En blanco y negro
Al pedo le conté. ¿Ahora quién me saca de acá? Nadie. Me tendría que haber callado la boca, tragarme todo como siempre. Era la mejor opción. Pero no. Tuve que contarle. “Te pareces tanto a ella”, me dice la idiota. ¡No quiero parecerme a ella! No quiero.
Ya sé: no entendés nada. Ella es mi amiga Maca. Le conté un sueño. Uno en blanco y negro. Sí, lo sé, es súper raro. No conozco a nadie que haya soñado en blanco y negro. Pero en fin, lo extraño no fue eso. Para nada. Ni que se repitiera durante cuatro días seguidos, por unos cuantos meses. Sino que recuerdo patente que me llamaba Silvia y que era escritora.
Lo más trágico del sueño fue que sentí esa angustia existencial, el dolor en mi corazón de quien siente que la existencia es una porquería. Despertaba cada mañana llorando por una vida que no era mía para nada. Yo me dedico a otra cosa. Jamás escribí una frase completa con sentido poético y claramente no siento mi vida vacía. O no lo sentía hasta que se lo conté a Maca.
Maca es rara. Siempre pensó que nuestras almas son reencarnaciones de vidas pasadas. Y yo siempre creí que eran delirios. Ahora no sé. Ella dice que es la reencarnación de una monja que vivió trescientos años atrás en Europa… y yo. Yo no era nada. Siempre me negué a las etiquetas sociales. “Yo soy un alma nueva”, le contestaba. No, vos sos ella. No hay almas nuevas. Ya no. Sos ella. Lo sé. Luego de ese sueño entendí quién sos, me dijo.
Su convencimiento me preocupó. No sabía nada de ella, de Silvia. ¿Cómo podés estar tan segura? Le pregunté una tarde en la que tomábamos mates. Maca estaba insistente con el tema y yo me estaba hartando un poco, demasiado. No sé, tenés el aura oscura, como ella. Mirá, te traje para que leas. Fijate, sos ella.
Sos ella. ¿Cómo puedo ser otra? Entendés lo que te digo ¿no? Perdón…te puedo tutear ¿no? Ese guardapolvo blanco me intimida un poco…y tus anteojos…se parecen a los de Maca. ¿No serás amigo de ella? No creo… vos sos serio. Maca está loca. Por eso te digo, no se puede ser otro. Se es uno y punto. Pero para Maca las cosas no son así. Me preguntás: ¿para qué le conté mi sueño? Tal vez quería que ella lo interpretara. Quizás necesitaba saber por qué en blanco y negro. ¿Qué más soñé? A un hombre. Me leía un libro, uno suyo. Sentí que lo amaba intensamente. Sabía que era mi perdición, pero no podía evitar amarlo así. Desesperada. ¿Y qué más? No me jodas.
Me dio una revista de psicoanálisis y regresiones. No sé. No entendí un corno. Pero había una nota de Silvia. Leí desconfiada al principio. Me enteré que ella era tan joven y talentosa, que le dolía en los huesos. Pero eso no era importante. Lo importante es que Silvia tenía una intensa tristeza. Un sufrimiento oscuro y hondo. A medida que leía de ella empecé a entender ese sufrimiento. Esa soledad acompañada. El dolor de ser mujer a pesar de la época. En mi época tampoco es fácil. Vos lo sabrás. No somos libres, ni siquiera hoy. Y eso tenemos en común. Silvia y yo. Y a pesar de eso, también compartimos anhelar el amor y poder estar con alguien que nos ame sin cuestionarnos. Y el dolor de un mundo que…
Empecé a sentir que ella me representaba de alguna manera. Ella era la batalla que se libraba en mi interior. En lo profundo del inconsciente. Contra el mundo. Y su sentir se metió en mi cuerpo de a poco.
Leí cosas y más cosas de ella. Pero no lo que escribió. No. Quise entenderla, más allá de sus letras. Quería entender por qué sufría, conocer a sus demonios. Supe que desde chica se sintió desplazada. Que detestaba a los bebés por su hermano…yo tengo una hermana menor que desplazó mi vida, mis ilusiones. Ella está enferma desde que nació. Y eso…mi hermana se acaparó todo. Incluso parte de mi cuerpo. Le di un riñón hace unos años. Es lo que había que hacer…
Esa enfermedad de Manuela me costó la libertad. No pude hacer nada por las dudas. Por si se descomponía, por si me necesitaba. Y eso te condiciona. A Silvia creo que también. Maca sos una tarada. ¿Por qué me diste esto para leer? Me hubieras dejado con la incógnita.
