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La visceralidad al palo (II y III)

II

El canal de parto

Intuyó que al melonear sobre ciertos temas se desatan, hacia el interior del cráneo, tormentas cósmicas tan o más grandes que las que ocurren allén de la atmósfera terrestre. Tan es así, que desde que leo Extrañas Noches, cuando todo se acalla, escucho un gorgojeo efervescente que se manifiesta por debajo de mi peluca. Ya sea en el transporte público, o en la quietud de la moche. Esta efervescencia me interpela. Si se quiere, me alienta a revisar ciertas cosas que daba por obvias, sobre esta cuestión que nos amucha tras la literatura visceral.

Una de esas cosas estructurales que me inquietan, al punto tal de andar masticándolas a cada hora muerta; son esas sospechosas coordenadas en la parte superior de la página. Saben de qué hablo ¿no? Me refiero a eso que intenta pasar desapercibido bajo el disfraz de subíndices: ciudades, mundo, eros, furia y caminos. No; no, no. He allí algo sospecho, no es simplemente algo que está en las revistas. Evidentemente son una coordenada, un lugar físico, o si se quiere el nombre de un conjunto. Pero ojo, no son inocentes. Es decir, no son pasivos, anodinos, estáticos. Pueden parecer algo así como cajas o estantes donde poner cosas. Pero no piséis el palito. Esas coordenadas mis queridos todos; son fuerzas, mejor dicho son vórtices. Sí, sí, sí, ni más ni menos. Vórtices y están surcados por fuerzas yinyangnescas de una dualidad sinérgica y complementaria. Lo vengo meloneando hace rato y caigo en la cuenta que esos inocentes titulitos pertenecen a dos mundos. Son túneles de gusanos que van desde el interior de nosotros mismos, hasta el texto que tratamos de parir.

Sí como vienen cayendo las barajas esto es así. Estamos obligados a pensar de otra forma, y dejar de ver estantes donde poner los escritos para empezar a recorrer esos túneles de gusanos a la manera de un chamán, que es sí un hombre de dos mundos. “Tu mente maneja aún sin saber una bruta madeja de extraño poder”(diría al respecto el poeta Palo Pandolfo). Muchas veces, nos clavamos frente al teclado y como si estuviéramos pedaleando tratamos de llegar algún lado, pero ojímetro esto no ocurre porque sí, no todo escrito es fértil. Por eso les proporongo pensar de una forma distinta. Por ejemplo: Si quiero que algo que me habita salga de mí y quede reflejado en el texto. Tengo que hacer que el texto en sí sea un nuevo hogar para esta fuerza que intento convocar, no una jaula. Nunca una jaula, las palabras fácilmente se vuelven barrotes de los sueños, además se nota cuando intentamos dar curso a las calenturas que no pudimos resolver en la carne sobre el teclado de la compu. El texto no es una marioneta a la que le metemos la mano en las entrañas y le hacemos hacer lo que queremos. El texto es un ecosistema vivo en estado latente. El muy turro hiberna en la frialdad de los signos y vuelve a la vida cuando el lector le dona la vitalidad de su mente. Así se complementa el ecosistema virtuoso de la escritura. Por eso advierto sobre esos titulitos, a través de ellos, podemos encontrarnos y como si se tratara de una ceremonia cada cual aportando lo suyo, podemos descular qué son, de que están hechos, pero sobre todo, podemos usarlos como un incubadora del arte que desde dentro nos pide pista

