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¿Te gustó coger?

Guayasamin

-¿Te gustó coger? Bueno, ahora bancate esto ¡¡¡dejá de gritar!!!

Esa fue la frase. Así nomás. Sin pudor, sin culpa. Las palabras fueron escupidas burlonamente por la partera que andaba haciendo su ronda habitual. El blanco era una chica de trece años que hacía no sé cuántas horas que estaba en trabajo de parto y que literalmente no podía más de dolor.

A la mina ni se le ocurrió que la niña pudo haber sido víctima de una violación o que quizás había sido su primera vez, o que tal vez sí, le gustó coger ¿y eso qué tiene que ver?

Yo estaba ahí, en la cama de enfrente. Vi todo, escuché todo y tal vez pensé en algo de eso.

Protección, contención o cuidado eran palabras que no tenían significado en ese lugar.

Era una sala con más o menos diez camas, todas ocupadas por mujeres en trabajo de parto o ya con sus bebés recién nacidos en las cunitas o en sus regazos.

Las que estaban con contracciones tenían prohibido expresarse vocalmente. Los gritos y quejidos eran condenados por las enfermeras o por los médicos y las médicas con cinismo y desprecio.

La chica de trece años estaba con su mamá. El rol de la madre en esa situación era patético, estaba más aliada con los que hostigaban a su hija que con ella. Esos son los efectos de la dominación extendida a lo largo de los siglos, el fruto de la legitimación de prácticas abusivas. Es una situación típica de las dominaciones, alguien que ve sufrir a otro y en vez de ponerse de su lado, se congracia con el dominador… les sonríe, pone cara de esta muchacha que insoportable que es… No puedo saber pero imagino que sus partos deben haber sido iguales, entre gritos y humillaciones y ahora que está vestida, segura y sin riesgo, disfruta de manera un poco sádica y … En fin, las posibilidades de por qué ella no le saltó a la yugular a quien insultaba a su hija son innumerables, todas sociológicamente explicables en ese juego idiota del poder, y todas una mierda.

La chica lloraba, yo la veía llorar. La madre, al igual que el personal, se reía o charlaba de cualquier cosa.

El lugar era un hospital chico en un pueblo del interior de Uruguay. Fue hace ya varios años, en el 98.

Éramos todas mujeres humilladas dura y sistemáticamente por lxs que se supone que estaban ahí para protegernos, para cuidarnos, para velar por nuestra salud y la de nuestros hijxs. En eso se reconoce el abuso. Alguien que debe protegerte, usa su poder para lastimarte.

Éramos todas mujeres de las cuales el sistema hospitalar se había adueñado; se había adueñado de nuestros cuerpos, del fruto de nuestros cuerpos, del dolor de nuestros cuerpos.

Había otra que también lloraba pero en silencio. Sus varios partos anteriores le habían enseñado que era lo mejor que podía hacer si no quería alterar a lxs profesionales y arriesgarse a un maltrato seguro.

Yo estaba ahí y no pude hacer mucho. Traté de hablar con la chica de trece para consolarla un poco o darle ánimo, pero era bastante difícil acercarse; además mi condición tampoco era de lo mejor.

También habían jugado con mi cuerpo y con el cuerpo de mi hija como se les dio la gana. También me habían insultado y pisoteado la humanidad hasta que quedaron saciados.

***

Mi experiencia personal fue simple, básica. Llegué a la guardia con diez de dilatación y la cabeza de mi hija coronada. Apenas me agarraron las enfermeras medio zombis de las dos de la mañana, empezaron con el cuestionario estándar; al no encontrar nada estándar en mis respuestas, me trataron de ignorante, en principio por no haberme hecho los controles obligatorios. En el medio de las contracciones les expliqué amablemente que un embarazo no es una enfermedad y que una mujer no está obligada a ir al médico todos los meses, que no es una situación que necesita ser medicalizada. Me miraron y me volvieron a decir que eso era de ignorante (como si ser ignorante fuese un crimen, como si su ignorancia vestida de diplomas fuera más lícita que la mía alimentada por otras lecturas y un millón de mundos recorridos que ellas nunca ni soñaron).

Me llevaron a la sala de parto enseguida, cuando mi compañero quiso entrar le cerraron la puerta en la cara. Yo me quejé diciendo que por ley y por derecho él podía entrar. Me preguntaron quién era el médico ahí y quién ponía las reglas. Evidentemente no era yo. Me tuve que callar, estaba ya sin tiempo entre contracción y contracción.

Me acostaron en una camilla. Ante mi pedido de tener un parto en posición vertical me dijeron que no entendí nada. Me ataron los pies en lo alto y se dispusieron, bisturí en mano, a cortarme el perineo. Me puse a gritar, dije que conocía mis derechos, que no podían hacerme eso, que la cabeza ya estaba afuera, que era innecesaria la episitomía y que yo asumía los riesgos de un desgarro. La médica -una mujer- me dijo que me callara o que si no, le cortaba la cabeza a mi bebé.

Listo. El disciplinamiento estaba concluido. No fue necesario nada más, dejé de apelar a mis derechos, a la constitución uruguaya, a las recomendaciones de la OMS. No había nada más que decir, estaba en sus manos y punto. Me quedé ahí, sin poder de nada e hicieron conmigo lo que bien entendieron.

