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Estoy sentado a la orilla de la tarde

Otto Müller

L. dejó su cuaderno abierto sobre la mesa de la cocina después de garabatear las últimas oraciones con una letra rugosa. Los párrafos terminaban curiosamente sin puntos. Empezaba las oraciones con mayúscula pero el párrafo anterior era como si no hubiese terminado, quedaba abierto a falta del pequeño símbolo del final.

Había salido a tirar la basura y desapareció caminando, siguiendo algún rastro que lo impulsaba a continuar tras la hilera de árboles del costado de la vereda.

He aquí lo que hallé cuando llegué, en circunstancias que después voy a contar:

Estoy sentado a la orilla de la tarde

Teníamos una manera peligrosa de hacer todas las cosas. Había algo de vertiginoso en la forma que teníamos de caminar por las calles de la ciudad haciendo que las horas nos devoren. Nuestros pasos caminaban a un ritmo que rozaba la subversión a la vida. La importancia que tenía en aquel momento morir o no morir, era ninguna. Nos deslizábamos como gigantes en dulce agonía de una danza azul que latía al ritmo primario de la demanda de los sentidos

No nos amábamos, el sentimiento era mucho más visceral e inmediato. Había algo de tragarse la vida hasta ahogarse, hasta perder el aliento, hasta no poder más

Degustar con prisa todas las miradas sobre el mismo punto, ser traidor y traicionado, ser el vacío y lo lleno, ser el espectador y el actuante. Mirarnos a nosotros desde todos los puntos, comernos con furia, sin piedad, abandonarnos al costado del camino y recogernos más adelante cuando estábamos heridos. Volver a abandonarnos, dejarnos destrozados, patearnos los pedazos, sufrir las ausencias de forma lacerante, sufrir los reencuentros de forma lacerante. Sufrir lacerantemente

Había una playa en donde el sol se esconde y uno se queda sentado al costado de la tarde. El sol va siendo tragado por el atlántico y las nubes pasan de naranja a rosa, de rosa a lila, de lila a las fauces de la noche. Y la noche nos traga una vez más. La playa queda sola. Sola cuando somos dos. Sola cuando uno deja al otro, sola cuando nos volvíamos a encontrar, sola cuando la traición retorna con su olor de caramelo y la sensualidad histérica no para

¿Cuánto tiempo duró aquello? No lo sé, ni siquiera sé si ha terminado y sin embargo, lo que llevo sin verte es tanto más que lo que te vi…

Era un tiempo que se media entre libros. Leíamos como descosidos a los más malditos y andábamos como ellos sin esperanzas en nada, una existencia que desconcertaría a cualquier utilitarista: porque sí y para nada. No había fundamento, era solamente el transcurso de días largos secuenciados por noches aún más largas

Lo que me ataba a tu boca húmeda no eran tus besos sino tu prosa y cómo te fundías en mi prosa. La prosa tiene más poder que el sexo, despierta un anhelo mayor que el amor. El anhelo, como bien sabemos, a diferencia del deseo, es insaciable, no tiene fin y se arrastra definitivamente sobre nosotros dejándonos sin escapatoria

Revolcarnos como locos y masticarnos la carne era sólo un efecto secundario

Mucho más adelante en la cronología de las cosas, el tiempo se pasó a medir en trenes y en kilómetros. En cuán lejos estaban mis letras de tu mirada y de tu oído atento

No recuerdo de vos ni caricias ni besos, sólo recuerdo historias. Recuerdo el halo que nos envolvía caminando por la ciudad desierta y helada de julio. Lo recuerdo tanto… recuerdo el olor, la tristeza dura que sentía. Ver tu cuerpo pequeño y sin culpa, sin pretensiones, lo usabas como una herramienta para la experimentación de todo aquello que se atravesara, siempre a punto de lanzarte al vagón que pasara por delante y después siempre dispuesta a saltar de allí sin pensarlo. Viviendo dolorosamente, porque sí y para nada. Enojada con el destino por haberte quitado la fe, orgullosa de carecer de ella, enojada con ese orgullo y asustada como un niño porque la vida era mucho más que un sueño malo del cual nadie pensaba despertarte

