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Recordando a un fulano


Algunos Fulanos son inclasificables. Gabriel Bañez por ejemplo definió a Discépolo como un “existencialista avant la lettre”.

Era aquel catecismo de la existencia antes que la esencia, la realidad antes que el pensamiento y la voluntad antes que la inteligencia.

Habrá tenido en cuenta Enrique Santos Discépolo la atmósfera intelectual que se respiraba en aquellos ghetos? Lo que queda claro es que una visión desolada de la vida lo llevó a componer Cambalache, un verdadero himno testimonial popular porteño.

Recordaba esas calificaciones café mediante, mientras observaba en El Hipopótamo de San Telmo, a un mismo Fulano desconocido escribiendo siempre junto a la ventana.

Quienes conocimos sus obras, sabíamos que no era apto para el consumo masivo como los novelistas clásicos. El detestaba ser comprendido, de eso debía ocuparse la crítica que interpretaba sus abstracciones y alegorías. También su psicoanalista, que trataba sus cuadros depresivos.

Su estilo se caracterizaba por un final abierto, característica que se daba también en el inicio y el desarrollo. Ese vacío lo convirtió en un autor discutido, todo un logro.

La primer novela “Revolución sin Revolución”, marcó un antes, un después y un total para qué.

El primer capítulo de cinco hojas en blanco, consistía en una libre interpretación del resto de la obra.

La actual joven generación literaria, como un robot cibernético, da testimonio de su tiempo analógico, habla de bytes, chips y computadoras cuánticas. Fulano cavilaba sobre otros temas impredecibles.

A pesar de la crítica implacable, logró ingresar al Libro de los Récord Guinnes, por ser el primer escritor argentino traducido al castellano.

Sus empeñosos intérpretes pudieron advertir en su obra cómo cambian los tiempos, sobre todo los verbales en un mismo párrafo.

Intelectualmente estaba alejado tanto del ambiente intelectual como del contracultural y fundó la emblemática revista “Que los Recontra”. Básicamente se negaba al contrabando ideológico a través de la literatura.

Como todo incomprendido, fue celosamente vigilado por los servicios de inteligencia, que llegaron a organizar concursos secretos de ensayos para analizar su obra. Por supuesto, sin descuidar el teléfono y el celular pinchados.

Finalmente después de un exhaustivo interrogatorio confesó que con la izquierda era inhábil y con la derecha tenía malos hábitos.

Reconozco que en el bar siempre fue uno de los más distinguidos del grupo por llegar a su casa por sus propios medios después de ocho o nueve whiskys.

Una noche desanimado, se despidió diciendo que nada que no tenga poesía merece ser escrito.

Fue un hombre autosuficiente hasta los instantes finales, cuando al tomarse el pulso comprobó que había fallecido.

 

Autor: Alfredo Belasio

Autor de SOLOS Y SOLAS –con el seudónimo de Malbec-: EL PRECANDIDATO y LA MAGICA LOCURA, en los tres casos de EDICIONES LUMIERE

La interpretación como diría Karina Jellinek, la dejo a su criterio.

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