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Sábado a la noche, cumbia


El sábado a la noche, ya muy tarde,

a la hora en que salen en Buenos Aires

los espíritus inquietos,

fuimos con mi amigo Pancho al bailable de Constitución

Radio Studio, el Gran Gigante,

uno de los clubes de música tropical

más afamados de la ciudad. Allí se pueden escuchar

a las grandes estrellas de la cumbia,

a los reyes de la música grupera,

y hasta deleitarse con las selecciones afrodisíacas

del DJ y gran gurú Machu-K, considerado el mejor,

por la muchedumbre que llena la enorme bailanta

los fines de semana. Pancho me había avisado

que esa noche cantaba la Princesita Karina,

una de mis artistas favoritas, por la dulzura de su voz

y su carisma, y no podía perdérmela.

Subimos a un colectivo en Caminito.

Atrás quedaron las flores del Riachuelo.

Atravesamos la Avenida Brown en La Boca;

nos internamos en San Telmo y, al llegar a Brasil

y Bernardo de Irigoyen, descendimos.

Era la entrada simbólica a Constitución, el barrio

así llamado en homenaje a nuestra Carta Magna.

Invocamos a la musa de Rodrigo,

solicitando su autorización nochera,

y nos pusimos a tararear “Amor de alquiler”,

una de sus canciones más bellas:

“Amor de alquiler/ que no me reprochas

que tarde he llegado,/ amor de alquiler,/

tu nombre en mi piel lo llevo tatuado;/

amor de alquiler,/ no importa saber

con quién has estado,/

amor de alquiler,/ quisiera poder

morirme a tu lado!”

Pasamos por abajo de la opresiva autopista

elevada, sucia y gris arcada que afea

y denigra la antigua y libre traza urbana,

cicatriz de cemento que nos hizo sentir

la decadencia del sur abandonado.

Fue obra de destrucción de la piqueta

del Intendente militar de facto Osvaldo Cacciatore,

de siniestro legado, durante los años setenta.

(El Almirante tiene una importancia simbólica

en nuestra crónica: delirante Militar del Proceso,

enlutó a los argentinos con sus crímenes.

Su acción militar más recordada

fue la masacre de Plaza de Mayo, en 1955,

cuando bombardeó primero y luego ametralló

con su avión la Plaza y la Casa de Gobierno,

asesinando a 400 civiles indefensos.

En premio, la Junta Militar del Proceso

lo designó, 21 años después, Intendente en ejercicio

de Buenos Aires. La Autopista de Cacciatore

hoy conecta a Constitución

con el Campo de exterminio del Olimpo,

donde sus Comandantes amigos

continuaron su obra. Al final del Proceso

habían asesinado a 30.000 argentinos.

Después de pasar por el Olimpo

la autopista se pierde en el vacío,

en un gesto nihilista y suicida de odio

y de impotencia. Profundizó la grieta

y herida abierta, dolorosa,

que separa a las dos Argentinas:

la Argentina de la oligarquía y sus aliados cómplices,

nacionales e internacionales,

de la Argentina del pueblo de Perón y Evita,

trabajador y obrero.)

Se extendía frente a nosotros

la enorme Plaza de Constitución,

la antigua Playa de las Carretas,

a cuyo mercado antaño llegaban los frutos

de la agreste y romántica pampa,

junto a los acentos y cantos

de sus gauchos y troperos.

Atravesamos la Estación de Trenes,

ampliada casa de la vieja Estación del Sud,

exquisita joya de la arquitectura pública

de estilo francés, diseñada, paradójicamente,

por un arquitecto inglés

y otro norteamericano (entre ellos se entienden),

a fines del siglo XIX.

Nos internamos, dichosos, sintiendo ya

la pasión del malevaje, por las calles vecinas,

con sus coloridos negocios de ropa barata,

sus piringundines al 2 x 1

y sus torvas pizerías, frecuentadas

por la gente menuda, que busca algo lindo

y barato que ponerse, y por las putas

y travestis que, mientras se prueban

la ropa de moda,

o comen una porción con doble musarela,

ofrecen sus servicios.