Te extraño, no siempre pero a veces sí, y lo hago con la intensidad de no haberte dejado de extrañar nunca. Como si hubiera sido la madrugada de hoy cuando te vi yéndote tambaleante, borracha y llorando. No llorabas por mí, llorabas por el mundo, por cada rincón vacío en este espacio ajeno. No llorabas por mí pero si por mi culpa, nunca supe ser el fluir que saciara tu sed de cosas lejanas ni de pequeñas honestidades

Te quise tanto sin quererte y nos lastimamos tanto por el placer pequeño de vernos doler que en el canibalismo del amor que supone que posee, nos tuvimos más que si nos hubiéramos amado

Todavía hoy después de que los almanaques se amontonaron como ropa sucia a un costado de la cama, trato de encontrarte en las calles. Me urge verte pero no puedo buscarte

A veces incluso voy hasta la playa donde se esconde el sol en el mar y pienso en que aparezcas por ahí, en ver el vuelo de tu pollera alguna vez más. Sé que estás en algún lugar de este ancho mundo y que si me lo propusiera en serio te encontraría en un suspiro. Pero no hago nada. Termino el cigarro, me acaricio la barba y sigo con mi vida

Necesito saber desesperadamente si mi versión de la historia concuerda en algo con la tuya, si esos retazos que vivimos fueron parte de una conversación dulce y triste o un monólogo absurdo en mi mente enferma

Cuando entré había en la pileta un plato sucio, un vaso y un par de cubiertos, el resto estaba en orden.

Había un cigarro por la mitad en el cenicero, me dio risa porque me acordé que la última vez que lo vi me dijo que había dejado de fumar.

Después que leí lo que acabo de transcribir me quedé un rato sentada tratando de hilvanar los hechos y darle una forma coherente.

El día anterior había tenido un sueño de una tristeza tan triste que cuando me desperté esa mañana corrí al puerto y compré un pasaje en el primer barco que salía.

Fue raro ver la urbe inmensa otra vez emergiendo del río. Hacía años que no la veía así, hacía años que no la veía... Esa masa de agua marrón meciéndose suavemente, que tiene su freno en un paredón de cemento gris que da inicio a la ciudad, un inicio sobre el cual se emplazan miles de edificios espejados irguiéndose desparejos. El aire sucio que se percibe desde lejos y el olor del puerto…

De todas las cosas que había olvidado en mi vida nada me revolucionó tanto por dentro como volver a oler Buenos Aires. Era un rastro completamente apagado, un hueco que había quedado sin memoria, una zona gris en mi cerebro y que se activó con tanto impacto que tuve que agarrarme de la baranda para sentir que no me iba a caer.

Cuando puse mis pies en tierra atravesé las avenidas en búsqueda del primer colectivo que me lleve a la última dirección que tuve de L.

El barrio tenía las mismas calles, los negocios, los árboles y las plazas, pero yo ya no era la misma, entonces mi capacidad sensorial percibió todo distinto. No era que yo volvía a visitar algo dejado sino que venía a ver algo que nunca había visto.

Pensé durante todo el viaje que al estar de nuevo por aquel viejo barrio, el mundo se cerraría sobre mí tragándome para siempre en sus recuerdos, sin embargo no fue así. Tuve la sensación de un turista, alguien incapaz de reconocerse en la ciudad, de sentirla propia. Fue un sentimiento raro e inquietante porque yo había ido a conciencia a buscar algo que quería encontrar y ese algo se encontraba directamente relacionado con alguien y con una densidad por la que quería ser tragada. Nada de eso ocurrió, por lo menos no como había esperado.

Me sucede a menudo que la realidad es más sorprendente que mi capacidad de imaginarla. Entonces pasó eso, después de sentir el olor en el puerto, Buenos Aires se desentendió de mí.

Golpeé dos veces a la puerta de madera blanca y despintada después de comprobar que el timbre no andaba. En realidad no estaba segura si él seguía viviendo ahí, ni siquiera sabía si se había casado y tenido hijos o si habría muerto.

