistas nacionales, revistas de América Latina y habla hispana. Ha sido finalista de varios certámenes de cuento y poesía mundiales. Ha recibido varios reconocimientos literarios tanto nacionales como internacionales. Fue segundo ganador del concurso literario, Feria del libro de Moreno, organizado en Buenos Aires, Argentina, año 2012. A mayor crecimiento, fue premiado en el primer certamen literario, Revista Demos, España, año 2014. De otra conformidad, mereció diploma a la poesía, por la comunidad literaria, Versos Compartidos, Montevideo, Uruguay, año 2016. Además de todo, recibió diploma de honor por sus recitales poéticos en la Feria del Libro, Ciudad de Ibagué, año 2016. Y el poeta, por su obra artística de poemas, mereció una mención de honor en el parlamento internacional de escritores y poetas, Cartagena de Indias, año 2016. Bien por su virtud creativa, destacado es este artista en su país.

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