Dejamos atrás esas calles, no eran

nuestro objetivo nochero. Nos dispusimos

a entrar de una vez por todas

en un terreno más espiritual y firme:

el de la caliente ternura y el perfume animal

de la noche del sábado.

Nos dirigimos al baile. Pronto sentiríamos

la esencia de las lindas chirusas

bañadas en colonia

y el aura de los varones que exhalaban

su fragancia de hormonas.

Llegamos a la magia de Radio Studio,

el gran salón de música tropical,

en la esquina de Salta y O´Brien,

que nos recibió con su fachada

de luces fluorescentes, que reproducen,

en múltiples y llamativos colores,

las líneas estilizadas del Partenón griego.

Entramos al local, repleto, a esa hora,

de bellas chicas engalanadas,

que exhibían sus pechos jóvenes y generosos

por los amplios escotes de sus vestidos

de tela satinada y brillante. Subidas

a sus altísimos tacones, como para espiar

por la ventana del mundo, felices, rientes,

pícaras, miraban, curiosas, de reojo,

a los muchachos vecinos, y, cuando se descuidaban,

bajaban la vista, inadvertidas, para auscultar

el bulto de sus entrepiernas. Estos,

listos para lo que sea,

estaban dispuestos siempre a abrirles bien

el bolsillo, y comprarles muchas cervezas rubias

a cambio de un simple beso.

Era la primera vez que yo venía

a esta popular bailanta,

con la intención confesa

de escribir un poema o pintar un fresco.

No podía ser que me perdiera la noche

de esta encendida barriada

por estar entrometiéndome, indebidamente,

en mis traviesas incursiones nocturnas,

en las discotecas de los acomplejados snobs

del mediopelo porteño, que celebran

a sus artistas de rock neobarroso,

imitadores envidiosos y serviles

del talento extranjero,

y tienen a menos el arte de su pueblo.

Los pobres de las bailantas de Constitución

son buenos de corazón, hijos

de esa tutora severa, la miseria,

compañera egoísta, tantas veces madrastra

de los poetas.

Para mi amigo Pancho, paraguayo, de Caacupé,

la patria de la virgen, yo era un blanquito curioso,

aficionado, que metía la nariz en todos lados,

pero me perdonaba, porque le gustaba mi poesía

melodramática y sabía que de esta visita

saldría un poema popular y cumbiero,

del que estaría orgullosa toda La Boca,

nuestro barrio. Llevaría las luces de Constitución

a la Ribera, y le devolvería al pueblo

lo que es del pueblo, dándoles por el culo a los ricos

y a la ridícula oligarquía de opereta

que nos gobierna. Me hizo prometer

por el Gauchito Gil, nuestro santo,

que lo incluiría en el poema. Por supuesto

que lo haré, y aquí cumplo. Pancho

es un buen amigo y me está enseñando

a hablar en Guaraní, un antiguo deseo mío,

que nací en Rosario, en el pecho del gran Río,

por el que desciende, con el rumor de sus aguas,

la melopea autóctona de esa lengua sincopada.

Ya había aprendido que Dios se dice « Tupá »,

sol « Kuaray », amor « ayhn », y yo soy « Ché ha´e ».

Estaba memorizando además la preciosa canción

« Paloma blanca » (ya sabía la primera estrofa)

del gran compositor paraguayo Neneco Norton,

que dice : « Amanóta de quebranto/ guayrami

jaula pe guáicha/ porque ndarakói consuelo/

mi linda paloma blanca”.

Vimos un lugarcito libre a un lado de la barra,

lugar preferido de los tímidos,

cerca de donde hacían cola las chicas

buscando su cerveza o su fernet con coca,

y hacia allí fuimos. Pasamos la región

de los acaramelados galanes, que ofrecían

en esos momentos a sus enamoradas

el corazón en llamas. La cumbia sonaba,

heteredoxa pero sincera. El DJ

combinaba ritmos villeros con música

cuartetera, en un contrapunto movido,

y en la pista bailaban las parejas,

sacudiendo el cansancio acumulado en la semana.

