El sonido de lo carente
Si la prófuga hoy ha de ser la palabra,
seré yo la que se atrinchere a la lentitud de las horas tejiendo
-entre recuerdos escombros de callejón-
las ansias y la paciencia que la aguarden merodeando el papel.
Verle la cara y los surcos más íntimos a la herida fundante,
de eso se trata el juego cuando se muda la palabra
temor de ya no palpar el conjuro en mi lengua,
de tener que salir a cavar la tumba de todos los poemas abortados en cajones demasiado legales como para ser válidos en el territorio de los profanos.
Tiene sonido lo carente,
lo abandónico suena a bisagra en pena,
se oye
se ha ido
no puedo balbucear siquiera el viento que me persigue,
ni la palidez de las lunas interiores cuando se ausenta el mar.
La tinta ha seguido el destino del río moribundo,
inútil intentar resurrecciones ,
las manos de atea y sacrílega, no reviven a los muertos.
Sequedad de toda posibilidad cotidiana de amasar la tierra que me justifica en un acto que también me justifica;
el de salvarme entre lo remendado de este idioma insignia de salamancas,
cántico de sublevación entre los bordeadores de los precipicios de la historia.
Si bastase ser camino de tierra, y el testimonio soportara la insignificancia de revelarse como polvareda,
podrían dejar de venir las palabras, sus llamas y los días lilas ahogados de humo de rituales, bendecidos por escupitajos animales;
sin embargo nunca culmina el letargo de los mancos con deseo - ya no de tener manos - sino de que les crezcan alas,
deseo de dormir habiéndose convertido en pájaro.
Si despidiera yo a la palabra, dónde quedaría la disponibilidad corpórea ante el enemigo degollador, cómo diría que las cárceles -como el suelo- beben otros llantos,
cómo cantaría que lo encallecido grita la renuncia,
que la claridad es turbio presagio porque da voz a los dormidos entre laureles: los hombrecitos perfumados que asesinan la ternura,
y que las orejas imbéciles por todos lados crecen y se vuelven tinajas fieles receptoras del desconocimiento como agua sagrada.
Sin versos cómo se nombran las cárceles
modestos nidos,
regazos impúdicos,
que fracasan cuando intentan amansar a los doloridos, que
no pueden extirparles a éstos las garras ni los colmillos.
Si se me muere la poesía en la clandestinidad de un verano sin amaneceres brutos ni extravíos vagabundos
será en la invitación del aroma de tilo,
donde se acueste un universo
dejando hendiduras en la tardanza de las palabras.
No será la soledad sino la vida acurrucada
a la sombra de las costillas del día.
Y será en los pliegues de la piel de la noche
donde arrastren mi cuerpo reventado de sueños,
cuando desdentadas las rabias ya no puedan morder y queden así condenadas a provocar las cosquillas en la sobriedad de los agónicos entre murallas.
Autora: Nazarena Luz Jaramillo
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Imagen JMW Turner