III

La aerodinámica porcina y su implementación en los cultivos gestálticos

A veces, falto. Me ausento del mundo: Poray se me chifla el moño, siempre fue así. Cuando era pendejo me subía a un tren o a un bondi y pensaba; bueno, a ver, que barrio no conozco, y hasta ahí sacaba boleto. Una de las últimas veces que rompí la continuidad, cacé la camioneta enfilando como para el campo. Aparecí en un lugar incierto entre Bransen y Oliden. Me mandé por una huella de tierra seca. Algo en la disposición de las nubes me la marcó. Por ahí le hice unos cuantos kilómetros. Venía viendo todo un campo sembrado de girasol, de pronto se cortaba y empezaba otro cultivo. No sé que era. Tenía unas espigas coloradas. Paré el motor, me bajé, di unos pasos adelante, miré todo a mí alrededor y me quede ensimismado en esa diferencia de texturas. Me subí al capot de la chata y me armé uno. Llevaba dos o tres secas cuando algo me llamó la atención. Giré la cabeza, y a mi lado estaba un gaucho de boina grande, ojos claros y cansados, montado en un caballo más blanco que marrón. No me sobresalté, no reparé en el hecho que jamás oí trote alguno. Nos miramos un segundo intenso, profundo y él dijo, no a mí, simplemente dijo: “que sabrá el chancho de aviones si nunca miro parriba”. Fue un misil al pecho. Como si el paisano tuviera el pasword de mi mente todas las funciones de mi capocha cesaron. De pronto estaba yendo por el túnel hacia la luz; vpasar todas las escenas de mi vida en los aviones. La manijita que traba la bandeja de comer, el pip de cuando uno se puede sacar el cinturón, la belleza evangélica de las azafatas; incluso como en un torrente comencé a pensar en los brazos hidráulicos, los cables, los interruptores, todo el universo de la aerodinámica, todo aquello que le era ajeno al chancho. Todo. En ese momento me dije: tengo que hacer algo. No por el chancho, porque en ese caso mi lealtad está con los chacinados, con las bondiolitas al paso. Sino conmigo. ¿Qué me estaba perdiendo por no mirar para arriba?, y peor aún, dónde era el arriba. Esa de pronto se convirtió en la clave de todo, no podía parar de pensar hacia dónde queda esa coordenada en la que no estoy reparando? Así fue que volvieron a mí cada uno de los fonemas de la máxima gauchesca. Y vi en cámara lenta como el sonido de esas palabras inundaba mi cerebro y supe en ese instante que era ahí donde había que apuntar. En la precisión del habla, de las palabras sin que nada tuviera que ver la lengua en la cuestión. Estoy convencido en la dualidad de las cosas, me basta ver el ying yang y señalarlo con el dedo para suponer que todos entienden de lo que hablo. Pero siempre el camino debe ser más sensible, más sutil, por eso me doy cuenta que lo que tratamos de decir tiene que ser transmitido en toda su dimensión en su “Gestalt”. Fondo y Figura como totalidad, esa fuerza yingyangnesca que es en definitiva lo que se quiere trasmitir. Piensen en esta imagen: Por ejemplo si digiera que es una novia, una bailarina sería una representación pedorra de éstas; pero si puedo instalar en el texto ese fondo del instante de un primer beso, el lector al donar su fuerza vital para que el texto cobre vida, no solo va a traer a la vida a la novia bailarina sino también al espíritu de ese primer beso, ambos van a transmitirse desde el interior del escritoral lector. Las fuerzas con la que trata la literatura visceral son complejas sutiles si algo puja por salir desde el interior de nosotros mismo, nunca puede ser puro, siempre va a venir con restos de otras cosas, la fidelidad con esos restos nos alejaría del chancho, impedido físicamente a levantar la cabeza. Su chanchidad se enfoca en lo que lo obsesiona, la gula y le manda wacha . No le importa nada. No ha reparado en la capacidad que tiene el aire para sostener las cosas lo efímero se le pianta al chochán. En cambio quien intenta trasmitir su arte solo debe pensar en cómo llevar esa mezcolanza de cosas y fuerzas que lo habitan al ecosistema del papel y la tinta. Para eso hace falta una voluntad germinal todo lo que vive en el interior de uno debe ponerse en la semilla del texto y dejar que crezcan dentro del lector las espigas del color que quieran, el único secreto es poner todo en la semilla.

 

Autor: Diego De Lucía

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