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Games of crohn: diario de una internación

Leonor Silvestri

34. Feministas enemigas de putas y enanos

¿Quién dirá lo que vale la pena y qué pena?

Jean-Luc Nancy

Al principio de este diario yo me preguntaba por qué se le dice «enfermedad» a algo que no tiene cura, por qué no se le dice «condición». Una condición del cuerpo, irreversible, como el daltonismo, el enanismo, la diabetes insulinodependiente… Se me dirá que es simplemente un juego de lenguaje, que da lo mismo. Los juegos del lenguaje nunca son menores: el día que Carlos Menem, presidente electo y votado dos veces por las masas (finas y no tanto), le llamó «flexibilización laboral a aquello que claramente era empeoramiento de las condiciones del trabajo, precarización de lxs trabajadorxs y pérdida de las conquistas históricas de las mejoras laborales, nos violó a todxs. Ahora con Macri volvemos a sentir estos truquitos lexémicos.

Una de las diferencias que le encuentro a esta disquisición léxica entre «enfermedad» y «condición» es que una enfermedad se cura, mientras que con una condición se convive. La «enfermedad», por otra parte, promueve la idea de responsabilidad y culpa, nociones ya inherentes a la idea de autodeterminación, soberanía y autogestión, por lo menos con lo que tiene que ver con la salud. Es decir, se podría asumir que todas esos conceptos de la buena conciencia progresista del cambio social, cuando aplicadas a la noción de estar enfermo, se vuelven por decirlo de algún modo, lo más rígido de las nociones liberales que comienzan con la reforma luterano-calvinista y James Locke, entre otros. Querer es poder, por un lado, el voluntarismo de no se cura quien no quiere (de allí a colegir que las enfermedades son psicosomáticas, todas, y que por ende curarse depende de nuestra propia capacidad para estar tranquilas en medio de esta guerra); y por el otro, la culpa: estás enferma porque te lo merecés, es decir, no condujiste tu vida como es debido, si te hubieras cuidado como corresponde no te pasaría, o también podemos curarnos si lo deseamos mucho, mucho, mucho. Todas estas ideas pensadas, y a veces dichas, a quienes se les diagnosticó como “enfermxs” nunca serían dichas a una persona que nació ciega, enana, o que no distingue entre rojo y marrón (obvio que se le dicen otras cosas, la estigmatización de la normalidad no cesa porque, como con la heterosexualidad como régimen político, conformar a un cuerpo diverso como «otro» es lo único que te deja dormir en paz). Buscar el porqué de una enfermedad significa, en algún punto culpar a quien padece pero también configurar a las personas normales en tanto normales y sanas.

Por otra parte, la condición permite no solo pensar al habitante «enfermedad» como un huésped, una compañía (compañero asma), sino que además permite introducir la noción de incapacidad o discapacidad. A la discapacidad se le suele decir en el lenguaje políticamente correcto «diversidad funcional». Yo prefiero pensarla como incapacidades, al fin de cuentas, toda persona es incapaz de hacer ciertas cosas. El problema es que vivamos en un mundo creado para ciertas capacidades y no para otras. El problema es la hegemonía de la estadística, ese absurdo de la aritmética, con su potencia de escalpelo. El problema es que celebremos, cual publicidad de Benetton en la reunión de las lindas espléndidas guapas feminoqueer, la diversidad pero que no construyamos mundos posibles donde las feas raquíticas y obesas fracasadas hasta de la belleza queer podamos vivir bien. Por ende, la incapacidad siempre recae del mismo lado, y son siempre las mismas. La noción de huésped de la condición sine qua non permite pensar lo que se llama «enfermedad» como un estado de excepción al régimen que impone cómo un cuerpo debe verse, cómo debe funcionar y para qué se debe usar cada parte, que, como tantas cosas en las sexualidades insobornables, pone en jaque el mito de la salud y la normalidad, siempre heterosexual. Como Jimmy de South Park frente al director PC (politicamente correcto) en la temporada 19, prefiero que me digas minusválida a que me dictes y me impongas cómo debo decirme a mi misma para que no agreda tu paradigma buena conciencia. Disca, condición singular de un cuerpo que todas portamos, pero pocas afirmamos. No, no soy especial, al menos no porque alguien diagnosticó mi condición creando una enfermedad, y por ende un negocio, donde solo había requerimientos técnicos, necesidades singulares y tal vez menos usuales que las de otras corporalidades.

