Encuentros furtivos
Cada tanto recibo un mensaje de V. El mensaje siempre es claro: quiere “verme”. No hay vueltas, no hay excusas ni eufemismos de ninguna clase, pues “verme” no califica dentro de tal, más bien se trata de cierta coquetería. En general cada vez que llega uno de sus mensajes le respondo automáticamente “yo también” seguido de un intercambio logístico. Siempre es un placer volver a ver a V. V lleva una vida tranquila. Tiene un trabajo de oficina donde gana un dinero respetable, un departamento en la capital y hace ya tiempo que está en pareja. Es una pareja feliz. Suelen venir juntos los fines de semana. Desconozco pasatiempos alternativos. No hablamos mucho y cuando lo hacemos, salvo interesantes excepciones, se trata de tonterías sin importancia. No compartimos gustos musicales, ni intelectuales ni políticos. No nos interesa el mismo cine, ni los mismos libros. V no lee libros. Por otro lado V es extremadamente inteligente pero de una forma que no me interesa. A veces nos encontramos en el bar. Por supuesto no hablamos, no nos saludamos, no nos conocemos. Tenemos una estricta forma de comunicarnos sin comunicarnos. Una especie de comunicación subterránea. Un leve rose de espalada con espalda; un dedo que apenas sobre sale y hace un contacto imperceptible con otro dedo; una mirada furtiva. Nos basta. Y eso es lo que me agrada de V. Es encantadoramente sutil. Desde un punto lejano y oscuro del bar, a veces, puedo ver a V bailando con sus amigas y con su pareja, puedo ver las risas, los besos, las caricias. Son agradables a la vista de cualquiera, realmente agradables. V es aniñada, juguetona, simpática, risueña. Su compañero, pongamos M, es un complemento exquisito. Lo bastante serio para no participar activamente en los juegos “tontuelos” de V; no lo suficiente como para no aceptarlos. Es la medida justa entre participación y extrañamiento. V es una persona más que atractiva. Basta con decir eso. V jamás pondría en peligro los sentimientos de M. V lo ama. Estoy seguro de esto. Y por lo que me cuenta V y por las veces que pude observarlo creo que el amor es compartido. Forman una gran pareja. V nunca se arriesga. Llega a casa sola de noche y siempre se va de la misma manera. Las puertas se abren unos minutos antes de su llegada, gracias al plan de logística, por lo que le asegura un movimiento rápido de gacela. Entra y se queda un par de horas, nunca a dormir. Cuando nos encontramos V no me saluda, no me pregunta como estuvo mi semana, no finge interés por mis estados de ánimo, ni por mis problemas financieros, nada de esto le importa. V siempre se para a unos centímetros de distancia y mira a los ojos como penetrando y luego de una pausa dramática dice: –Pégame. El pedido de V es respondido al instante con una cachetada firme. V se excita. Yo también. A partir de ese punto, comienza un juego doloroso y erótico que llega a extenderse por horas. V me pide que la rebaje, que la viole, que la someta física y psicológicamente. Respondo a sus exigencias con gusto. Cada vez que cruza esa puerta, los dos descendemos hasta instancias indescriptibles de morboso placer. Cuando nos agotamos, cuando nos apagamos por completo, quedamos tirados sin hablar por largo rato. Luego en un último acto de celebración nos abrazamos, nos abrazamos con fuerza y nos besamos. V a veces se toma un té y luego sale protegida aún por la oscuridad. V no puede parar. No puede dejar de visitarme. Alguna veces lo ha intentado y siempre termina volviendo más furiosa, más encendida que nunca. –¿Por qué seguís viniendo? Dijiste que no ibas a volver, querías estar completa para M… –Sí y cada vez que lo intento pasa algo extraño, cuanto más me alejo de vos al mismo tiempo más me alejo de M. –No te entiendo. –¿Qué no entendés? Te estoy siendo clara, para poder estar bien con M, para poder ser la compañera que él se merece, no puedo dejar de verte.
V ama a M. Pero M es demasiado cariñoso, demasiado “civilizado”, si se me permite la expresión, para poder responder a las necesidades animalescas de V. V no me ama ni yo la amo. Para poder V serle fiel a M tiene que traspasar aquellas palabras conmigo. Es extraño pero así es. Y de hecho así es la única forma que funcione. V y yo no tenemos interés en ser pareja, no queremos estar juntos de esa manera. Pero nos necesitamos físicamente. V y M quieren ser pareja, se aman, se acompañan, se eligen. Pero algo falta. Hace poco tiempo me encontraba en el bar con un par de amigos. El bar estaba en verdad repleto de gente al punto de lo inaguantable. Había tal cantidad que el movimiento de olas humanas nos arrastraba de acá para allá. El temible mar nos dejó anclados en un rincón. Al parecer V también estaba con su grupo de amigos a menos de un metro de distancia. M tampoco faltaba. Como dije al principio siempre hicimos gala de nuestra elegancia a la hora de la indiferencia pública. Por lo que nada de extraño tiene esto, otras muchas veces nos habíamos encontrado en la misma situación. Salvo por lo siguiente: Sentí como la mano de V, transgrediendo toda seguridad y todo convenio establecido, se apartó de su lugar y se deslizó como serpiente hasta…. bueno, hasta abajo. Un reflejo me hizo levantar la cabeza y la miré, estaba besando a M. Lo extraño es que no me sentí incomodo, todo lo contrario, comprendí que era parte de una relación y que esa relación no la habitaba solo con V, sino que también lo hacía con M.
Autor: Cristian Juliá
Autor de Vivir en rebelión y El lado oscuro de la luna, ambos editados por Rey Larva artesanía editorial.
Nací en San Pedro Buenos Aires el 16 de marzo de 1989, viví en Capital y en Baradero provincia de Buenos Aires, ciudad en la que resido en la actualidad.
Encuentros furtivos: Relato inédito.
Punto de encuentro de mis libros:
La libre librería. Bolívar 646, Capital, San Telmo.
Puesto de diarios y revistas del uruguayo. Corrientes y Montevideo. Capital.
Boulevard libros. San Pedro
Oliverio libros. Medrano 490, Baradero.
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Imagen: Klimt