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La costumbre


Pintura de Luis Otero

Ya había pasado el tiempo correspondiente de no verla,

y el llamado para volver a juntarse y hablar otra vez.

El café correspondiente para decirse

la mitad de las cosas buenas que hubieran querido decirse,

y el doble de las cosas malas que querían decirse en realidad.

La correspondiente mudanza que dejaba atrás la casa y el barrio compartido.

La erradicación de cartas, fotos, objetos, recuerdos.

Ya había pasado el tiempo correspondiente de no levantarse de la cama,

de no poder trabajar,

de tomar hasta perderse,

de bañarse lo mínimo indispensable,

de adelgazar varios kilos,

de masturbarse cada noche pensando en ella para terminar llorando,

sintiendo tanto vacío como odio.

Ya había pasado el tiempo correspondiente de los ataques de angustia

en la calle,

en el colectivo,

en el supermercado,

en el banco,

y en los centros de atención al cliente de las compañías de teléfono.

El tiempo correspondiente de Psicoanálisis,

de Bioenergética,

de Reiki,

de Acupuntura,

de Raja Yoga

y de Shiatsu Zen.

Ya había pasado el tiempo correspondiente de no querer coger con otra,

y el tiempo correspondiente de querer coger con todas

(y con ninguna en particular).

El tiempo de no creer más en el amor,

y el tiempo de volver a creer en él.

El tiempo de preguntar por ella en todos lados,

y el tiempo de no querer saber nada.

Ya había pasado el tiempo correspondiente de querer verla en cada esquina,

y el tiempo de temer verla en cada esquina.

El tiempo de extrañarla sin consuelo,

y el tiempo de detestarla con fuerza.

El tiempo de encontrarla en todas las caras,

y el tiempo de ni recordarle los gestos.

Ya había pasado el tiempo correspondiente de buscar nuevos amigos,

nuevas rutinas, nuevas experiencias.

Y el tiempo correspondiente de revancha,

de comer lo que con ella no podía,

de ir a los lugares que ella no quería,

de escuchar la música que a ella no le gustaba,

de fumar todo lo que tuviera ganas,

de decir lo que quisiera

y de no decir lo que no quisiera.

Ya había pasado el tiempo correspondiente.

Ya había pasado todo el tiempo. Y así,

ya había vuelto a ser quien era.

Ser quien era,

sin ella.

Sin ella en la mesa, en la cama, en el baño, en el teléfono, de su mano en el taxi.

Sin ella en los cumpleaños y fiestas.

Sin ella en todas las cartas que escribía.

Sin ella en todas las redes sociales.

Sin ella en sus sueños.

Sin ella en todo, siempre.

Ya había pasado el tiempo,

pero había algo

que no pasaba, algo

que era una costumbre:

que si al entrar a una farmacia veía el perfume que ella usaba,

destapaba uno y respiraba hondo.

Entonces todo volvía.

Su pelo lacio largo y negro.

El hueco entre su hombro y su cuello

donde le apoyaba la boca cuando la abrazaba.

La pelusa blanca casi invisible

en los lóbulos de sus orejas.

Los dos hoyuelos en la parte baja de su espalda

que asomaban tímidos cuando ella levantaba los brazos.

Su tercer diente de arriba

apenas más salido que el resto.

Sus ojos hinchados al despertarse.

Los besos de la mañana al salir de la ducha.

Sus dedos.

Su nombre.

Su piel.

Con ese olor volvía ella.

Ella y todos sus olores.

Ella y los recortes de ella

escondidos adentro.

Cuando empezaba la nostalgia, cerraba el frasco y lo dejaba otra vez

en el estante correspondiente.

Así, los recuerdos retrocedían, sin doler,

a sus lugares correspondientes.

Así, todo quedaba, sin molestar,

en su orden correspondiente.

Y así volvía a ser quien era.

A ser sin ella,

y sin querer.

 

Autora: Pepa Arcioni

Josefina nació a los 40 minutos del 4 de septiembre, tres meses antes de que volviera la última democracia al país. El médico que la atajó quería inscribirla como nacida el 3, pero fue del 4. Si era nene, hubiera sido Juan Bernardo, pero fue nena, y fue Josefina. Y dos años después fue Pepa, bautizada por una tía. Y Pepa es todavía, más que Josefina. Escribió su primera poesía a los diez años. A lo largo de toda su adolescencia estudió danza, teatro, escultura, música y fotografía, sintiendo mucha inclinación por el arte en todas sus formas. A los diecisiete años ganó el Primer Premio en las Olimpíadas de Poesía Juvenil de la Asociación de Poetas Argentinos. Se formó en la Universidad de Buenos Aires como Diseñadora de Imagen y Sonido. A los treinta y dos años ganó el tercer premio en el Certamen “Yo te cuento Buenos Aires VI” de la Legislatura Porteña, y su cuento fue antologado. Actualmente trabaja en medios audiovisuales, mientras se sigue formando como escritora. Vive en Buenos Aires.

Pintura de Luis Otero

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