Nadie vino a atenderme así que me senté un rato en el escaloncito a pensar que estaba loca en haberme embarcado en esa historia absurda de ir atrás de alguien que hacía siglos que no veía por haber tenido un sueño que me laceró por dentro.

Pero ya estaba ahí y si iba a estar loca iba a estar loca del todo. Salté el murito del costado de la casa y me metí por el jardín, la puerta de atrás que daba a la cocina estaba sin llave como siempre y cuando la abrí supe que él seguía ahí. Los muebles, el perfume, el plato en la pileta y el mate que había quedado con yerba desde la mañana. Estaba todo igual a la última vez que pisé el lugar. Había libros apilados en el piso, otros en la biblioteca, varios en la mesada. Nada más, el resto tenía el orden lógico de un hombre que vive solo. Sólo el cuaderno abierto con el último escrito y el cigarro armado a medio terminar era lo que daba la sensación de que alguien me hubiera estado esperando con las vísceras abiertas para que yo pase y me sirva.

Cuando terminé de leer agarré la birome azul que estaba apoyada a un costado, di vuelta la página, le hice un dibujo que supe que reconocería y escribí:

Fue una conversación dulce y triste y no sabés cómo me hace falta. No siempre, no todo el tiempo, pero a veces reanudo ese diálogo en mi mente y te sigo contando las durezas de mi alma y después escucho tu risa dura burlándose de mí y de todo, y no me enoja porque sé que fuimos voraces, que nos arrancamos de a cachos y que nos dolimos pero que no fue por más odio que el que nos inspiraba la vida misma y esa desolación gigante de sentirnos solos en este inmenso y ajeno universo

No te extraño porque nos amamos, te extraño porque fuimos auténticos, porque no teníamos fe en nada y aun así nos tuvimos tanto

Nos vemos por ahí, espero, en algún momento. Fue tan bueno saber de vos que ahora estoy llorando. Ya sabes que lloro siempre que las cosas son bellas y desoladas. Ha sido una cosa bella desolada volver a ver tu letra en un papel, mucho más bella de la que hubiera podido imaginarme

Te extraño porque sí y para nada, no con el propósito de volver a verte o de tenerte una vez más, solamente te extraño porque vos y yo hemos dejado sin aliento al aire

Me fui, tomé el bondi, me subí al barco y volví a mi playa.

Mucho tiempo después estaba sentada en las rocas que dan al mar mirando el sol ser tragado por el océano y de repente una mano desde atrás me tapó la boca. Me quedé quieta, seguí mirando hacia adelante y mordí la mano con fuerza. Cuando sentí el sabor de esa piel otra vez entre mis dientes un súbito silbido me ensordeció y el mundo se volvió una pintura expresionista de colores y pinceladas mezcladas, difusas, sin límites ni contornos definidos.

Gozamos tan duro de nuestros cuerpos esa noche y durante algunas largas noches y largos días más…

Hasta que otra vez, cada uno siguió su camino solitario.

Otto Müller

 

Texto extraído del libro Danzando entre la Nada y la Furia publicado por Ediciones Frenéticos Danzantes

Autora: Marina Klein

Soy autora de De Fauces al Subsuelo y de Danzando entre la Nada y la Furia, ambos editados por Ediciones Frenéticos Danzantes. También dirijo esta revista y la editorial recién mencionada.

Nací en Buenos Aires en el 74, viví en esta ciudad hasta más o menos los 20 años y desde ahí hasta el 2012 anduve por el mundo viajando y quedándome largos períodos en distintos lugares de América Latina. En ese tiempo realicé un tour por distintos oficios, escribí para varios medios crónicas de viaje, limpié casas, hice gorritos de hilo y hasta llegué a tener una pequeña fábrica de joyería artesanal. Desde que volví, además de colaborar con varias publicaciones de habla hispana, hacer libros y revistas, coordino algunos selectos talleres de escritura y estudio para los últimos finales que me quedan para obtener la licenciatura en sociología.

Facebook: Marina Klein

Twitter: @Marina_Kle

Imágenes de Otto Müller

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