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Paseo en loop


Foto de Mora Garzón

Un día gris cubría de nubes las calles de Buenos Aires, amenazando con altas probabilidades de lluvia. Mariano salió del bar que había elegido al azar y comenzó a caminar hacia la oficina. Todas las mañanas dejaba el auto a unas diez cuadras de la torre de veinte pisos donde trabajaba (en una calle relativamente tranquila para estacionar). Acto seguido, seleccionaba un camino cualquiera hacia su destino, convirtiendo a veces las diez cuadras originales de distancia en quince o veinte a causa de los zigzags entre veredas que tomaba. Aprovechaba el único momento del día en el que podía hacer algo de actividad física, aunque más no fuese que caminar algunas cuadras sobre sus zapatos negros. En el recorrido, minado de cafés, entraba a alguno que elegía en el momento o que ya había seleccionado en otra oportunidad, para tomar su café con dos medialunas de cada mañana y leer las noticias desde su celular.

Al pisar la vereda nuevamente, se sintió un poco desorientado, pero en cinco segundos recordó por dónde había venido y qué camino tenía que seguir para llegar a la oficina. Tomando su dirección hacia la izquierda, caminaría hasta la esquina unos 80 metros, doblaría para cruzar la calle y seguiría seis cuadras más derecho.

Una cantidad numerosa y esperable de peatones y automovilistas se movían por veredas y calles. Casi todos los hombres estaban vestidos como él, variando quizás en la trama o el color de las telas. Algunos prevenidos llevaban consigo paraguas, otros solamente un maletín o una mochila. Las mujeres le daban más color y variedad al desfile, aunque sus atuendos no se apartaban demasiado de los cánones de la moda de ese momento. Como cualquier mañana habitual, todos caminaban decididos y serios, sacados de un manual de buen oficinista.

Mariano caminó hasta la esquina, miró a ambos lados de la calle y la cruzó junto a dos individuos más. Uno de ellos iba a su lado y el otro venía de la vereda de enfrente, en dirección contraria. Siguió caminando despreocupado mirando a los demás y los pocos escaparates. En la próxima esquina se extrañó al ver que en la vereda de enfrente estaba a punto de cruzar igual que él, el mismo hombre que había visto una cuadra atrás. Lo miró con atención. Si bien todos los peatones guardaban ciertas similitudes, este sujeto era exactamente igual al que había visto antes caminando en la misma dirección. Lo observó con atención al cruzar la calle, y cuando lo tuvo a sus espaldas, giró para seguir mirándolo incrédulo mientras se alejaba, desde la otra vereda.

Era imposible cruzar a la misma persona una cuadra antes del lugar donde lo había encontrado. Una alternativa era que, tan desorientado como Mariano había estado al salir del café, se hubiera confundido de camino y, al notarlo, hubiese dado media vuelta para volver atrás. En ese caso, ¿por qué de nuevo estaba dirigiéndose en dirección opuesta a la de Mariano? Aún en el caso de que no se tratase de una equivocación sino que el hombre necesitara ir primero a un lugar y luego volver sobre sus pasos para dirigirse a otro una cuadra atrás, para por último dirigirse a un tercer lugar (o bien volver al primero), los tiempos no le cuadraban en la mente a Mariano. Él no había caminado lo suficientemente lento como para darle tiempo al otro sujeto a cumplir su cometido en la primera posta de su recorrido, caminar hacia la segunda y hacer lo que fuese en ella, y finalmente dirigirse hacia el tercer punto. Ni siquiera en auto, considerando la lentitud del tránsito por esas cuadras, le hubiese permitido dar una vuelta manzana en tan poco tiempo. La única alternativa que quedaba, por increíble que fuese, era que se tratara de un doble exacto. Uno nunca sabe a qué puede dedicarse la gente que viste de empleado administrativo.

En todo eso pensaba cuando, al llegar a la próxima esquina, volvió a cruzarlo. Esta vez, el semblante del otro parecía preocupado. Lo miró también, y en sus ojos Mariano pudo ver que estaba tan extrañado como él. Sin embargo, no se dijeron nada. Mariano no lo siguió con la vista esta vez. Empezaba a tener miedo, aunque no sabía a qué temer. Por su salud mental, posiblemente. Quería llegar lo antes posible a su trabajo para olvidarse de la rareza acontecida. Estaba a cuatro cuadras del edificio, así que apuró el paso.