Vivimos en una civilización de incapaces afectivos. Si la potencia aumenta con la capacidad de afectación, ergo estamos claramente habitando una sociedad de poca potencia, una sociedad incapaz de empatía, apoyo mutuo, cariño, empobrecimiento afectivo. Estas tres acciones solo emergen de manera irrestricta en la familia y el gran amor, es decir, la pelotuda o pelotudo de turno a la cual le decimos «novia/o» y que no soltamos ni un minuto en los espacios públicos. ¿Cómo expropiarle a la subjetividad posesiva de la propiedad privadas las potencias encorsetadas y masacradas del apoyo, la empatía y el cariño? Además pensemos en alguien con autismo como aquel video de Amanda Baggs que se hizo famoso en lengua española a través de la viralización de la conferencia donde Preciado expuso el caso académicamente. Pese a lo que cree la medicina hoy y el vulgar denominador común de la gente, nadie más conectado que una persona diagnósticada como autista con su medio, nadie con mayor capacidad de afectación; solo que esa afectación, tal como el video indica, no es una capacidad acorde a esta civilización, es una afectación que a esta sociedad no le sirve. Olerse las manos, chupar algún objeto, la danza llamada rocking para adelante y para atrás, alguien que puede pasarse horas en completa conexión con las que le rodean usualmente llamadas inanimadas, es una persona con una enorme capacidad de afectación. Una de las obsesiones de la maestras integradoras, o de aquellas que trabajan en las escuelas que en Argentina se llaman «especiales», es que las personas autistas coman con cubiertos. No comer con cubiertos es otra manera de afectarse con la comida, tal como no siempre se come con cuchillo y tenedor en todas las culturas. La persona llamada autista parece tener su propia manera singular de hacer un cuerpo y componerse con el alimento. Esa manera de afectarse en realidad incomoda a nuestra civilización y quienes la crean, la ponderan y la sostienen con sus actos diariamente. La única ventaja del cuchillo y el tenedor por sobre otras maneras de afectarse es la aceptación social en esta cultura, si comés sin apoyar los codos en la mesa se te acepta más. Por esta vía, se llega en nuestra civilización occidental a las mutilaciones sexuales más aberrantes que podamos imaginar como se comprueba en los casos de cuerpos intersexuales. Al fin de cuentas, es la coartada perfecta la de la integración y aceptación social desde la temprana infancia para someter a los cuerpos y sus potencias desde el bisturí del cirujano hasta las escuelas normalizadoras (no por nada la escuela se llama «normal» en nuestro país.) ¿Quién es, entonces, incapaz de afectarse con lo otro?

Por otra parte, si la industria médica es a la salud lo que la industria del sexo es al trabajo sexual, no solamente se hace palpable que estamos hasta el cuello sumergidas en el régimen farmacopornográfico, sino también que autogestión de la salud bien puede consistir asimismo en la manera de pararse y encarar los dispositivos médicos, como obstáculos en una pista, tal como se le ocurrió el otro día a una amiga en un encuentro. En vez de pensar, como lo hacen las feministas de la buena consciencia burguelumpen que no quiere incomodar, neo hippie de beca de universidad, okupa y alforja, que autogestión de la salud es curarse una colitis ulcerosa u otra EII (enfermedades intestinales inflamatorias) ingiriendo té de melisa y malva, como modo de conjurar, bajo los efectos aplastantes de esta nueva moral, que a ellas no les va a pasar porque son eugenésicamente responsables y cristianamente atentas a cómo comen y qué beben. Ay, la naturaleza, que reducto maravilloso ha creado la humanidad para esconder su microfascismo.

