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Saltar el puente


“Estás solo. Otra vez: solo. Ni el gato soporta que le acerques el pelo al lomo. Lo despertás; te rasguña. Y estás solo. Como anhelabas, como cargabas internamente insatisfecho que nunca más estarías.”

El pensamiento rebota en las cuatro paredes del baño que se achica intermitente y me devuelve en este espejo un reflejo de tierra sucia: polvo que no se llegó a limpiar. Todo se ve blanco y negro desde que me aspiré el gris, tal vez por demás. Hoy me acordé que los mejores colores los veo cuando me drogo con vos. No hay cicatriz más vengadora que la que curamos con agua y sol. Ojo cuando le saques la cascarita que siempre sangra un rato más. Se guarda el gran final, el último acto. Es un volcán de pesadillas. Encontré una manera –fallida– más de transformar mierda revuelta en un buen recuerdo.

Quizás, en realidad, disfrute todo casi tanto como cuando le pido a mis alumnxs que dibujen una vagina en los mismos segundos en los que tatuaron ese pene al pizarrón. No pueden jamás. Parece que es más fácil dibujar lo que nunca vieron en televisión.

Basta.

Las veces que digo basta digo no quiero que las drogas me peguen tan mal que sólo tenga que concentrarme en no morir. Abrir no debería ser cerrar, a menos que algo esté dañado. Quizás tendría que atender los avisos. O debería cambiar de dealer; buscar uno que me ayude a dejar de hacer del suicidio mi nuevo TOC.

Donde las cosas se arreglaban con canciones, ahora sólo hay whisky. La heladera vacía; el plato lleno: se llama contraste. El vacío está en las rajaduras de mis huesos, atrapados en una piel que no da respiro.

Inhalo.

Exhalo.

Con el frío en la frente, golpeándome las pestañas y despeinándome sin culpa. Te culpo por desarreglarme. Me culpo por el maravilloso amanecer que no te di. ¿Me habrías creído si te lo hubiera confesado? No.

Mi recurso es mentir; vos sos más moderno.

“Puede significar libertad sacarle el collar a tu gato en un acto puramente descolonizante. Puede significar pensar al pedo que el refugio de mi departamento es el baño del living. Sería el más seguro en emergencia de tornado. Puede significar evitar: guardar precauciones sobre cosas imposibles.”

Se me resbala el celular de las manos y boca abajo se agrieta la cara. El táctil todavía funciona y me deja en la yema del índice el último cristal que me falta probar hoy. Se desliza por el labio inferior sangrando pequeños oasis en el desierto rosa. Que no veo, porque tengo el espejo apretándome la nariz. Las paredes me ganaron distancia por dedicarme tanto a malgastar las horas de sueño. El polvillo que me orbita me obstruye un poco los sentidos pero me despierta y me recuerda de dónde caí. Se hace largamente tedioso respirar. Al final el baño no era tan seguro.

“Algún día voy a poder saltar ese puente. En vez de caminarlo.”

Con Creep en el celular a 18 por ciento de batería, le doy ritmo a la despedida. La mejor decisión de esta madrugada.

Cargada y hambrienta en el lugar más seguro de la casa: un regalo de mamá, que era comisario inspector.

“Sentís mejor cuando no estás. Te vas de vos porque deseás objetivizar todo. Mirar de lejos es tu almohada, la que nunca prestarías. No sos mejor que nadie; dejá de comparar el trabajo con la vida. Pobre es aquel cuyos placeres dependen todo el tiempo del permiso del otro. Matar viene siendo desde hace unos minutos mi fantasía erótica. Pero ganan el primer lugar de últimas palabras:

Escribís mejor cuando odiás.”

Y disparó.

 

Autor: Gonzalo Zuloaga

Gonzalo Zuloaga nació en La Plata el 18 de octubre de 1985. Ha publicado microrrelatos en la revista mejicana Monolito Arte y Literatura y fue acreedor de mención especial en el Iº Certamen Literario organizado por la revista digital Conurbana.cult. Escribe pastiches postmodernos y cut-ups en su página de Facebook, Kitsch disfrazado de cool.

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