Me sentía más contento que gaucho

en el gallinero del Colón, viendo el Fausto

de Gounod, o que pituco porteño

yendo a curiosear donde no le corresponde

(¡ah, la curiosidad, madre de todos los vicios !).

Así, aprendiendo, aprendiendo,

los argentinos llegamos lejos

y somos un pueblo, aunque pobre, feliz.

El lugar se había llenado

y estaban las humanidades aliento con aliento,

casi nos besábamos de tan cerca.

Al DJ Machu-K le siguió el Grupo Furia,

de Berazategui, y un conjunto de chicha andina,

Markahuasi, llegado directamente del Perú,

para los jóvenes de todas las naciones

hermanas que danzaban codo con codo.

Se había armado bien el baile, como se dice.

La Princesita Karina, sol nocturno,

diosa de caderas sensuales, iba a entrar más tarde,

como a las dos de la mañana,

porque ninguna fiesta bailantera

amaina antes de las cuatro,

y la música sigue en la pista

hasta las cinco. Después de esa hora

empieza a llegar la gente que amanece,

los ebrios de crack y marihuana,

que se tienden en sus sillones

para dormir su cumbia.

Radio Studio está siempre abierto,

las 24 horas, para los nostálgicos,

los desesperados y los que se refugian

en la noche de Constitución

con el diablo en el cuerpo.

Antes del show de la Princesita,

y para que entráramos en calor,

presentaron un show de danza.

Apareció en el escenario una chica preciosa,

en bikini. Tenía unas tetas increíbles.

Sonó la música envolvente

y un spot de luz cálida la enfocó.

Se trepó a un caño, colocado

en el centro de la escena,

como una serpiente lúbrica.

Se pasaba la lengua por los labios,

Provocando a los mirones excitados.

Muchas parejitas que estaban en la pista

se acercaron a mirar.

Las muchachitas se apretaban a los chicos,

a ver qué les tocaba a ellas. Los donjuanes

acariciaban a sus hembritas,

mientras se relamían de goce

con la diosa del caño,

que había estudiado

en una academia del rubro

y tenía un cuerpo de gimnasta profesional.

Sus formas contorneadas

eran una versión perfecta de Venus,

acompañada de leopardos agazapados y todo,

y seguida a su partida por una fuga de palomas.

Luego vino el número de la jaula:

se introdujo en ella una muchacha

y la elevaron sobre la escena.

Al ritmo de una cumbia lenta, moviéndose

sensualmente, se fue quitando las ropas

hasta dejar su jugoso cuerpo al desnudo.

La siguió un strip-tease masculino :

un pato vica se fue desnudando

ante el griterío poco recatado

de la asistencia femenina. Ya estaban

todos mojaditos con semejante espectáculo,

calientes a más no poder,

y allí arrancó el perreo. El DJ

puso cumbia dura y regatón villero.

Los muchachos, en la pista de baile,

se les acomodaban a las chicas entre las piernas

y les daban hacia atrás y adelante,

con una furia sexual encadenada

a la situación febril. Las chicas se venían

con los ojitos cerrados como si nada,

todos de acuerdo en pasarla lo mejor posible,

en gozar, el sábado a la noche.

Necesitaban descargar la angustia

acumulada en la semana.

Ese era un baile liberador, salvador.

Entre tragos y mamadas,

chupaditas y deditos en la raja,

sentían que les regresaba

el alma al cuerpo. Esa era vida,

tiene derecho a divertirse el pueblo,

a cada uno lo suyo. Después, ya preparada

y más calma la platea, llegó Karina,

la Princesita, la rubia diosa bailantera.

