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El Santo Negro y la Dama Pecadora

Estaba despierto y sabía que estaba echado en una cama, pero no quería abrir los ojos. Sentía la mirada de Claudia clavada en mí. Mi respiración pausada y relajada le hacía creer que seguía durmiendo.

—Aarón —dijo, sacudiéndome despacio—, despierta.

Me di la vuelta y seguí con los ojos cerrados. Escuché cómo soltaba una risita.

—Por dios, Aarón, despierta —me sacudió del hombro una vez más.

Decidí abrir los ojos y sonreír.

—Buenos días —dije.

—Buenos días, ¿cómo has dormido? —Preguntó, devolviéndome la sonrisa y acostándose en mi pecho.

—Pues… como alguien que se corrió unas tres veces anoche.

—Dios… —Claudia ocultó su rostro.

—¿Qué? ¿Dije algo malo?

—¿Por qué siempre tienes que ser tan directo? —Claudia me miró y yo miré cómo se sonrojaba.

—¿No te gusta que sea directo? —Pregunté, acariciando su cabello.

—No es eso. Es solo que es difícil encontrarse con alguien tan abierto y directo como tú. Supongo que eso es lo que me gusta de ti.

—Eso es nuevo —Dije. Suspiré y le di un beso en la frente—. La mayor parte del tiempo no me gusto tanto que digamos. Casi siempre me odio.

—Yo también te odio a veces, Aarón, no estás solo en eso. Y eso que apenas nos hemos conocido hace unas horas.

—Gracias por la sinceridad.

Ambos reímos y nos volvimos a dar un beso. Esta vez fue uno más largo. Sentí cómo me volvía a excitar, mi pene golpeaba suavemente contra su vientre desnudo.

—Anoche me destruiste el culo —dijo ella, dejando de besarme y mirándome a los ojos.

Sentí cómo ahora yo me sonrojaba, no era algo que escuchaba todos los días.

—¿Por qué siempre tienes que ser tan directa?

—¡Idiota! —Claudia volvió a ocultar su rostro en mi pecho, riendo.

Me reí con ella y acaricié su cabello otra vez.

—Lo siento —dije—, no sé cómo responder a eso que dijiste.

—Me gusta dejarte sin palabras —Claudia se movió y se echó a mi costado, mirándome. Podía ver sus pezones a través del polo blanco que llevaba puesto.

—Supongo que esa es una forma de saber si alguien te gusta, cuando te dejan sin palabras.

—Las palabras son tus armas.

—Sí, eso es cierto —asentí— y cuando alguien nos deja sin palabras por algo que nos dice, pues, nos desarma.

—Eso es algo que no sucede muy a menudo. —Claudia apoyó su cabeza sobre su mano, y se quedó mirándome.

—Creo que tienes razón.

—La mayoría de las personas no sabe que las palabras pueden hacer mucho daño —Claudia ladeó la cabeza y siguió mirándome.

Yo miraba su rostro, pensando en lo que acababa de decir.

—Una vez leí que nosotros podemos olvidar las cosas que vivimos con alguien, pero jamás cómo nos hizo sentir. —Dije, bostezando y tapándome con la mano.

—Vaya… —Claudia miró sus manos. Jugaba con su cabello—. Eso es muy cierto.

—Probablemente —volví a asentir—. ¿Estás bien?

Ella suspiró.

—Aarón, ¿tú crees que soy una mala persona?

La miré sorprendido, no mentía, en serio quería saber mi respuesta.

—No lo sé —respondí—, apenas te conozco. Pero si debo basarme en esta noche que dormí contigo, pues, a mi parecer eres alguien agradable.

—Entonces, ¿sí soy una buena persona?

—Si quieres que te responda con franqueza, entonces tenemos que seguir saliendo —dije, sonriendo.

—¿Me estás invitando a salir? —Claudia fingió estar sorprendida.

Yo me reí.

—No, para nada. Solo estoy ofreciéndome para responderte si eres una buena persona o no.

Crucé mis manos sobre mi pecho y miré hacia el ventilador que colgaba del techo blanco. Giraba muy despacio y podía ver los rayos de sol que llegaban a la habitación. Miré a Claudia y me quedé mirando las pecas que tenía en su rostro y cómo bajaban por su cuello hasta sus pechos. Eran hermosos, como pequeñas constelaciones en medio de sus medianos senos que eran el universo entero.

—Pero, ¿sabes? No creo que podamos salir —Claudia me miró, examinando mi reacción, esperando otra respuesta de mí.

—¿Por qué dices eso? —Le devolví la mirada y por un momento estuvimos en silencio.