Mientras tanto las burguelumpen al ataque: ayer una de esas feministas osó decir sin ponerse colorada «por qué las mujeres pobres tienen que tener sexo con los discapacitados». Error, el trabajo sexual no lo ejercen solo las mujeres; no toda trabajadora sexual es pobre; no toda pobre es trabajadora sexual; no toda opresión puede ser medida en términos de pobreza, es decir económicos; todo trabajo es per se sexual; todo cuerpo está sexualizado y generizado y no todo trabajo sexual no se elige; y la enfermera que cuidaba a tu abuelito también le hacía la pajita pero en tu casa no se hablaba, pero claro, quién tiene sexo con las Amanda Baggs de este planeta, porque quièn tiene sexo con los bicicleteros estrellas anarcoqueer y los rockerines experimentales de turno de este planeta, eso sí lo sabemos. Por otra parte, ¿realmente cree que cogerse por dinero a un enano es algo tan malo? ¿Tan malo es ser enano ¿Cogerse por dinero a un enano es algo terrible, terrible, terrible, inenarrable de sufrimiento y fealdad? Su frase contenía tanta marginalización y estigmatización de un discapacitado como la homofobia. Pero claro, con lesbianas no nos metamos, porque lesbianas y maricas tenemos. Está bien, esta vez, ser discafóbica, en tanto seamos correctas lesbo-queers abolicionistas. ¿Realmente alguien cree que trabajar en un banco, cocer alforjas, ser maestra o secretaria o médica forense, me da igual, es mejor y más placentero que cogerse a un discapacitado por dinero? ¿Realmente creen que coger por dinero es horrible? ¿Lo han probado? ¿Realmente creen que el sexo es ese lugar sagrado que el dinero no debe tocar? ¿Realmente creen que ya no lo ha tocado el dinero solo porque no se lo pusieron en la mano? ¿Realmente creen que es mejor entregarse a los flujos impostergables del deseo natural, lo que pinte y fluya, en vez de pactar, contrato ágrafo mediante, qué vamos hacer y cómo? ¿Realmente piensan que ese señor enano que está pagando es peor que sus novios y sus amigos con sus novias? ¿O cualquier lesbocelonovia que canta las canciones de cumbia queers? Probablemente se encuentre más gratificado y agradecido por buenos servicios y retribuya a ese gesto con gestos que cualquier novio cualunque cogiéndose mujeres. Meses más tarde, una encubridora de abusos sexuales perpetrados por una lesbofeminista sobre lesbofeministas alabará las ventajas del posporno por su capacidad de hacer pornografía sin que haya trabajadoras sexuales oprimidas de por medio, o algo así.

Malos tiempos para Diógenes de Sínope. Les encanta aprender a no discriminar discriminando pero detestan la mordedura cínica que les hace sentir en la carne el daño que en pos de la deconstrucción y el aprendizaje no dubitan en acometer. No es la primera vez que me encuentro con actos de la discriminación más flagrante sin que nadie increpe o se sonroje. Estaba aquella que dijo «yo besé a una mujer y no fue lo mismo». Imagínense esa frase como «yo besé a un judío y no fue lo mismo», «yo bese a un toba y no fue lo mismo», «yo besé a un negro y no fue lo mismo», «yo besé a un canceroso y no fue lo mismo», «yo besé a un daltónico y no fue lo mismo», «yo besé a un indígena y no fue lo mismo». O aquella rubia becaria del conicet graduada de sociales que descubrió que ella también era oprimida en un aeropuerto, cual revelación mística en el momento de ascender al avión, cual si fuera migrante ilegal siendo extraditada, al ver el cuantioso número de valijas que cargaban los ricos en el mismo avión que se iba a tomar ella. O como aquel bioasignado varón que hoy se hace llamar en femenino indignado con el personaje de la película brasilera Madame Satta, porque Satta era homosexual, claramente puto, amante de varones y pijas y no de todas las expresiones de género, poco queer para su gusto burguelumpen de subjetividad socio-queer de okupa cedida por vecinos de zona norte que no quieren que le revienten la casa abandonada un grupo de peruanos. ¿Aceptaríamos estos improperios, estas burlas a la inteligencia, este mediocre fascismo si fuera dicho por la verdulera y no en una okupa de chiquis de sociales y teatro de títeres callejero neoqueer?

Las feministas continúan pensando que son mejores que las trabajadoras sexuales y los discas, porque ellas ni trabajan de putas, ni cogen con discas, ni están (¿son?) enfermas, ni pagan sexo de putas. ¿Y si les preguntamos a las pobres? ¿Qué preferís: coger con el enano por dinero o fregar el baño cagado por los hijos blancos de la feminista? Aunque la paga fuera la misma, que no lo es, me parece que no hay que pensarse mucho la respuesta. ¿O es acaso más digno fregar mugre que chupar pija? ¿Sus amigas heteros y heteroflexibles son mejores? ¿La pija no es la misma, y el poder acaso no circula en una sociedad heterosexual? Como con la persona con autismo, lo que incomoda profundamente es la no adecuación a nuestra civilización que nos enseña que el sexo es puro y sacrosanto y por ende, como el cuerpo, uno de los sacramentos a no profanar, no podemos venderlo sexualmente —como si no lo hiciéramos todo el tiempo, como si no fuera hecho ya sin nuestro consentimiento—. O me pregunto si se han dado cuenta que las putas y muchas de las personas así llamadas con diversidad funcional cuentan con la potencia de destruir familias, el romanticismo en el sexo, la monogamia, entre otras revueltas, cosas que las burguelumpen feministas usualmente no consiguen, reterritorializándolo todo con cada palabra y acto, juntitas, juntitas las novias en el acto.