Para entonces, ya todos se habían venido,

y abrazadito cada uno a lo que le corresponde,

se dispusieron a escuchar sus canciones románticas

y corear felices los estribillos.

Trajo en su cuerpo y en su baile

toda la felicidad que esperábamos.

Vestida de falda negra ajustada y camisa roja,

Contorneaba sus caderas dulcemente

mientras desgranaba sus canciones,

acompañada por la sabia música

de su orquesta cumbiera.

Atacó, entre otros bellos temas, « Miénteme »,

« Te llevo conmigo », « Procuro olvidarte ».

La multitud de fans explotó

cuando empezó a cantar « Corazón mentiroso » :

« Mentiroso, corazón mentiroso,/

no tienes perdón, estás muy loco,/

mentiroso, corazón mentiroso,/

te vas a arrepentir cuando esté con otro. »

Todos tarareábamos y cantábamos

y levantábamos los brazos,

¡manos arriba, manos arriba!,

para seguir el compás de la música,

como en un gran himno telúrico

de sábado a la noche,

en este club de Constitución, Radio Studio,

bien llamado el Gigante, muy cerca

de la Estación de los Trenes del Sur,

de donde parten las almas perdidas

que van del calor al frío.

Mi canción favorita, ya para el recuerdo,

fue “Procuro olvidarte”,

del gran compositor Manuel Alejandro,

en la versión dulce y acompasada,

de arrastre cumbiero, de Karina. Lo orgulloso

que estaría el Kun Agüero, su novio,

el gran jugador de fútbol del Manchester City,

si pudiera verla esta noche, tan dueña de sí,

en el escenario, regalando gracia y talento.

Pero no pudo venir, tenía partido

en la anciana Inglaterra, nuestra antigua abuela

imperial, tan lejos del mundo de la pobreza porteña.

“Procuro olvidarte,/ siguiendo la ruta

de un pájaro herido”, cantaba Karina,

“procuro alejarme,/ de aquellos lugares

donde nos quisimos/ me enredo en amores/

sin ganas ni fuerzas por ver si te olvido/

y llega la noche

y de nuevo comprendo que te necesito.”

El desconsuelo del magno Alejandro nos envolvió

y nos dejamos acariciar

por la suavidad de su lirismo,

transformado en lenta cumbia

en este barrio popular de Buenos Aires.

Aquí, toda la Latinoamérica que sufre y trabaja,

canta. Mastica el rencor y el resentimiento

acumulado durante la semana

al ritmo liberador de la música nuestra:

cumbia negra, cumbia colombiana y argentina,

cumbia proletaria, cumbia del pueblo,

y se limpia de la música falsa y efervescente

de la otra Argentina: el rock servil de importación

de las clases medias racistas y alcahuetas.

¡Qué rápido pasaba el tiempo!

¡Ojalá corriera así durante la semana,

cuando los pobres trabajamos por monedas,

para abonar las cuentas de los ricos

con nuestra subestimada sangre proletaria!

Durante la semana el tiempo no pasa nunca.

El fin de semana parece que no viene,

pero finalmente un día, gracias a dios,

llega el sábado a la noche, y se puede ir al baile

y ser libre por un rato. Guardamos luego

la llamita de ese instante de goce

como un tesoro preciado, viviente, en el corazón.

Así nos divertimos los hijos de esta otra Argentina,

Despreciada por los ricos: los excluidos,

los negros de mierda, los grasas, los cabecitas.

Somos los bárbaros de Perón, los bárbaros de Rosas.

Así nos llaman esos civilizados

que trabajan al servicio del Pentágono

y las multinacionales, esos que venden al país

por cuatro pesos, y se llenan la boca hablando en inglés

para sus amos. Libres somos nosotros

de defender la patria,

ante esos cipayos que nos ponen precio,

como a viles esclavos.

El show de Karina en el Gran Gigante

de Constitución ya terminaba.

