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Flores del silencio


Madre va al salón de belleza el día del funeral de padre. Es extraño, pero es cierto: va. Las otras mujeres le dan sus condolencias mientras beben café. Todas han ido a peinarse al mismo salón de nuestro barrio y se verán de nuevo en un rato, para hablar de lo mismo.

Yo soy el mayor heroísmo de mi madre, pienso: madre heroica, mientras la observo trajinar frente al espejo. Nunca sabrá las cosas que yo sé. Me cuenta lo que le han dicho las otras y se le enrojece la mirada por enésima vez.

Se ha puesto un vestido negro bordado con piedras, es el de mi boda; que bien podría haber sido un funeral. Algo se muere en las bodas, la inocencia.

Si me hubiesen arrancado los ojos al comienzo, madre.

No reclamaré la inocencia para mí nunca más.

Pienso en la fragilidad.

Pienso en el sufrimiento.

Pienso en arrancarme los ojos.

Es tarde. Seré mi madre.

Pienso en cómo, aunque sufrimos, mantenemos los ojos y la boca debidamente cerrados, con calma. Cuánto nos cuesta decir, cuánto nos cuesta amarnos y sin embargo, lo intentamos. Desesperadamente lo intentamos. A diario.

Que egoísmo absoluto es el amor, producto de un dios falible.

Somos dioses. Arrinconados contra los límites de nuestras almas deformes, sometidos por años a la voluntariosa razón que todo domestica.

Extraer algo del caos, algo que valga la pena. Algo que se va a modificar. El objeto es modificado por mí. Amar modifica. He sido modificada. He operado sobre el objeto de mi amor como un dios falible, arrinconado, deforme. Lentamente paso a paso sin saberlo; con palabras, con gestos, con besos, con ideas lo modifiqué; con mi amor. Para después devolverlo al mundo y que se muera de frío.

Cada mañana nos empujamos otra vez hacia el mundo. Desnudos, solos. Que nos reciba, que nos devore con su boca desdentada y húmeda. Su boca negra.

Nos hundiremos en esa realidad punzante que es la vida; horrenda y deslucida realidad, inmunda, tan lejos de la nación del amor. La realidad nos ve nacer y nos empuja. Hay que volver a la realidad. Lo hacemos. Nos exiliamos en ella. La nación queda lejos.

La nieta de Freud soltaba su carretel de hilo para sentirse morir. Gritaba con desesperación y lo recuperaba.

La realidad es un lugar para el naufragio. Es desamparo y soledad.

Mucho después viene la muerte.

En el funeral de padre una mujer conoce a un hombre. Se miran, se acercan y hablan como si se conocieran de toda la vida. Será modificada y no lo sabe.

Después vendrá la muerte, mucho después.

 

Autora: Karina Rodríguez

Nació en el barrio de Valentín Alsina en 1973. Es doctora en Farmacia, profesora de música y escribe. Almas y Karmas, su primer libro de cuentos, fue publicado en 2014, en coedición México—Argentina, que en el año 2015 la llevó de gira por ese país. Ese mismo año fue presentado en la 41° Feria Internacional del Libro, bajo el auspicio de la embajada de México. Fue alumna de Alberto Laiseca y actualmente es alumna de Mariano Dupont. Varios de sus textos han participado en antologías de cuento y poesía y han sido publicados por revistas literarias nacionales e internacionales. Este relato pertenece a su segundo libro de cuentos "Gente común", publicado este año, en Argentina, por editorial Peces de Ciudad. Es editora del blog Cuentos de la Rosa Negra.

Google +: Black Rose (Karina Rodríguez)

Twitter: @biancaofvenice

Imagen de J. Pollock

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