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Una boca que engulle y escupe


Todo me atraviesa como un vidrio, todo me corta me rodea me espera a la vuelta de la esquina me besa suavemente me desnuda, todo me ignora me desalienta me encanta me tienta, todo me busca me esquiva me duerme me somete, todo me separa me entierra me asfixia me mata,

y me arranca las pestañas una por una, todo mientras respira sobre mí como un vaho caliente que gotea, cuando pregunta y escucha y no digo nada y no me muevo, aguardo, acecho, soy acechada un ciervo en la carretera, me alertan mis alrededores pero dentro mío también hay piedras filosas

y huellas y ramas con espinas y muchas hojas quebradizas y un rastro de sangre de algún animal atropellado que me siguió a mi cueva como si supiera quién soy, porque también eras vos y esa sombra eras vos y me entristeció no reconocerte deseé tener el valor de disculparme pero ese hielo era yo y ese trueno era yo y no quise escuchar ninguna señal porque me aterraban los silencios y las respiraciones agitadas y el sudor y los gemidos y cada nuca erizada y cada violeta y cada azul y cada bordó

por eso cuando el sol volvió a salir yo era el pico mojado de un pájaro muerto, horrorizado, no sabía que estaba muerto y tenía miedo y frío y gritaba pero estaba en otro lado, muy lejos de acá y su vida no había significado nada y mientras sobrevolé los grises de este cráter, muchos notaron mi presencia sabiendo que llevaba un mensaje en una lengua perdida,

distante, sepultada en el océano más azul y verde de todos los océanos y finalmente me quedé dormida a eso de las seis de la mañana mientras yacía despojada, tibia como tus manos mientras me buscaban pero ahora, inertes, parecían un abanico de cartas arrojadas sobre alguna alcantarilla,

vos no escuchás los ruidos, no sentís las agujas las púas los insectos debajo de la piel que me esperan ni bien salga de este cuarto, eso es lo que me duele la anticipación de un naufragio de un barco en miniatura astillándose sobre mi hombro, me preocupa no lograr apagar ese ruido nunca, no lograr desconectar esa alarma nunca,

te miro cómo te cubre un manto de lunares y luces y me sube un calor, me hierve la sangre, cómo hacés para no verlo, para no sentir una brasa ardiendo en cada poro y te resiento por no encontrarlo viscoso, tierno como una carne al fuego y se pudre y por qué no lo sentís, por qué tengo que sostener este cadáver yo sola, se impone entre mis piernas y no me deja estar tranquila,

mientras sobrevolabas encima mío su mano huesuda también nos señalaba pero yo sentía un calor tan fuerte como un hogar un techo sin goteras protegiéndome de un huracán o provocándolo que no le presté atención, lo conseguí, lo logré por unos minutos, descubrí cómo suspender mis sentidos esos que me ponen contra el paredón y liberé a los otros los que se abren como flores

y no le presté atención a esa mano mientras tamborileaba sus dedos de fantasma sobre tu espalda pero ahora no puedo ignorarlo porque el techo cedió sobre mí y estoy tiritando de frío y lo único que me acompaña es un cuerpo calmo a mi lado a diferencia de mi propio cuerpo que me odia y se rebela contra mí y conoce a esa mano muerta y la saluda y le permite entrar en mí no me quita el ojo de encima mientras se alza como una pila de huesos limpios pero que palpitan como si estuvieran vivos entre mis piernas sin que te des cuenta.

 

Autora del texto y la imagen: Clara Bachur

la autora de este cuento nació en un mes frío del 98 y está actualmente buscando un trabajo soportable. estudia cine en la (i)una. le gusta pintar con acuarelas. puede (intentar) comunicarse con ella por mail (clrabachur@gmail.com). si esta buscando una joven intrépida para atender una librería de usados, NO DUDE!

 

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