Se habían hecho las cuatro de la mañana,

y empezamos a despedirnos, abrazarnos

y llevar nuestras preciosas conquistas,

botín de seductor, con visto bueno

y consentimiento de la hembra, hacia la salida.

Yo también bailé esa noche

con una morochita de Villa Soldati

que daba gusto, tanta bondad y formas generosas,

y hasta me tomé mis cervezas.

Así que lo que escribo

está salpicado del gusto de los besos y de la alegría

de la cumbia villera. ¿Me escuchás lector amigo?

Te hablo desde yo no sé donde. El mensaje es la vida.

Confluyen en él las voces de conversaciones cercanas

y metáforas fraternas de versos consentidos.

Lo que entiendo y lo que no entiendo del mundo

que nos rodea. Un día hablaremos con dios

y no sabemos qué va a decirnos.

Constitución Nacional es nuestra carta de identidad,

el barrio en que se unen los pobres argentinos

a los pobres de todas las naciones. Hasta aquí

han venido muchos de la mano de Nanderuguasú,

el gran padre, y hasta aquí abrazados llegaron

los hermanos andinos del Khunuqullu y el Anti.

Bienvenidos sean.

A la salida del baile nos esperaban,

con sus manjares listos,

los vendedores de chipá y sopa paraguaya,

anticucho paceño y caldo fuerte de ají

para quitarse la borrachera,

y allí estaba también el vendedor criollo

de nuestros choripanes, asaditos al carbón.

Salían los jóvenes del baile

hartos de cerveza a comerse un chori,

o pedían un anticucho de corazón,

o un chipá guasú para llenarse la panza,

y se iban después mansitos a mear en la calle

junto a los contenedores de basura.

Empezaron a llegar los muchachos

que venían de las bailantas cercanas,

« Mbareté Bronco » y « Mburukujá »,

allí estábamos los argentinos pobres

junto a los pobres peruanos y paraguayos,

y a los bolivianos pobres de Buenos Aires.

Nos acompañaba la preciada y sentida concurrencia

de chicas bailanteras, con sus coloridas faldas cortas

y blusas escotadas, dispuestas a ir a casa,

solas o acompañadas.

Los trabajadores somos solidarios,

siempre nos hacemos un lugarcito

para pasar la noche

y amanecer en brazos del amor.

Es que vivir así vale la pena.

Ya cumplida mi misión de curioso,

me despedí de la fiesta. Mi morochita

se fue con su hermana a su casa

en Villa Soldati. A Pancho ya no lo vi,

estaría ocupado el muy seductor.

Enfilé hacia la Ribera. De pronto vinieron

a mi mente los versos de la cumbia

del Potro Rodrigo, « Cabecita »,

mechados de magnífica compasión,

y me puse a cantar bajito, mientras atravesaba

la avenida bajo la autopista nefasta

del Almirante Cacciatore, a esa hora tapizada

de borrachos y vagabundos:

« Ella se fue de su pueblo/ a buscar trabajo,

allá en la ciudad/

ahora está lejos de casa,/dejó las muñecas,/

llora su mamá./

Y en esta jungla de cemento/

que a ella la trajo a buscar trabajo/

esa muchacha por horas/

hoy es la gran cita/ de otro cabecita.”

Se me hicieron presentes

muchos momentos espectaculares del baile

- las luces, el erotismo, el goce de la gente –

y en mi mente, mientras caminaba

por Brasil hacia La Boca,

fui imaginando como sería este poema-ómnibus,

qué diría en él, a quién le rendiría homenaje.

Somos una comunidad viva, un sujeto plural.

Este es el poema donde la Argentina de barro

enseña su vulnerada humanidad

y la fuerza de su amor.

Del otro lado, tras un invisible y reconocido

muro simbólico, está la otra Argentina,

la de los ricos grotescos, gorilas imitadores

de los rapaces explotadores asesinos

que han saqueado al mundo.

