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Amor y revolución


Los edificios están en llamas. La ciudad dormida despierta, por primera vez abre los ojos. Lleva la mirada del mismo infierno. —¿Qué me vas a hacer? —y retrocedió un paso. Sus manos se apoyaron en la mesa y su mirada siguió firme en la sombra. —¿Hasta dónde querés llegar? —Hasta el final. Las sirenas del orden suenan. La policía y los bomberos no logran controlar el incendio. La sombra da un paso al frente. Ella retrocede. Las piernas eternamente largas y flacas se chocan con la silla. El cuerpo se inclina sobre la mesa. La respiración se agita. Las agujas se detienen. Los obreros toman las fábricas de la ciudad. En la esquina una barricada impide el paso de la represión. Se escuchan los primeros disparos de fuego. ¿Son lo nuevo o lo viejo? La sombra se inclina sobre ella que intenta retroceder más pero ya no hay hacia dónde. Unas manos se posan sobre su fino cuello de ñandú. Los muertos se levantan y salen a la calle. Gobernantes, empresarios y demás secuaces intentan huir pero son atrapados y ajusticiados. La tierra arde. La ropa se desprende a tirones. Unos golpes se pierden a medio camino. —¡Hijo de puta, soltame! La mesa cruje y parece que va a ceder. Un grupo numeroso de encapuchados armados con pintura cobran protagonismo dejando a su paso un arco iris de revolución. Se aprietan y se chupan. Las manos transpiradas se recorren, se reconocen. El cuerpo de ella es dado vuelta con desesperación ahogada y antes de ser penetrada la sombra le dice al oído: —Te extrañé. —Yo también. La burguesía de espíritu cobarde por naturaleza echa llave a las puertas y traba las ventanas y se acurruca y espera escuchar de un momento a otro las botas del orden. Una y otra vez. Y hay llanto. Lágrimas y sudor. Y no sabemos si son de alegría o tristeza o ambas. Las asambleas en las esquinas y las plazas se reproducen como la peste y las primeras palabras en libertad son pronunciadas. Las uñas como garras se clavan en la espalda y se introducen en la carne. Es sacudida una y otra vez. Un cuadro mal colgado cae al piso y no se rompe. Pero lo pisan y ahora sí. Una pistola en la cien le hace suplicar piedad. —La revolución deja lo viejo atrás. —y dispara. El cuerpo cae y la tierra se abre en dos. Las paredes se desmoronan. Las llamas avanzan. Hay baile pero no todos están invitados. Adentro el fuego consume la habitación. -—Pasó mucho tiempo. Cambiaste. —Pasó mucho tiempo. Qué esperabas. —y se toman, sedientos.

Afuera el fuego grita: —Viva la revolución.

Un cigarrillo. Quizá el último. Ojos sobre la ventana. El crepúsculo se acerca. Manos en el pecho desnudo. Pasos que suben la escalera. Una puerta que se abre. Alguien se asoma y pregunta: —¿Están listos? Ellos se miran y responden: —Siempre.

 

Autor: Cristian Juliá

Autor de Vivir en rebelión y El lado oscuro de la luna, ambos editados por Rey Larva artesanía editorial.

Nací en San Pedro Buenos Aires el 16 de marzo de 1989, viví en Capital y en Baradero provincia de Buenos Aires, ciudad en la que resido en la actualidad.

Encuentros furtivos: Relato inédito.

Punto de encuentro de mis libros:

La libre librería. Bolívar 646, Capital, San Telmo.

Puesto de diarios y revistas del uruguayo. Corrientes y Montevideo. Capital.

Boulevard libros. San Pedro

Oliverio libros. Medrano 490, Baradero.

En Epublire.org se encuentra la versión digital gratuita de Vivir en rebelión.

Facebook: Cristian Juliá.

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