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El espacio exterior


Camino sobre la orilla de la playa. La arena, las gaviotas, el rumor del océano (del otro lado, otro país, otras tierras y aguas: otra yo) me arrulla como una canción de cuna. No hay sangre, ni seres muertos o sufriendo, no hay gente angustiada en mi camino. Sólo hay un murmullo acuático, el Sol que se está poniendo pero aún me quedan unos minutos (qué dulces estos últimos minutos que se suspenden en una eternidad) de claridad. Esa claridad me absorbe por completo, me respira. A pesar del momento del día, no siento frío. Mis pies, toscos, amaestrados de tanto andar sobre esas escamas que tiene la Tierra. Camino al mismo tiempo que el mar. Al principio no entiendo cómo es posible sentirme tan a gusto, y pareciera que en cualquier momento podrá abrirse una escotilla justo debajo mío y caeré invariablemente hacia el centro hirviente de la Tierra, y en mi camino me cruzaré con todos los conejos apurados y nerviosos de Alicia, y con cuanto murciélago y criatura de la oscuridad exista, y extrañaré a todos los seres, por menos bienvenida que me hayan hecho sentir en el momento de nuestro encuentro.

Mi casa se encuentra subiendo un pequeño médano. La pintura blanca de las tablas está comida por el viento y el agua. No veo a nadie. Me acecha a la vuelta de la esquina un sentimiento de ansiedad. Vivir en esta enorme porción de planeta que, como la digna egoísta que en verdad soy, llamo en secreto mía, sólo podría tener una única piedra en su camino: maldito animal sociable que me elegí ser sin opción alguna, la nostalgia me arrolla cada mañana: da un par de vueltas de borracho y finalmente me atropella con toda su fuerza y su metal. ¿Hace ruido un árbol al caer si nadie está allí para oírlo? ¿Estoy realmente aquí? Lo estoy, porque me acuchilla el frío cuando el Sol finalmente cae, y me quedo sola mientras el tiempo me roza el hombro, desinteresado.

Cuando miro el cielo de noche. El espacio es demasiado eterno para mí. El eco y el hueco infinito de una nada y un todo amalgamado en una estrella muerta hace millones de años me persigue hasta mi propio fallecimiento. El problema aquí se presenta cuando pretendo salir de mi casa. Me dirijo a la puerta, estiro la mano hasta el picaporte, lo giro: bien. Abro la puerta, pero no, ¡no puedo abrir la puerta! Comienzo a sentir insectos caminando debajo de mi piel. Tiro y tiro hasta que, cuando ya nada de esperanza me queda y apenas continúo por la inercia del movimiento comenzado, lo logro: abro la dichosa puerta. Y ¿con qué me encuentro? Me engulle un manto pegajoso y frío de oscuridad, me traga el espacio, me encuentro en donde, en realidad, siempre estuve.

 

Autora del texto y la imagen: Clara Bachur

la autora de este cuento nació en un mes frío del 98 y esta actualmente buscando un trabajo soportable. estudia cine en la (i)una. le gusta pintar con acuarelas. puede (intentar) comunicarse con ella por mail (clrabachur@gmail.com). si esta buscando una joven intrépida para atender una librería de usados, NO DUDE!

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