Los sueños se fueron repitiendo de a cuatro noches, cada mes. Ella cambiaba como yo había cambiado. Vertiginosa. En la segunda vez me mostró una vida de libertad que jamás había sentido. Amaba a los hombres, solo por ser ellos. Diferentes a nosotras, a Silvia y yo. Me enseñó que se podía amar sin perder la cabeza, por el puro éxtasis de hacerlo. Por diversión. Porque sí. Entendí que me había reprimido toda la vida. Y ahí comenzó a desbaratarse mi existencia. Me pregunté que pasaría si… Primero fui a un bar. Jamás había ido sola a ningún lado de noche. Siempre con amigas, tal vez con algún amigo. Me arreglé lo mejor que pude y salí al mundo. Volví a casa acompañada. La noche fue fugaz, intensa, sudorosa. La mañana fue desgarradora y solitaria. Nunca pensé que el amor furtivo podría darte tanto y dejarte tan poco.
Dudosa de que quizás ese sentir se tratara de mi primera vez, lo intenté una vez más. Y otra. Y otra. Y en cada caso sucedió lo mismo. Éxtasis y dolor. Cielo e infierno.
Y lo sueños reaparecieron. Quizás para corregirme o tal vez para demostrar que si seguía viviendo su vida, llegaría a buen puerto.
Fui madre en ese sueño. O mejor dicho, Silvia lo fue. Yo jamás pude. La cirugía del riñón tuvo un alto costo para mí; una complicación que envolvió mi útero y mis posibilidades. Tal vez lo negro de mis sueños era por eso, porque ya nunca podré engendrar, Maca. Maca, ¿me escuchás? A ella ya no le interesaba mi trastorno con Silvia. Maca se había enganchado con un pintor de cuadros góticos y vivía un romance. Me dejó con mis problemas, con Silvia. ¿Y vos? ¿Entendés lo que me pasa? Todavía no, ¿verdad?
Anoche soñé con él otra vez. Tenemos dos hijos. Pero me es infiel. Él me engaña. Duele tanto. En la carne, en el alma. Es tu culpa, Maca. Me dijiste que somos iguales. Que ella soy yo. Y su dolor es mío ahora. Pero Maca no me quiso ayudar. No. Ella me trajo acá. Estúpida. No entiende nada. Vos no le podés decir a alguien que es Silvia y después no entender nada. Ella no entendió que él me engañaba. Vos, ¿entendés que él me engaña? Si. Me entendés. Lo veo en tus ojos, detrás de tus gafas. ¿Y ahora que hago con este vacío? ¿Con este dolor que me perfora, me traspasa? Soy una infeliz por culpa de Maca.
Ella me trajo hasta acá cuando me encontró en casa con el horno abierto. ¡Deberías haber visto su cara! Maca apareció entre nubes tóxicas del gas saliendo por la hornalla. Primero creí que era ella, Silvia que me venía a buscar. También estaba en blanco y negro, como los sueños. Pero enseguida tomó color. El de la tristeza y la preocupación. Lloraba y gritaba que despierte. Estaba despierta, siempre lo estaré. Me sacudió fuerte, pero yo no quería volver al color. Quería quedarme ahí con Silvia, en la oscuridad de nuestro sufrimiento. Pero así son las cosas. Ya ves que no me dejó terminar con todo. No me dejó finalizar como ella.
Pero…no te vayas vos también. No me dejes acá. No me gusta esta soledad a colores. No me gustan los barrotes y este chaleco duro que no me deja mover. ¡No te vayas! Escuchame. Soy Silvia. ¡Soy ella! No me dejes como él…y como Maca. Volvé…te lo ruego.
Autora: María Soledad Fernández
Mi nombre es Soledad Fernández, Nací en La Plata, Bs As en julio del ´76. Soy médica de profesión desde el 2002. Hace 4 o 5 años me metí de lleno a escribir y lo hago en mis ratos libres que a veces son escasos. Soy además mamá y ama de casa. Me encanta descubrir autores argentinos contemporáneos como José Supera o Paula Tomassoni. Tengo 3 libros editados en papel y dos novelas en corrección. Los libros son: Misceláneas de la oscuridad (2014 Imaginante Editorial), Relatos de la Parca (2015, misma editorial) y El barro del destino (2016 Dunken). Participé de varias antologías y revistas literarias digitales.
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Imagen de Gabriel Piñeiro