Cuando estaba a veinte metros de la esquina, ya pudo visualizar al hombre repetido en la cuadra siguiente, como las veces anteriores, caminando en dirección contraria a él. Sin saber qué hacer, en lugar de cruzar la calle, Mariano dobló a la derecha. No había caminado más de cinco pasos cuando los sonidos de una frenada, un impacto y algunos gritos casi en simultáneo, lo hicieron detenerse y voltear la cabeza hacia la senda peatonal que había evitado. El hombre repetido yacía sobre los adoquines, inmóvil. Varias personas corrieron hacia él. Mariano quedó paralizado. Con una mezcla de temor y esa curiosidad morbosa típica del hombre promedio, se acercó a ver lo que había ocurrido, aunque estaba más que claro. El sujeto había sido atropellado. Estaba completamente inconsciente.

Sin hablar con nadie permaneció en la calle mirando la escena frente a él dos minutos y retomó su camino hacia la oficina, sin saber qué pensar ni qué sentir. Pasó por una cafetería, un local de comida rápida, un estacionamiento, dos edificios de oficinas, un negocio con la cortina baja, un puesto de diarios, un kiosco, dos locales más cerrados y cruzó la calle. No encontró al doble. Probablemente había muerto. Y pasó por una cafetería, un local de comida rápida, un estacionamiento, dos edificios de oficinas, un negocio con la cortina baja, un puesto de diarios, un kiosco, dos locales más cerrados y cruzó la calle. Un adolescente que esperaba en la parada de colectivos junto al puesto de diarios lo miró con una expresión que bien podría haber sido la misma que él tuvo al notar la repetición del hombre.

Temblando, comenzó a correr. Cafetería, comida rápida, estacionamiento, edificios, cortina baja, puesto de diarios, kiosco, locales, calle. Los mismos autos, las mismas personas. Recurriendo al recurso anterior, en lugar de cruzar dobló la esquina. Y de nuevo: cafetería, comida rápida, estacionamiento, edificios, cortina baja, puesto de diarios, kiosco, locales, calle. Nunca llegaría a su trabajo. Nunca podría salir de allí. El adolescente era el único que parecía notarlo. Se dirigió hacia él. “Tenés que ayudarme”, le dijo tomándolo del hombro. El chico, aterrado, negó con la cabeza frenéticamente sin pronunciar palabra. “Necesito salir de acá”. “Tomate un colectivo”, le respondió, muy serio. Un hombre que esperaba se rió, pensando que Mariano estaba loco y que el chico le tomaba el pelo.

Se sentó en el banco de la parada agarrándose la cabeza y se dispuso a esperar. No pudiendo aguantar la ansiedad, a los diez segundos se levantó y empezó a caminar de un lado a otro. Tal vez era un episodio de confusión y lo único que necesitaba era tranquilizarse y esperar a que se le pasara. Miró el reloj. Eran las 8 y cinco. Ya tenía que estar en la oficina, aunque no le quedaban esperanzas de poder llegar antes de su horario de salida ni siquiera. Pasados veinte minutos, la chica que estaba esperando ya se había ido y quedaban el adolescente, el hombre que se había reído y Mariano. “No suelen tardar tanto”, dijo el chico, mirando a Mariano. Tal vez fuese su culpa. Pasaron dos minutos más y quedó solo. Desesperado, entendió que nunca llegaría.

Se levantó, cruzó la calle y caminó en dirección de regreso, sin estar seguro de cuál era. Al cruzar la calle volvió a repetirse la secuencia de comercios y edificios, pero en espejo, ya que ahora estaban emplazados a su derecha. Su corazón latía con fuerza, sus nervios estaban colapsados. Corría y se detenía, agitado. Quería gritar pero no sabía qué. Todos lo miraban como si estuviera sufriendo un ataque de esquizofrenia. Le dolían los pies de tanto caminar sobre esos zapatos duros, fabricados para estar sentado en un escritorio.

Nadie podría entenderlo. El hombre duplicado había muerto. El adolescente con el que había conversado ya no se repetía en cada cuadra.

La única alternativa era tirarse abajo de un auto.

 

Autora: Mariana Delponte

Mi nombre es Mariana Delponte, soy de Villa Tesei (Hurlingham), tengo un blog y este año voy a publicar un libro. Parte de mi material pueden encontrarlo en mi blog: http://modoceterisparibus.blogspot.com.ar, y en facebook pueden encontrar mi cuenta personal como Mariana Delponte.

Imagen: Mora Garzón

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