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Fundé Troya.

Enseguida ardía.

El campo abre un sendero, entre espigas, cuando sueño.

La guerra fue con armas literarias.

Saqueé al mundo en el que la hoguera sería el ataúd donde prendió el fuego.

El río me da miedo. El agua me teme. En sueños no puedo tirarme. El pie se sumerge. Escalofrío.

Destruí poblados. Dominios. Campos donde se concentraba el control del mal.

(Cuando borrás con la palma, hermano, nubes consteladas en una guitarra, lanzás la flecha desde el arco que no volverás a usar).

Marraka es la palabra. El signo no pretende lo que significa.

Grité cuando todos estaban muertos. Pude gritar cuando Troya se desvaneció en la última página del libro. Desaparecida. Como personaje grité: ¡Marraka!

Escalofrío. La garganta del demonio en dios.

Pude. Pude gritar cuando estaba muerta.

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La casa hundida. Oblicua, borracha, te miro desde afuera. Enderezo la persiana apenas levantada. La ventana. Me acerco. El vidrio siempre derecho. Erguida, tomo distancia. La Aurora. Águila guerrera. Con el nivel, no puedo medir la transparencia. Aleteo. No. No burbujea el mercurio. Tengo fiebre.

Me espío desde afuera. Sobre la mesa, anteojos; el libro de Troya cerrado; manuscritos con enmiendas y tachaduras.

Estoy fundando otra aldea.

aaa

¡Marruma!, grito.

El pájaro que entorna la puerta de roble a la madrugada. ¡Ma-rru-ma!, canta, en una sílaba de asma.

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Tus ojos verdes detrás del fuego azul de la hornalla. Veo.

¿Todavía tenés sueños después de la vida cuarteada?

El fuego azul detrás de tus ojos verdes. Veo.

A

En una ilíada construí el continente.

Vinieron de otros mundos del primer mundo. Abrieron los ojos. No pestañaron. Los ojos abiertos durante la estadía.

“El asombro”, decían, “lo habíamos perdido”.

“El asombro, señora, porque aquí no hay nada”.

Aa

Epifanías.

El agua hierve. Salta la tapa de la pava.

La canilla gotea sobre el punto más blanco del piletón.

La botella transpira sobre la mesa.

Escribo sobre una hora en blanco, que era una hoja en blanco, que era el otoño blandiendo el cuchillo contra el invierno.

Aaa

La gata duerme. Se despereza.

El pájaro de la madrugada llora entre las tejas y el cielo raso. Abre una puerta hinchada: todas las noches me pide que entre.

Aaaa

La casa oblicua. El vidrio sucio.

Me acerco derecha a la ventana derecha. Me retracto: nada es transparente.

AaA

No hay libros sobre la mesa.

El continente se tiró de cabeza al agua.

Cuando sueño le temo al río y el mar me teme.

AA

No está la casa. Ni el vidrio.

El terreno es un campo de espigas, que se abre como un Jordán, para que camine hacia el sol sin mojarme.

El pájaro, en la entrada, me canta que entre.

 

Autora: Gisela Vanesa Mancuso

Escribo hace muchos años poesía, narrativa, ensayos. He autoeditado varios libros, entre ellos, el poemario Mientras velaba que te quería y el ensayo (tesis) Septiembre sin p no es primavera. La construcción narrativa del acontecimiento autobiográfico. Soy redactora permanente de notas de opinión y crónicas literarias de dos periódicos zonales de edición impresa. Coordino talleres de escritura creativa y asisto en la redacción de textos.

Imagen de Van Gogh

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