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San Telmo de tetas caídas


En un día invernal de primavera, un benteveo observa altanero como me baño. Su pecho amarillo y su cara enmascarada resaltan en la medianera. No se anima a gritarme “bicho feo” pero basta con ensayar una partida repentina para humillarme y recordarme que no puedo volar. Su presencia atestiguó que estoy aquí y sigo vivo. Hace algunos días que no salgo de mi habitación en San Telmo y ni siquiera tengo la certeza de ser yo esta primera persona del singular. Evité pensar en aquella mujer que dejó de quererme tal vez porque nunca llegó a quererme y me quedé sin nada en qué pensar. Ahora, prefiero el adentro que el afuera porque es más real. El barrio dejó de ser cuchillo de metal oxidado para ser un juguete trucho que de vez en cuando algún niño grande agarra para recrear cortarse las venas mientras ajenos aplauden y lanzan monedas. Beber, fumar, aspirar, coger y jugar a ser felices a lo Hollywood es vivir muriendo. Hoy, San Telmo es decorado, escenografía del engaño. Por eso me recluyo. Paso al ostracismo en la colina de mi cuarto. Los domingos duelen pero ¿a quién no le duelen los domingos? Escucho los tambores de las murgas y el caracolear del dinero en la feria de la calle Defensa. Los fisuras se mezclan entre chetos, hipsters, punkies, hippies, turistas y parejas para que, llegada la noche, la soledad los vuelva a develar. El olor a despedida tiñe las calles y se me cuela por la ventana. La basura, la inmundicia le da color a Plaza Dorrego y la gente despide un esmog orgánico más pestilente que el 29 procedente de La Boca. “…Como aromas deja el pasado de otro tiempo que fue mejor, y ese sueño de niño dorado vio lo cierto cuando despertó, es el recuerdo de ayer que me invita a pensar…” me canta un tanguero desde el más allá de mi cabeza mientras la pieza se convierte en caverna de los antepasados. Los recuerdos me entran como balas y me desespero tratando de juntar la sangre que cae para meterla nuevamente en mi cuerpo. Tristeza, melancolía y una angustia que me llena la panza más que el comedor oculto de la esquina y su delivery fantasma. Me baño y me vuelvo a bañar pero no puedo quitarme esa mugre, esa realidad. Tengo impregnada esta inmunda soledad citadina y sus calles son callejones sin salida. San Telmo: la puta guarra de tetas caídas que no deja de amamantar poetas, sucios poetas del encierro que necesitan escaparle pero saber que está ahí afuera, actuando la herida de una muerte que nunca llega.

 

Autor: Jorge Sebastián Comadina

Obra: Este relato pertenece al libro editado a partir del blog El Marginal en 2015

Jorge Sebastián Comadina

Nacido en 1986 en Monte Grande pero criado en La Tablada. Periodista y Licenciado en Comunicación Social egresado de la Universidad Nacional de La Matanza. Fue director de la Revista Filo (2005-2011), trabajó en radio, medios gráficos y actualmente lo hace en Televisión. Autor del blog “El Marginal” desde 2012 editado en formato de libro en el año 2015.

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