Fugaz, como el arte
El cielo de formas abstractas y nubes blanquecinas, se extiende interminable. En las faldas de un cerro, un pueblo de cálidos oleajes primaverales.
La gente aglomerada, embonan burbujeantes pláticas alrededor de un círculo empedrado. Los fuegos artificiales haciendo su faena, no inmutan a nadie, ni siquiera los gorriones en las copas del pirul parecen inquietarse ante las frecuentes explosiones en el cielo. El viento tibio y sabio, lleva consigo además de polvo y hojas de toronjil, un inmenso retrato de melancolía. La música grotesca, de trompetas, tambores, guitarras, y exagerados vientres de cerveza barata, rompen con la apacibilidad del lugar.
¿Podéis escuchar la música de óleo y tristeza?
*
Dentro del círculo. Tres metros bajo tierra, el turno del tercer hombre. Sus pasos se hunden en la arena recién mojada, enfundado en el típico traje de luces color rosa y accesorios que no son de oro; Reflejan la luz que no es de sol, ni de luna.
Solos. Bestia y hombre, con ancestral oscilación, danzan entre jugueteos y cortes sin profesión. El ¡olé! Insistente en boca de los espectadores y voz de hienas, reclaman el acto final. Si miras bien, de los ojos les brota sangre, sangre que beben y vuelven a derramar.
Y así, lidiando por lo que parece un eternidad, hasta que la bestia medio ciega, medio agujerada y medio muerta alza la mirada con extasiada suplica. Pide en lamentos convertidos en bramidos, la abolición de pecados que no ha cometido.
He aquí la prueba del yugo humano; he aquí que no es bestia, sino prisionero. Y en lo que unos llaman naturaleza, arte o belleza, la bestia solo encuentra confusión y dolor. Y el hombre que por no ser hombre, sino rey; con mirada vacía clava el estoque, desgarrando la vitalidad de los órganos tensados y la benevolencia desdeñada.
Un bramido enternecedor se esfuma a la altura de las nubes. Las aves que permanecían silenciosas y estáticas, solo ellas emprenden una marcha fúnebre, imitando todo tipo de cantos, los mismos que se escuchan en los panteones y que aprendieron de sus amos.
¿Y los demás? Solo aplausos y ovación.
En un pueblo de cálidos oleajes primaverales, sujetos de las faldas de sus madres, los niños que aún no hablan y jadean al caminar, se preguntan: Quién es humano y quién bestia.
Autora: Zamara León Urbano
Mi nombre es Zamara León.
Hace un par de años comenzó mi pasión por la lectura y al mismo tiempo por la escritura, en esta última he encontrado la fluidez de mis palabras que no logro articular en voz alta; Inmersa en los más íntimos secretos de la belleza humana, esperando no fracasar.
Facebook: Zamara León
Imagen de Antonio Saura