Ayer
Me di el gusto de opinar libremente sobre las calidades y cualidades de obras pictóricas sin tener el necesario conocimiento para hacerlo dejándome llevar por una intuición innata que saqué de los bolsillos arrugados de un pantalón que ya no me entra. Me permití sentir un placer libre de causas durante el tiempo suficiente hasta que me miré en un espejo bajo de dopamina que no quiso ayudarme en decisión arbitraria. No soy quien era antes de querer a alguien. No sé con certeza humana quién soy ahora que me pierdo en unas sábanas degradadas. Me tomé la angustiosa libertad de querer, y quise. Y mientras se va pausando la entrega que viene con demora tras una arrogancia estúpida, reflexiono si el final me conviene, o si, como si fuera poco, debería seguir escribiendo sin puntos ni pausas porque me tocó filtrar la realidad para crear un producto nuevo. Y eso pareciera un pecado a los ojos del lector. El pecado de los ateos que miramos de reojo con envidia a quienes de verdad pecan porque hay un Dios que prohíbe. Porque hay un Dios, que define quién se salva y quién está destinado al fracaso mundano de la infelicidad. Me di el gusto de opinar libremente sobre obras pictóricas, ahora voy a sublimarme en el lienzo y que alguien opine sobre mis defectos. Y que alguien me pase pinceles por las tetas para corregir luces y sombras. Y que no me tape el lunar a la orilla del pezón.
Autora: Lara Margaritini
- 24 años - Recibida en la Tecnicatura Superior de Cine y Artes Audiovisuales de la ciudad de Santa Fe.
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Imagen de Philippe Berthier tomada de