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usualmente es sábado por la noche y luis encara por chacabuco entonado con un tinto escondido en la campera, mientras mira fotos de mercedes en su celular una y otra vez, no de psicópata, sino por puro escepticismo a que el aparato pueda reproducirla sin pifiarle ni una peca, ni una pestaña. teorías mersas que hasta un bachero del conurbano puede tener. en cochabamba se cruza a richard, el garita de enfrente a la parada donde se toma el 266. Ya lo conoce hace tiempo, así que cuando richard le pregunta “y hoy, jefe?” mostrándole las teclas sucias, luis le responde “un merlot”. en uno de sus bolsillos, lleva la carta para mercedes: “mercedes; este fin de semana me costó la mandíbula si fuese exagerado, no entiendo este año, no entiendo los meses, ni los días, días que se pasan rápido como todas las ciudades que visitamos con el google earth y que nunca conoceremos en persona, aunque creo que todo va a mejorar, pero no entre nosotros. le mentí desde el comienzo, cuando le dije que no recuerdo nada; recuerdo tanto que me aprendí de memoria todos los atajos que me llevan a usted, mercedes, a lo fácil que era la vida sin este bozal, a sus anteojos empañados en mi barrio bajo la lluvia buscando algún bar para tomar una coca fría, a su bozo rojo culpa de mi barba equivocada, a limarme la cabeza en el primer tiempo, a hablar de nuestros padres y de la cámpora, a sus extremidades frías de cáncer, a picar un clona en el lemon pie. me mandaron a comprar pan y encontré petróleo, y se me esparció entre los dedos, mercedes. por usted me perdería hasta el fin del mundo, aunque a veces siento que el fin del mundo es usted. supimos encontrar un espacio común, ahí donde proliferan mis miedos y bailan sus asuetos, pero no es suficiente. nunca es suficiente

 

Autor: Alejandro Puch

Facebook: Alejandro Puch

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