—¿En serio no recuerdas nada de lo que pasó anoche?

—¿Aparte de destruirte el culo? —Pregunté.

Ella rio.

—No, idiota. Lo digo en serio. ¿De veras no recuerdas nada?

—¿Hay algo de lo que me tenga que preocupar?

Claudia se quedó mirándome. Mirando mis ojos marrones, uno de ellos con estrabismos, esperando que recordara lo que sea que tenía que recordar. Pero no lo hice.

En la distancia, escuché el sonido de unas llaves y la manera en la que abrían una puerta. Escuché unos pasos y seguidamente el sonido de la puerta al cerrarse. Los ojos de Claudia se hicieron enormes y llevó su mano a su boca.

Entonces, una voz me confirmó que me tenía que preocupar.

—¡Amor, ya llegué!

Salté, prácticamente volé fuera de la cama. Estaba desnudo, con el pene medio erecto y me puse a buscar mi ropa. No recordaba con qué había estado la noche anterior. Claudia se puso de pie, recogió su calzón y se lo puso.

—¿Tienes novio? ¿Por qué no me lo dijiste? —Le reclamé en voz baja.

—Lo hablamos luego. —Claudia me lanzó mis pantalones—. Recoge tus cosas y sal por la ventana. Yo iré a distraerlo.

—¿Qué?

—¿Ahora me dirás que no funcionas en momentos así?

—¿¡QUÉ!? —Miré a Claudia y trataba de reaccionar pero no podía moverme. —Ya tengo tu respuesta —dije, tratando de reaccionar.

—¿Qué? —Claudia me apuraba con sus brazos.

—Eres una mala persona, Claudia.

—¡Que te vayas, maldita sea! —Claudia cogió mi polo que estaba encima de la cómoda y me lo lanzó.

—¡Está bien! —Al fin pude procesar todo lo que estaba sucediendo. No lo podía creer.

Claudia se desordenó el cabello y me miró.

—En el fondo, no soy una mala persona— se mordió los labios y salió de la habitación. —Amooor, ¡llegaste muy temprano!

Cogí mis zapatos y salí por la ventana.

Estaba en un segundo piso y la ventana daba a una parte del tejado. Podía caminar por encima. Era una mañana de verano y el sol comenzaba a brillar por encima de la ciudad. Era un magnífico día para comenzarlo huyendo.

Mientras caminaba por el tejado, me comencé a cambiar. No había encontrado mi ropa interior, así que me puse el pantalón, luego mi polo de color rojo y por último los zapatos. Llegué al final del techo y miré hacia abajo. Eran unos cinco metros o un poco más, sí podía saltar. Retrocedí para tomar impulso.

—¡Ahí estás, hijo de puta! —Miré hacía la ventana y vi al novio de Claudia, un tipo negro, enorme, con barba y tatuajes.

Perfecto, pensé, es aquí donde moriré.

El tipo comenzó a salir por la ventana y yo, sin pensarlo más, salté hacia el jardín. Caí de pies y me revolqué un par de veces. Me levanté y salí corriendo hacia la avenida. Detrás de mí escuchaba cómo gritaba. No volví a mirar hacia atrás, simplemente seguí corriendo por unas cinco cuadras hasta llegar al paradero del bus.

Esperé por diez eternos minutos, siempre mirando por donde había venido, esperando ver al tipo negro con un bate de madera, listo para romperme la cabeza, pero nunca apareció. El bus llegó y yo subí, pagué el pasaje y me senté en uno de los asientos del final.

En ese momento, recién volví a respirar, la sangré volvió a mi rostro y sentí cómo mi corazón comenzaba a latir de manera normal. Saqué el celular y vi que eran las ocho de la mañana. Demasiado temprano para estar despierto un sábado.

Conecté los audífonos, abrí el reproductor de música y dejé que la música hiciera su trabajo. Lo primero que sonó fue una pieza de jazz que no escuchaba hace mucho tiempo, miré la pantalla del celular y vi que era de Charles Mingus. Sonreí, recosté mi cabeza en el asiento y cerré los ojos.

Mientras la música progresaba yo pensaba en la manera de empezar el día. Un momento estoy en la cama con una hermosa mujer y luego, a los cinco minutos, estoy escapando de un negro, corriendo por el techo de su casa.

Perfecto, pensé, eso es perfecto, al igual que la música que sonaba en ese momento.

 

Autor: Jairo Morales

Jairo Morales, amante de los libros, los café recién pasados y el whisky. Quiere viajar por el mundo y conocer personas extraordinarias. Le gusta el jazz, el blues y los gatos. Quiere ser escritor y por eso escribe.

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