Medio siniestros
Nos conocimos en la secundaria. Lucio, Enzo, Mauri y yo. Colegio San Vicente, colegio cheto si los hay, el que está en la zona de la gente de guita, ahí fuimos los cuatro, ahí se forjó la amistad. Mi familia no tenía tanto dinero pero mandándome a estudiar a aquel sitio querían demostrar algo que deseaban ser y todavía no eran. El famoso status al que tantos aspiran, supongo yo. Era eso y el Ford Escort y la casa tipo chalet con ladrillo a la vista y jardín delantero de césped prolijo.
Entonces la amistad fue apareciendo como algo natural, una cosa que tenía que pasar; con el transcurso de los días y semanas los muchachos y yo nos fuimos conociendo y encontrando coincidencias de todo tipo y color: gustos musicales, marcas o estilos de motos que nos atraían, padres separados o a punto de estarlo. En los recreos, esos pocos minutos pasados en el patio bajo la vigilante mirada de los preceptores o del mismísimo gordo Fagiani -el director-, estábamos siempre juntos y las charlas giraban toda vez sobre los mismos temas, masculinos y adolescentes: sexo y mujeres, deportes y autos, la última peli de Van Damme o la saga Martes 13, la gira previa de Depeche Mode o The Cult antes de venir a la Argentina. Y qué decir de Joy Division. Es que nos gustaban esas bandas, que no eran tan masivas, esas y otras, pero esas sobre todo. Y esto nos diferenciaba un poco del resto, que seguían a Soda Stereo o Los Redondos, Los Stones o Guns And Roses. No ser del montón, esto hay que decirlo, nos hacía sentir importantes, de otra especie. Insuperables.
Entonces quiero decir que la música nos unía y apasionaba por igual. Y a mitad de año ya teníamos la idea, o más que idea convicción, de formar una agrupación llamada “The facinerosos”.
Yo me las rebuscaba con el bajo, Enzo cantaba medianamente afinado y con la guitarra no era malo para nada. Mauri en batería era cosa seria. Lucio tuvo que aprender en pocos meses a sacar las melodías en el teclado y gracias a dios pudo hacerlo, porque el tipo tenía mucho oído y un talento innato para mover sus dedos y así ejecutar hasta la canción más difícil. Enzo y yo escribíamos las letras, que tenían un tinte de lo más extraño. Podían ser eufóricas y combativas, desprejuiciadas o hirientes; pero todas tenían detrás un concepto o idea que las hermanaba: la oscuridad, el escepticismo. En resumidas cuentas, la densidad.
El boca a boca, en principio, nos ayudó mucho. Porque a la primera presentación habrán ido a los sumo treinta y cinco personas pero al parecer estas habrían quedado muy conformes con el show, porque a la segunda, en un barcito un poco mejor puesto y más frecuentado también, fueron el triple de espectadores. Un lujo. El pecho hinchado teníamos y Enzo cantó como nunca. Ejercía fascinación y tenía con qué. En ese show él conoció a la que hoy es su mujer. Yo podría decir que no corrí la misma suerte- entre comillas- con la que por entonces era su mejor amiga, Clarisa. Pero este es tema para alguna otra historia, no ésta.
Creo que pocos días después de aquella noche surgió lo de los disfraces. O mejor dicho lo de las máscaras. Lo sugirió Pablo, un amigo de Lucio, y enseguida la idea iba a prender entre nosotros. Pero fue Sabri, la novia de Pablo y hermosa ninfa a la que nunca pude acceder por más intentos heroicamente ridículos a los que supe rebajarme para obtener su atención, a la que se le ocurrió el diseño. “Unos rasgos como de mosqueteros- una elegante línea de barba bajando de la boca al mentón, unos bigotes largos y ondulantes con las puntas hacia arriba-, eso tienen que conseguir y usar en los shows. Sería genial”.
Claro, agregué yo, y encima somos justo cuatro, como Athos, Portos, Aramís y…Todos sonrieron ante mi pausa, premeditada por supuesto, porque los otros tres sabían tan bien como yo que era fan de la novela de Alejandro Dumas que habíamos tenido que leer para la clase de Literatura. Y además porque había estado jodiendo una semana seguida con que me gustaba D`Artagnan, por no ser alguien del elenco estable, sino como una especie de anexado. “…Y el anexado”, remató Lucio segundos después, sin dejar de reírse ni de tomar de a grandes tragos de su chopp de cerveza.
