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Anomalía y otros microrrelatos


-Dinosaurio-

Me miras con tus ojos de sicario y decís que te da igual, que ya está, que ya fue (no te da igual). Enojado sos tan frío y duro como un iceberg (hundí todos mis barcos). Y alguien está gritando, (siempre grita cuando no estás). Y todas esas canciones que ahora me aturden. Y los lugares por donde caminamos son bombardeados como Hiroshima. Y soy eterna turista en tu puto mundo. Y cómo no voy a tener miedo, si vos sos el hombre que salió de la caverna, y yo todavía juego con dinosaurios.

-Regular-

Que ahora las bocas de los demás son oscuras. Y sus lenguas son serpientes que me aburren y me asustan. Que todas sus manos se sienten frías y distantes. Y a mí sólo me gusta tu frío. Que sus capuchas no son como la tuya, donde pareces un delincuente juvenil que acaba de cometer la nueva gran estafa. Dejame tener certezas. Sacar la generala. Ganar el T.E.G. Hacerle jaque al rey (nunca me enseñaste a jugar al ajedrez). Y no sé si pueda sobrevivir al mundo, pero quizás pueda sobrevivir a esta noche con vos.

-Bedshape-

Saltan y la cama cruje. Saltan y arman su vida en el aire. Hablan de casarse y de tener hijos. Saltan y se ríen. Se hacen cosquillas. Saltan y él la llama por el nombre equivocado. Saltan y ella cierra los ojos. Aprieta los dientes. Ahora solo salta él. Que lo disculpe, le pide. Salta y ella se cruza de brazos y de piernas. Salta y le insiste. Que ya está, le dice. Que ya fue. Saltan y ella le pega. Primero una cachetada y después un puñetazo. Saltan. Que no era para tanto, le dice él. Saltan. Se toca la cara inflamada. Salta y le pide que se vaya. Que agarre todas sus cosas de mina y que no vuelva nunca más. Salta Ella se arrastra hasta la puerta. Él salta con los puños cerrados. Ella da un portazo y dice que no va a volver. Él salta, y la cama cruje.

-Anomalía-

Me pedís que deje de parodiar suicidas. Y te reís de mí en la oscuridad con tus dientes de vampiro. Te digo que ya estoy cansada de quemar naves. Que ésta vez quiero ser el policía malo. Y es que a mí me gusta sentarme sobre bombas atómicas, y vos sos tan peligroso como un gas lacrimógeno. Te pido que ésta vez no huyas, que ya no servís para otra guerra. ¿No ves que no puedo soltar éstas granadas? Y decís que acá hay gato encerrado pero no querés mirar dentro de la caja. Entonces andá. Despedite a la francesa. Poné pies en polvorosa. Baja el pulgar en mi arena de gladiadores.

-Cuerpo a tierra-

Te vi venir de algún lugar del que ya no te acordás nada. Estabas vestido como militar. Siempre estás vestido como militar. Eras un soldado raso sentado sobre la bomba atómica. Pero ya no hay más guerras, dijeron. Y no quisiste volver a casa. Te soltaron la correa y escapaste. Como un perro buscando guarecerse de la lluvia. Y te perdiste, quién sabe dónde (yo sí sé). Arrasaste con todo como un incendio forestal. Con todo, con todos, con vos. Sí, sos puro fuego, pero no del que destruye, sino de ese que ilumina. El que prende velas en las bocas de lobo, el que enciende todos mis cigarrillos. Y decís que sos tan frágil como un Jenga, pero yo te veo grande, grande como la torre de Babel antes de caer.

-Fire fire-

Prendes tu cigarrillo en la oscuridad y todo es caos durante un segundo. Sos como una vela en una noche de verano sin luz, que parece que se va a apagar, pero nunca se apaga. Y seguís siendo el mismo fuego que me atrajo desde el principio. Vení, abra(s)ame y quemá mi soledad. ¿Te acordás cuando ayer provocamos un incendio?

-Matadero-

Es la hora del almuerzo en el matadero. Y dos empleados no están comiendo. Se escuchan voces en la sala de feteado. Uno se saca el ambo verde. Se besan. El otro se saca el delantal manchado. Se acarician las barbas, el pelo, las mejillas. Las vacas muertas cuelgan de los ganchos. Se tocan. Se tocan. Debajo de ellos el suelo es de sangre. Se erectan. Cogen de parados con el olor a muerte de fondo. Gritan de placer entre las vísceras. Los ojos de todo el lote número veinticinco los miran desde el aire. Se lamen las caras. Alcanzan el orgasmo entre las pieles despellejadas. Suena el timbre. Llega otro lote.

-Send in the clowns-

Se sostiene apenas con tres dedos de la mano derecha. El resto de su cuerpo se encuentra suspendido en el aire. Tiene la cabeza inclinada hacia atrás, mirando al otro acróbata. Un sudor frío le recorre la frente porque todavía no le dijo a nadie que no ve bien de lejos. No le dijo a nadie, porque ningún acróbata usa anteojos. No le dijo a nadie y el presentador está hablando. No le dijo a nadie y el tipo dice que bienvenidos al circo. No le dijo a nadie y la gente aplaude. No le dijo a nadie y empieza a sonar un redoble de tambores. No le dijo a nadie y las luces se encienden. No le dijo a nadie y entonces salta. No le dijo a nadie y ahora está cayendo. No le dijo a nadie y el público grita. No le dijo a nadie y su cráneo se quiebra. No le dijo a nadie y se le rompen todas las vértebras. No le dijo a nadie y el suelo se llena de sangre oscura. No le dijo a nadie y las luces se apagan. Send in the clowns.

 

Autora: Camila Alonso

Nazco el día más aburrido del año (domingo) y le corto el desayuno a mi papá. Como soy del ’97 todos en el curso siempre son más grandes que yo. A los cinco años mi mamá me enseña a leer. Y a partir de ahí pido libros para mis cumpleaños. Empiezo natación. Lo dejo. Empiezo básquet. Lo dejo. Crezco y a los once me creo capaz de escribir novelas de ficción románticas y cuentos de terror. A los doce me doy cuenta de que no puedo. Empiezo gimnasia artística. Lo dejo. Empiezo teatro. Lo dejo. A los catorce me ofrecen ir a un taller de literatura y en la segunda clase decido que no quiero dejar de ir nunca más. Pasa un año o dos hasta que encuentro mi estilo y me inclino a escribir cuentos o textos cortos haciendo críticas sociales. También me gusta matar a mis personajes. Termino el secundario y empiezo la facultad. A los 18 participo con un cuento sobre un suicida en un concurso. No gano pero igual mi familia me lleva a comer a Mc Donalds. Sigo escribiendo. Cumplo diecinueve y no tengo ni idea de lo que estoy haciendo, pero sé que quiero seguir haciéndolo.

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