Mi hija nació y aunque quisieron, no pudieron robarme uno de los momentos más grosos de mi vida. Pero qué ¿es necesario que las mujeres seamos sobrevivientes de todo? ¿Necesitamos realmente reivindicar el derecho a nuestros propios cuerpos? ¿En un mundo donde la propiedad privada es la base de consolidación de los Estados ni siquiera podemos considerar propiedad personal nuestro cuerpo? ¿Tiene que ser siempre nuestro campo de batalla? Parece que sí, así que resistimos y batallamos.

***

De esto ya hace mucho como dije, pero las cosas han cambiado muy poco. No sé cómo es en el resto del mundo pero sí sé cómo es en la parte de América Latina que conozco –que no es poca-. La violencia obstétrica es permanente, es una práctica usual, está tan o más legitimada que cualquier otra violencia contra las mujeres. Es la apropiación por parte del sistema médico del cuerpo femenino de forma total.

Para tener en cuenta (*)

Es violencia:

-Que los profesionales se burlen o se rían de alguna manera de la situación de la parturienta, o que simplemente la ignoren.

-Que se critique o se reprima la manera de expresarse (llantos, gritos, etc.)

-Cualquier tipo de discriminación: por religión, nacionalidad, clase, cuestiones culturales, grado de instrucción, edad, etc.

-Si no le informan los procedimientos a los que someten su cuerpo y el de su hijo.

-Si efectúan cualquier práctica o procedimiento sin contar con el permiso expreso de la mujer (o de su acompañante si ella no se encuentra en condiciones de responder) y para ello se brinda honestamente toda la información del caso, pros y contras de tales prácticas y procedimientos.

-Si hubo situaciones en las cuales la mujer se sintió manoseada, no dueña de tomar sus propias decisiones, impedida de ir y venir, le tocaron partes de su cuerpo sin aprobación, le impidieron tener un parto en la posición que decidiera.

-Si se pone el trabajo del médico como algo de mayor relevancia que cualquiera de las decisiones de la mujer en relación a su propio cuerpo o al cuerpo del niño o la niña.

- No sólo es violencia el maltrato explícito, lo es también el paternalismo que recomienda cesáreas innecesarias, que supone la ignorancia de la mujer sobre su propio cuerpo y sus propias posibilidades, la subestimación para parir en comentarios como “no estás pujando bien” aunque la voz que lo enuncia sea suave y acote al final un “mami”.

Además: si al bebé lo separaron de su madre y le practicaron distintos procedimientos de “rutina” sin la presencia de uno de sus padres/madres o alguien de la familia. Si le dieron algún suplemento alimentar o leche de fórmula. Si no dieron espacio y tiempo para que la madre amamante. Si hostigaron de alguna manera a la madre en lo que tiene que ver con la lactancia o cuestionaron el valor nutricional de su leche o de la capacidad de mamar del niño (al menos que sea una situación especial y médicamente comprobable). Si no se respetó cualquier decisión de la madre o del padre en relación al bebé.

En este momento en Argentina existe una Ley de Parto Humanizado (que no existía en el 98), un Observatorio de Violencia Obstétrica y varios lugares donde se pueden denunciar los abusos. Usemos esos espacios y apropiémonoslos.

Sin embargo me parece que además de todas las herramientas legales o formales que tengamos para combatir estas prácticas, es fundamental una manera de acción de resistencia y un proceso de desnaturalización en su uso.

En el momento de parir en un centro de salud -público o privado- hay que saber que el personal que ahí trabaja, en ese momento, trabaja para nosotras. No somos nosotras las que tenemos que complacerlos a ellos. No somos nosotras las que tenemos que dejarlos hacer bien su trabajo, sino que ellos están para ayudarnos a que el parto sea una experiencia maravillosa. Si no lo hacen, tenemos que reaccionar, resistir y denunciar.

Quienes sean nuestros acompañantes necesitan estar bien al tanto de las posibles violaciones a nuestros derechos para poder combatir junto con nosotras porque una mujer en situación de parto no puede estar pujando y al mismo tiempo, con una espada en la mano, andar cortando cabezas de gigantes.

(*) Se puede leer la ley íntegra en: http://www.partohumanizado.com.ar/ley25929.html

 

Esta crónica fue publicada en el número 39 de la Revista Devenir -colectivo de papel-

Fue reproducida acá porque es necesario.

Autora: Marina Klein

Soy autora de De Fauces al Subsuelo y de Danzando entre la Nada y la Furia, ambos editados por Ediciones Frenéticos Danzantes. También dirijo esta revista y la editorial recién mencionada.

Nací en Buenos Aires en el 74, viví en esta ciudad hasta más o menos los 20 años y desde ahí hasta el 2012 anduve por el mundo viajando y quedándome largos períodos en distintos lugares de América Latina. En ese tiempo realicé un tour por distintos oficios, escribí para varios medios crónicas de viaje, limpié casas, hice gorritos de hilo y hasta llegue a tener una pequeña fábrica de joyería artesanal. Desde que volví, además de colaborar con varias publicaciones de habla hispana, hacer libros y revistas, coordino algunos selectos talleres de escritura y estudio para los últimos finales que me quedan para obtener la licenciatura en sociología.

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