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Una cada treinta horas

Llevo dos días desaparecida y un día y medio muerta. Mis padres comenzaron a impacientarse a las siete de la tarde del primer día ya que a las cinco salgo del colegio y voy directamente para casa. En la televisión se repite constantemente mi desaparición cuestionándome cómo estaba vestida, qué estaba haciendo, por dónde iba caminando, con qué clase de personas me juntaba y qué era lo que me gustaba hacer. Las personas hablan de mí condenándome sin siquiera conocerme, sin saber siquiera lo que me pasó. Algunos llegan a decir: “seguro que se fue con alguno por ahí”, y yo acá esperando ser encontrada, esperando limpiar mi nombre, esperando llevar tranquilidad a mi familia una vez encontrada, esperando que se haga justicia contra aquél que me arrebató la vida y hoy goza del encubrimiento mediático y social. Como en tantos otros casos que nosotras somos las que ocasionamos nuestra muerte y no ellos los que cobarde e impunemente nos arrebatan la vida.

Mi historia comenzó como la historia de tantas otras chicas. Yo tenía dieciséis años y él diecinueve. Nos habíamos conocido en el cumpleaños de mi mejor amiga, era el amigo de su hermano mayor. Me pidió mi número y a partir de ese momento no paramos de hablarnos. De esa manera comenzó nuestra relación. Él me decía que no tenía que decirle a mis padres porque ellos no entenderían nuestro amor y nos separarían. Como tonta caí en su cuento. Pasaron pocas semanas y las cosas empezaron a cambiar de forma drástica. Me prohibió ver a mis amigas porque decía que ellas eran una mala influencia para mí. Ellas dejaron de verme y me decían que estaba enferma si seguía con esa relación. Los golpes y los insultos comenzaron a hacerse diarios, las violaciones también. Mientras yo lloraba, él me abría las piernas y decía: “dale putita yo sé que te gusta”. No sabía qué hacer, cómo salir de esa relación. Los nervios y la angustia me estaban volviendo loca y no podía pedirle ayuda a mi familia, ¡¿cómo podía contarle a mis padres lo que me estaba pasando?! Sabía que iba a destrozarlos y no quería hacerlos sufrir, de eso tenía que salir sola.

Ese día cuando le dije que quería terminar se puso más loco que nunca, me tomó por los brazos y sacudiéndome me dijo: “¡vos no te vas a ir a ningún lado, vos sos mía entendés! ¡Mía!”. Me escapé y fui corriendo a mi casa, cuando llegué solamente pude cerrar la puerta y rompí en un mar de lágrimas. Mi mamá me abrazaba, me pedía que hable, que por favor hable, que le diga qué me pasaba pero de mi boca no podía salir palabra. Esa noche ella me arropó y apoyé mi cabeza en sus piernas mientras todavía quedaba alguna lagrimita por ahí. Ella me acariciaba el pelo y me cantaba para calmarme. Así me dormí mi última noche.

Al otro día me levanté como de costumbre a tomar mates con tostadas con mi mamá, pero ninguna de las dos tocó el tema y todo transcurrió con total normalidad. Fui al colegio y en la salida él me estaba esperando, quise escapar pero me tomó por el brazo y me dijo: “si no querés que te pase algo no grites”. Me llevó hasta un descampado que estaba cerca por el que ya nadie pasaba. Se podía ver el campo que empezaba tras esa calle y un pequeño chorrillo que pasaba por ahí. Me hizo sentarme en una piedra y comenzó a hablar: “¿vos te diste cuenta el daño que me hiciste ayer?, ¿por qué te fuiste corriendo así? ¡Como si yo fuera un hijo de puta, no ves, siempre me hacés enojar y te termino lastimando sin querer!”. Al terminar de decir eso sacó una cuchilla que tenía en la campera. Mi corazón se detuvo por un instante. Le pedí, le supliqué, le rogué, lloré porque me dejara ir, le dije que no iba a decirle a nadie lo que había pasado pero que por favor me dejara ir. Él no quiso escuchar y me dijo: “¿Te pensás que soy tonto? Estoy seguro de que vas a hablar y me vas a hacer quedar mal con todo el pueblo, te vas a hacer la víctima y así todos te van a creer a vos y yo voy a ser el hijo de puta. Pero no es así, los dos sabemos que esto es tu culpa, si yo te decía que no me hagas enojar y vos lo hacías como buscando que te pegara”. Él caminaba alrededor mío, con una mano sostenía el cuchillo y con la otra acariciaba el filo mientras su mirada estaba perdida en el horizonte. Yo solo podía temblar de miedo y entre lágrimas seguía pidiéndole que no lo haga. Se puso detrás de mí y con el mango de la cuchilla me pegó en la nuca, caí en el suelo y el empezó a patearme por todos lados. La sangre corría por mi cara mezclándose con mi saliva y cayendo finalmente en la tierra, hasta que me desmayé. Cuando recuperé nuevamente la conciencia ya era de noche, el frío se metía entre mis huesos y yo solo podía pensar en que alguien tenía que encontrarme. Molida ya por los golpes no podía moverme. Escuché sus pasos acercarse a mí una vez más. Sentí el filo frío de la cuchilla acariciando mi cuello, mis ojos se abrieron grandes, sentí la sangre arremetiéndose en mi cuello cortándome la respiración, ahogándome. No volví a sentir nada más.

Ahora escucho algo, alguien se acerca, me encuentra y comienza a gritar: “¡acá está!, ¡acá está la piba que estábamos buscando!”. A las horas siguientes, periodistas y camarógrafos se están amontonando a mi alrededor como si yo fuera el nuevo espectáculo. Mi asesinato será convertido en el interminable circo mediático de siempre y podrán lucrar con sus infundadas especulaciones durante aproximadamente un mes. Mi papá me fue a reconocer en la morgue. Al salir de la sala se abrazó a mi mamá y lloraron los dos sin encontrar consuelo. Yo intento abrazarlos, pero ya es tarde, porque llevo un día y medio muerta.

2008: 208 femicidios

2009: 231 femicidios

2010: 260 femicidios

2011: 282 femicidios

2012: 255 femicidios

2013: 295 femicidios

2014: 277 femicidios

2015: 286 femicidios

Estos datos corresponden al informe de Investigación de Femicidios en Argentina y han sido recopilados de las Agencias informativas: Télam y DyN y 120 diarios de distribución nacional y/o provincial, así como el seguimiento de cada caso en los medios.

Observatorio de femicidios en Argentina “Adriana Marisel Zambrano”. Coordinado por La Asociación Civil La Casa del Encuentro.

 

Autora: Luna S.

Luna S. escribe y coordina junto a Ezequiel Buyatti y Juan Ignacio Fernández López el sitio literario Punza, Estudiante de Ciencias de la Educación (UBA).

Publicado originalmente en:

Facebook: Punza

Imagen tomada de Diario Registrado

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