La cosa iba bastante bien. Aumentaban nuestros seguidores y ya estábamos cerca de grabar el primer disco. A lo de las máscaras, que desde el principio fue furor entre la gente, le sumamos un cambio en el look: pulcra camisa blanca, corbata azul y saco del mismo tono (la indumentaria del colegio pero el saco era distinto, menos corte juvenil y de mayor calidad). Esto, claro, dio pie para que el ingenio de Sabri saliera nuevamente a la luz: parecen unos yuppies, pero no de los comunes, sino unos yuppies medio siniestros, medio mafias o delincuentes también. Reímos, primero tímidamente y luego a carcajadas, y después, ya recompuestos y tras un breve silencio, nos miramos como si en aquel momento todos y cada uno hubiéramos descubierto algo de nosotros mismos que no conocíamos o nos negábamos a reconocer. Enseguida Enzo hizo un chiste y yo propuse pagar la cuenta y que nos fuéramos a otro lado, porque la verdadera diversión no estaba ahí, en ese bar de mala muerte y hablando estupideces.
Y pasó el tiempo. Varios años. Todos fuimos bachilleres y ya ninguno vivía con sus padres. Algunos tomábamos un poco de más, otros nos drogábamos pero no éramos adictos. Para el 99´ sacamos el cuarto disco, que vendió lo suficientemente bien como para que cada uno diera un no tan módico salto de calidad en sus bienes personales. En mi caso alcanzó para comprarme el auto, uno usado pero en buen estado. Lucio y Mauri viajaron por América, en un recorrido que llegó a tocar alguna isla del Caribe. Enzo, en cambio, era un misterio lo que hacía con la plata. Organizaba fiestas en su amplio departamento, fiestas bastante dionisíacas a las que iba mucha gente. A esas alturas él ya estaba casado con Brenda y era amigo inseparable de Pablo y su novia Sabri, y con nosotros tres sólo compartía los ensayos, las actuaciones y algunas giras que hicimos por el interior de la provincia. Aunque no lo sabía, imaginaba que Enzo, Brenda y la otra pareja andaban en cosas raras y que tenían ideas bastante extrañas también.
Hasta que una madrugada en donde la luna no se veía casi, se apareció Enzo. Tres timbrazos fulgurantes electrizando la noche. Necesitamos hablar de algo importante, me dijo. Me imagino por la hora, repuse. Pidió whisky. Lo serví en dos vasos cerveceros y nos dispusimos a hablar uno en frente del otro, cara a cara y sin quitarnos la vista de encima ni por un segundo.
Tenemos que reinventarnos, dijo primero. Porque es evidente que ya la música no nos vincula ¿vos acaso ves algo de aquella vieja pasión en alguno de nosotros? Negué con la cabeza. Perdimos la química, hermano, continuó, ya no hacemos lo que queremos hacer. Somos cuatro voluntades, no un equipo ¿te das cuenta?
Podemos cambiarnos el nombre, la ropa, aggiornar el estilo musical. Indagar en el soul, el funk, propuse sin énfasis, porque sabía que Enzo quería algo más radical. Y siguió en el mismo tono, como si yo no hubiera dicho lo que dije o como si no estuviera ahí con él: ¿Te acordás lo que dijo Sabri aquella noche?, porque sé que te acordás, seguro. Dije que sí para que largara todo de una vez, aunque no podía asegurar si sabía con exactitud lo que él quería que yo recordara. Los yuppies, los “yuppies medio siniestros”. Bueno, así nos vamos a llamar. Todo lo demás queda igual, al menos por ahora, dijo y se frotó las manos en señal de entusiasmo. Suspiré aliviado, ¿entonces era solo esto?, pensé. Ahora traé más whisky, querés, acabó diciendo, que todavía tenemos cosas que charlar.
Pero uno o dos meses más tarde, después de dar el primero de los golpes, luego de hacer explotar la primera de las cajas fuertes que pensábamos hacer volar por los aires y mientras los cuatro, Lucio, Enzo, Mauri y yo íbamos en un auto cargados de dinero y a gran velocidad mientras un par de patrulleros nos pisaban los talones, y un policía, a punta de pistola, nos gritaba que nos detuviéramos, me di cuenta, tomé real conciencia que el cambio de rubro era lo que verdaderamente necesitábamos, aparte del nuevo nombre, para refundarnos.
Necesitábamos eso para que volviera la vieja pasión del grupo, la unión de las fuerzas en perfecta armonía, para ser otra vez insuperables.
Autor: Esteban F. Ripa Mascaro
Nació en la ciudad de La Plata, una fría mañana de junio del año 1978. Una vez concluido el secundario cursó estudios de Periodismo, Comunicación Audiovisual y Abogacía, para finalmente incursionar en la Licenciatura en Letras en la U.N.L.P. A partir del año 2010 y tras haber participado como alumno en diversos talleres de escritura, comenzó a coordinar él mismo su propio taller, al que en el año 2012 llamó “El arte de la ficción”. Corrector de textos y escritor, a mediados del 2016 publicó su primer libro de relatos “Caprichoso artista del invento”, a través de Masmédula Ediciones. Al día de hoy continúa coordinando el taller de escritura con gran suceso, mientras se encuentra trabajando en lo que será su segundo libro.
Faceboock: Esteban F. Ripa Mascaro.
Imagen tomada de www.elwrestlingsegunyo.es