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Al otro lado de la pared y El que espera, desespera


AL OTRO LADO DE LA PARED

Oyó el ruido sordo al otro lado de la pared. Tumbada en la cama miraba al techo en la penumbra de su habitación. Otra vez el ruido. Era medianoche. Se distrajo con el runrún susurrante de una moto al atravesar la calle desierta. Un carro se detuvo en una casa vecina. ¿Al lado? ¿Izquierda? ¿Derecha? Cerró los ojos y oyó. La puerta se abrió y se cerró con prontitud. Unos pasos que tocaron la reja, otros pasos que se acercaron, un candado fue abierto con premura, el chirrido de la reja al abrirse, los pasos reanudaron su camino. Una puerta de madera se cerró con estrépito. El silencio inundó su espacio, duró un par de minutos. Otra vez aquel ruido. Lejano, ajeno. ¿Qué era? Los pasos dentro de la casa de al lado. Voces que charlaban. Los sonidos de una película invadieron de repente. El volumen aumentó. Jack Sparrow y su hablar de borracho. Entre los sonidos de pelea, creyó distinguir gemidos sofocados. Una hora después reinó el silencio. Era tarde, el sueño le era esquivo. Entonces lo descubrió: el ruido sordo no era otra cosa que una tos seca, insistente. La tos de un niño. Apareció en su mente la imagen de un cuerpo que se estremecía al toser, las gotas de saliva que expulsaba a metros de distancia, el remezón del cuerpo sobre la cama. El ardor del pecho. Cerró los ojos y durmió. Lo olvidaría en la mañana. Al otro lado de la pared, ningún niño vivía.

EL QUE ESPERA, DESESPERA

Tragó la pastilla azul. Tomó agua, dejó la botella en la pequeña mesa al lado de la cama. Las latas vacías de cerveza estaban en el piso, las amontonó en una esquina. “¿Te demoras?”, preguntó a la puerta del baño. “Ya voy, papi”, respondió una voz melosa, ligeramente aguda, un poco nasal. La ansiedad corrió por su cuerpo, sintió los efectos y se sorprendió, siempre se sorprendía, a su edad todo era una sorpresa. Sólo tenía un par de horas antes de irse, quería regresar al pueblo al día siguiente. Sí, las cosas iban bien. Ah, su cuerpo respondía bien, muy bien, mucho mejor que antes, ¡qué maravilla! El corazón aceleró su ritmo. Frenético. Raudo. Sintió la presión, como un peso que cae de la nada. La vio con una sonrisa pegada en la cara. La recorrió con la mirada. Sintió que su cuerpo ardía, ¿moriría abrasado?, es el calor, pero es de noche, la noche está fresca, debo abrir una ventana, ¿hay una ventana en este hueco? “Ay, papi, ¿qué te pasa?, estás como pálido o ¿te va a dar la pálida?, jajaja, qué graciosa soy”.

“Espera”, alcanzó a decir pero el dolor se hizo insoportable, se llevó la mano al pecho, abrió la boca para gritar y cayó espatarrado en la cama retorciéndose en sus últimos segundos. Ella huyó enseguida. La policía apareció al día siguiente. La noticia se regó como pólvora, en el pasquín más leído de la ciudad apareció la foto con letras rojas: “Pensionado portuario muerto en motel de mala muerte”. Ya la esposa sabía lo sucedido. En la mañana la llevaron a la morgue para el reconocimiento. Luego, negó los hechos. “¡Imposible! Él nunca hizo algo así”.

 

Textos: Estos relatos también se ecuentran publicados en el blog Anecdotario de Eros Pandora.

Autora: Esperanza Ardila B.

Antropóloga. Aficionada a la literatura. Autora de artículos académicos y del cuento “Estremecida” (http://www.revistasinestesia.com/estremecida/)

Imagen de Tolouse Lautrec

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