Llegué a Parque Lezama, frontera sur de San Telmo,

antigua atalaya contra invasores y filibusteros,

que preside, desde su alta barranca,

las tierras bajas de la República de La Boca,

donde habita mi gente,

y observé con deleite el viboreo descendente

de la avenida Brown, que bordea la Casa histórica

del heroico irlandés, y las luces azules y amarillas

de la Cancha de Boca,

que brillaban a lo lejos, siemprevivas.

Allí me quedé un rato, hasta que empezó a amanecer

y me sentí feliz. Agradecí a Dios el haber nacido poeta

artífice, heredero privilegiado del alma de la lengua,

y le pedí que me diera inspiración

para retratar con justicia el alma generosa de mi pueblo.

Quiero unir en mi crónica

la poesía con la historia de mi gente

y sus luchas políticas,

el canto cumbiero de los pobres de hoy

con el alma rimada que heredamos

de los gauchos de la tierra.

Podemos así fundar la nueva Argentina,

contra el racismo de las clases medias,

contra el elitismo de los privilegiados,

contra la explotación despiadada de los ricos,

contra el materialismo sin espíritu de nuestro tiempo.

La Argentina fraterna de los gauchos de corazón

y de las masas libres, manumisas, del mañana.

Túva-ysyry, Taita-ysyry,

padre río, padre de las aguas,

escucha nuestros sentidos ruegos

desde el alma del Riachuelo que canta,

desde nuestro barrio obrero

que con su poesía resiste

en el Estuario del Plata;

Jesús nuestro, hijo de Dios,

con el corazón te llamamos, pecadores;

somos tus ichtus, tus peces, danos la paz,

y perdona nuestras deudas como nosotros

perdonamos a nuestros deudores.

 

Autor: Alberto Julián Pérez

Alberto Julián Pérez es un ensayista, poeta y narrador argentino. Oriundo de Rosario, se recibió de profesor de Castellano, Literatura y Latín en el Instituto Nacional Superior de Profesorado de su ciudad en 1975. Continuó sus estudios de literatura en New York University, donde se recibió de Master en Filosofía en 1984 y Doctor en Filosofía en 1986. Su tesis, Poética de la prosa de J. L. Borges, fue publicada en la Editorial Gredos de España en 1986. A partir de 1987 se desempeñó como profesor de lengua española y literatura hispanoamericana en varias universidades de Estados Unidos, entre ellas Dartmouth College, Michigan State University y Texas Tech University. Recientemente dejó la enseñanza universitaria para dedicarse exclusivamente a la escritura.

Publicó en 1988 una historia satírica, La Maffia en Nueva York, en Latinoamericana Ediciones, Lima. En 1992 apareció su libro La poética de Rubén Darío, en Editorial Orígenes, Madrid. A partir de 1995 sus libros de ensayo aparecieron en Ediciones Corregidor de Buenos Aires, donde fue co-fundador de la Colección Nueva Crítica Hispanoamericana, que hoy dirige junto a María Fernanda Pampín. En 1995 salió su libro Modernismo Vanguardias Posmodernidad; en 2002 publicó Los dilemas políticos de la cultura letrada; en 2006, Imaginación literaria y pensamiento propio; en 2009 Revolución poética y modernidad periférica; en 2014, Literatura, peronismo y liberación nacional. En 2011 apareció en Editorial Corregidor. una segunda edición actualizada de La poética de Rubén Darió.

En el año 2011 realizó una edición independiente de una novela originalmente escrita en 1980, El valor de una mujer, que fue editada nuevamente en 2015 en Ediciones Riseñor, Lubbock, TX. En 2015 publicó su libro Cuentos argentinos La sensibilidad y la pobreza. En 2016 salió una edición corregida de su historia satírica La Mafia en Nueva York. Su obra poética ha aparecido en antologías y revistas. Prepara en este momento la publicación de una selección de su poesía, Libro abierto.

Sus ensayos y sus obras de ficción han tomado como temas centrales la poesía hispanoamericana, la historia y la política argentina, y los mitos y creencias populares.

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