Estaba aquella trabajadora sexual que una vez dijo: «las putas tenemos dos enemigos: la yuta y las feministas». A mí me gustan las cosas claras con los varones, y me hubiera gustado aprendérmelo antes de que fuera tan tarde. También me gusta, como una suerte de Roberto Arlt queer en sus aguas fuertes, no entregarle al mundo que se cree de la disidencia sexual una imagen reconciliada de sí mismo. Y al enano, ella, la anarcoqueer-feminista, tampoco se lo está cogiendo, porque de cogernos a un chabón, que se parezca al Pocho Lavezzi, como aquella catedrática queer doctorta que siendo ella lesbiana pensará que disruptivo es poner en fachabuk fotos de bultos de jugadores de fútbol del mundial y la famosa foto de Lavezzi en cueros (además de decir «estar indispuesta» cuando menstrúa) y decir que el mundial la calienta. Paren el queer, que me quiero bajar, de esta ética lesbiana.

Para bancar los trapos de la soledad hay que tener con qué. Ellas están juntas porque solas son menos que una. Algunas de nosotras, solas somos múltiples. Infinita no es nadie. Las potencias son siempre limitadas, solo que, pese a lo que tanta persona ociosa cree, no están prescriptas por la matriz de inteligibilidad o el cuadro de referencia e inscripción que juzga la materialidad del cuerpo. Ser lo que se puede: possest. Si solo podés imbecilidad eso serás. Arte, arte, arte...

 

Acerca del libro Crohn designa el diagnóstico de una inusual condición autoninmune discapacitante que puede afectar el tracto intestinal, de la boca al recto. Este ensayo auto-biográfico narra las distintas estadías de la autora en el hospital durante alrededor de 100 días. Es, a su vez, un lúcido relato sobre la diversidad funcional que aúna criticamente ciertas obsesiones de la modernidad, el poder médico y biopolítico encarnado hasta en las nuevas morales de la buena conciencia como el veganismo y el feminismo. Reflexiones que Silvestri agencia a partir de pensar la enfermedad como acontecimiento junto a sus desarrollos sobre Spinoza, la teoría queer y las filosofías de la antigüedad grecolatina para construir un sistema inmunológico que combata las pasiones tristes, sus aparatos de captura y sus formas de contagio. Un intento por afirmar la existencia singular y dotarla de una forma que fugue de la obediencia a la salud.

 

Autora: Leonor Silvestri Leonor Silvestri, poeta y traductora especializada en poesía clásica, profesora de filosofía, deportista de combate y discapacitada legal, Su recorrido vital y político puede leerse como una búsqueda de la consistencia consigo misma. En este trayecto ha construido una obra que incluye performances, manifiestos, fanzines, ensayos filosóficos, activismo, hondos desencuentros, programas de radio y videos, bandas de punk-rock, exhibicionismo y rumores: una obra en la que ella misma, como cuerpo, es la materia prima y el producto siempre in progress. Algunos de sus libros son la tetratología La guerra en curso (Nos es nada, Paris, 2016), Guerra Fría (Germinal Costa Rica 2014), El Don de Creer (Curcuma. 2010; Germinal, Costa Rica; Santa Muerte Cartonera México, 2009); el curso. mitología grecolatina (libro-objeto CD-rom. Voy a salir y si me hiere un rayo. 2006); y Nugae, Teoría de la traducción (Simurg. 2003); Irlandesas, 14 poetas contemporáneas (de Bajo la Luna 2011); y del ensayo Catulo, Poemas. Una introducción crítica (Santiago Arcos. 2005). Con Ludditas Sexxxuales publicaron en esta editorial Ética Amatoria del deseo libertario y las afectaciones libres y alegres (2012) y con Manada de Lobxs, Foucault para encapuchadas (2014). Junto a Mai Staunsager, filmó el documental homónimo, "Games of Crohn" y la serie Trabajo Sexual en Primera Persona para Ammar CTA, entre otras producciones audiovisuales.

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